jueves, 16 de julio de 2009

SÓCRATES

(Un sabio memorable)

Literalmente Sócrates representa el suicidio de los griegos. Los griegos envenenando a Sócrates apagaron su espíritu, su espíritu científico. Y lo abstracto se apoderó de ellos.

Sócrates era devoto del espíritu científico y por eso frecuentaba decir: que nada fuera aceptado a no ser que sea comprobado individualmente. Solo pedía una cosa: que nada fuera creído. Su sinceridad era enorme y tenía una gran humildad que quizá nadie la tuvo en este mundo, ni siquiera Jesús. Fue uno de los varones más humildes que pisaron esta tierra. Sus mayores pecados, según la multitud, fueron: corromper a la juventud haciendo que deje el camino viejo de los antiguos; dar valor para ser libres y opinar con libertad; ser natural; era la prueba de que los hombres pueden ser inocentes, sinceros, vitales y felices.

Por eso, debido a su experiencia y sabiduría, gente de toda laya acudía a él para pedirle consejo. Cierta vez un hombre fue a verle y preguntó:

- Me gustaría casarme. Soy joven. ¿Qué me sugieres? Pues he oído muchas historias sobre tu vida matrimonial. Eres la persona más experimentada en ese campo. Quisiera tu consejo. ¿Qué debería hacer? ¿Está bien casarme, o es bueno seguir soltero? ¿Qué es más extático?

Sócrates respondió:

- ¡Mejor cásate!

El joven replicó:

- ¡Me sorprendes Sócrates!

Y él añadió:

- No tienes por qué sorprenderte –añadió Sócrates–. Es sencillo. Fíjate bien: si consigues una mujer tal como la que yo tengo, te convertirás en un gran filósofo. ¡A mí me ha sucedido! ¿Y por qué no a ti? ¡Fue por pura necesidad! Sólo para sobrevivir me he tenido que volver tranquilo, meditativo, y silencioso. Eso me ha ayudado inmensamente. Por tanto, si logras una buena esposa serás feliz, si consigues una mala esposa te convertirás en filósofo. ¡De ambas formas serás beneficiado! ¡Tú sales ganando! ¡Cásate!

Un consejo lleno de sabiduría pues, al fin y al cabo, la vida depende de cómo uno lo encara y uno siempre sale ganando si está de su lado.
Sin embargo la vida, visto desde un punto de vista ajeno al del propio sabio, no en pocos casos, suele resultar arbitraria, como sucedió con Sócrates, el varón más humilde que jamás ha conocido el mundo: buenos maridos siempre encuentran malas mujeres y buenas mujeres siempre encuentran malos maridos. En caso de Sócrates fue así. Su mujer debió de ser una verdadera monstruo. ¿Una persona tan maravillosa casado con una monstruo como Xanthippe? Quizá otro varón no hubiera vivido con ella ni un solo minuto.

Un día cuando estaba enseñando a sus discípulos ella se acercó furiosa porque él solía hablar de libertad, de la verdad, de ser sincero y, sin embargo, no le dedicaba tiempo alguno. Se sentía rechazada e ignorada. Quería su atención. Luego fue y preparó agua caliente, hirviendo para preparar el té… Estuvo esperando y la hora del té había pasado, y como la mujer estaba muy enfadada, le echó el agua de la tetera por la cabeza, le quemó media cara y la quemadura fue tanto que quedó la cicatriz para siempre. Pero él continuó con la enseñanza y los que presenciaron el acto quedaron estupefactos. Algunos le dijeron:

- Padeciendo semejante quemadura ¿todavía recuerdas de lo que estábamos hablando?

Sócrates dijo:

- Por su puesto que sí.

Y Alguien musitó más:

- Pero lo de tu mujer no deberías tolerar.

Él respondió:

- Eso es su problema, no el mío.

Y continuó dialogando.

Era un hombre tan original, silencioso, meditativo, tranquilo, calmado, relajado; era una verdadera roca donde se estrellaban los perros rabiosos de Xanthippe. Y con razón, respecto a sus adversarios, les decía en cara: seguiré hablando de la verdad y provocando a la gente para que sea natural y no se vuelva hipócrita. Su misma presencia entre la gente de buena reputación, entre los ortodoxos, los supuestos sabios, entre representantes de la institucionalidad griega, era un verdadero insulto. No podía tolerar su presencia. Por eso le dieron un ultimátum con tres alternativas:

La primera fue que se marchara de Atenas, irse con los que tienen simpatía, tener su escuela lejos, fuera de las fronteras.

La segunda era dejar de enseñar, viviendo en Atenas, dejar de hablar de la verdad, de la necesidad de ser sincero y auténtico.

La tercera alternativa era que aceptase tomar la cicuta, la cual fue aceptada por él diciendo:

- Moriré por una buena causa. He vivido en la gloria absoluta y moriré en un momento culminante.

¡Qué hombre! Era un inocente campeón incluso cuando estaba muriéndose y seguía siendo vulnerable como un niño; era un niño-niño, dispuesto a aprender, incluso a ¡aprender la muerte! Estaba muy entusiasmado para tomar la cicuta a las seis de la tarde. Con ansia esperaba la hora. En sus ojos se notaba una inmensa curiosidad, un tal entusiasmo, un tal éxtasis, una pasión orgásmica que generó la inquietud de los suyos.

Por eso uno de ellos preguntó:

- ¿Qué es lo que te entusiasma tanto? ¡Vas a morir!

Y Sócrates contestó:

- He conocido la vida y he aprendido mucho de ella. Ahora me gustaría conocer, tan pronto como fuera, la muerte y aprender de ella. Eso me causa un enorme entusiasmo.

Era un verdadero niño dispuesto a aprender. Solía decir: cuando era joven creía que los sabía todo y a medida que fue pasando el tiempo, me di cuenta de que sé cada vez menos. Y, evidentemente, antes de exhalar el último aliento suspiró: ‘no se nada’. Por eso fue declarado: el hombre más sabio del mundo, aunque dicha declaración le había causado risa cuando aún estaba en vida.

¡Oh… insensatos griegos. Envenenando a Sócrates matasteis vuestro espíritu científico y os habéis vendido a la hipocresía! ¡Habéis vendido vuestro destino a un traidor! ¡Oh… griegos insensatos!
Khishka

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