jueves, 22 de enero de 2009

ANTONIO

(El matrimonio)

Un joven, de nombre Antonio, decidió marcharse de casa tras cierto disgusto con su madre. Él, durante toda su vida, nunca conoció a su padre. Se fue a un país lejano confiado en su fuerza física y su edad.

Teniendo la noticia de que muchos de sus contemporáneos se habían ido también a Buenos Aires, una de las urbes más grandes de Sudamérica, optó por seguir la misma ruta de sus compañeros. Una vez llegado allí buscó trabajo, encontró y, aunque éste fuere duro, gracias a su edad, pudo sobrellevar y salir adelante. Bregó durante muchos años hasta que se compró una casa, una hacienda, un auto, etc. Aunque en varios años logró tener los bienes con las cuales siempre había soñado.

Hasta entonces no se había casado. No tenía hijo o hija alguna. Pero siempre había tenido las aventuras que más quería: paseos, mujeres, viajes de ensueño, etc. La vida le resultó muy placentera, lleno de encantos y dichas. En el barrio en que vivía, había un restaurante muy conocido, al cual solía acudir con frecuencia. En el restaurante trabajaba una mujer argentina y, como frecuentaba bastante por el lugar, poco a poco tuvieron más contacto, tanto que esos encuentros frecuentes desembocaron en confesiones de amorío, para que Antonio aceptara casarse con ella. El superaba los cincuenta años y ella tenía treinta y ocho.

En uno de sus momentos de romance, ella dijo:

- Antonio, eres una persona sola y tienes bienes. Cuando mueras ¿no te gustaría heredar lo que tienes a tu propio hijo? Yo también soy mujer sola y todavía estoy a tiempo, podríamos tener al menos un hijo y, él, tendría más bienes que nosotros porque, si juntamos lo que tenemos, tendríamos que heredar a nuestro propio hijo y no a la gente pues quien sabe como terminaremos si seguimos así. Yo te amo y tú también ¿por qué no juntamos nuestras vidas?

A partir de esa confesión expuesta por la mujer entablaron más intimidad y Antonio terminó aceptando la propuesta. Entonces apuraron la boda por lo civil y por lo religioso. La unión civil y un rito en la iglesia, una pequeña fiesta y la luna de miel fueron suficientes para consumar las exigencias matrimoniales. Pasó la noche y, al día siguiente, llegaron uno a uno los hijos e hijas de la mujer que, en secreto, lo había tenido hasta entonces. Y Antonio, sólo después de haberse casado, se dio cuenta de que las palabras de la mujer, ahora su esposa, habían sido falsas y ya no había ningún remedio.

Luego los hijos de su esposa tomaron la partida por los bienes de Antonio: vendieron su auto y se repartieron el dinero; hicieron lo mismo con su hacienda y se repartieron la plata; construyeron un pequeño cuarto para él sólo en un rincón de la casa; le redujeron a la condición de siervo de la mujer y de sus hijos e hijas, incluso los perros eran mejor atendidos que él. Así se cumplió lo que se dijo: ‘esclavo en su propia casa’.

Ahora su vida es la de un esclavo, sin derecho a nada; no le dejan ni siquiera hablar con la gente, ni con sus amigos; un paseo, ni pensarlo; trabaja todos los días como un peón para ganarse el pan en su propia casa; desearía hacer una denuncia a las autoridades civiles pero todas las puertas le han sido cerradas y resguardadas. Cualquier contacto con otras personas le fue terminantemente prohibido, bajo amenaza de muerte. Él, consigo mismo y con su vida de esclavo, condenado a la condición ínfima de un peón. Así fue su suerte y así sigue ‘hasta que la muerte os separe’ pues finalmente, él, terminó lamentando su desgracia en los quince minutos de permiso para que hablara con su sobrino que fue a visitarle. Sus palabras de despedida, dirigidas a su sobrino, fueron:

- ¡Total! (dijo entrecortadamente, con algunas lágrimas en los ojos y apoyado en el hombro de su sobrino). Querido Jorge…: Me casé, todo, porque me dijo que ella era una mujer sola y ambos podíamos hacer una vida juntos. ¡Me equivoqué! ¡Me engañó la bruja! ¡Maldita sea mi suerte! Si algún día llego al límite del suicidio, será por eso porque hay días que no logro reunir las fuerzas para seguir soportando esto. Intentaré ser fiel a mi matrimonio hasta donde aguante. Espero no enojar a Dios. Pero hay momentos en que prefiero el suicidio a aguantar este tormento. ¡Adiós sobrino! ¡Ya me están llamando!

El ser humano vive en la condición de Antonio, esclavo y prisionero de sus propias leyes, sus costumbres, sus conocimientos prestados. Una de las prisiones más feas es la institución del matrimonio. Por haberse casado uno tiene que reprimir su naturaleza porque la legalidad dice que ‘tu unión es para toda la vida, sólo la muerte los podrá separar’. Ésta es una verdadera sentencia a cadena perpetua. La represión, sea del tipo que sea, va contra la naturaleza y la dignidad humana porque no deja que la vida sea totalmente vivida.

He escuchado una anécdota. Un hombre que quería vivir más de noventa años, preguntó a un médico:

- ¿Qué tengo que hacer para llegar a los noventa años?

El médico contestó con otra interrogación:

- ¿Usted bebe?

- No –Dijo el hombre–.

Siguió el especialista:

- ¿Usted fuma?

- No. –Contestó el hombre, por segunda vez–.

Entonces el Doctor prosiguió:

- ¿Usted es mujeriego?

- Tampoco. –Afirmó el hombre–.

Finalmente, el médico, tuvo que terminar diciendo:

- No bebe, no fuma, no es mujeriego ¿para qué diablos quieres vivir noventa años?

Si la naturaleza es reprimida los años que vivas nunca serán suficientes porque no han sido vividas plenamente. Andarás de médico en médico, buscando métodos y consejos para ampliar tus años de vida, porque los cincuenta o los sesenta no han sido vividos totalmente. Tantos años la misma cara, la misma figura, las mismas reacciones, las mismas bobadas, la misma comida, los mismos rezos, las mismas payasadas, el mismo teatro de siempre, etc. ¡Estás empalagado! Tu vida se ha vuelto aburrida, rutinaria, pero como te han dicho o te han enseñado que es mejor ser masoquista aquí para que vayas al cielo, tuviste que reprimir y, la represión, siempre ha desembocado en fenómenos funestos para la humanidad. ¿Qué necesidad hay de amarrarse a la vida, a una mujer, al matrimonio, a las leyes, a tus costumbres, a ciertas instituciones de tu sociedad? ¡Ninguna!

La institución del matrimonio es una cárcel inventado por los astutos para supervivir a costa de tu esclavitud y tu desdicha. Su único objetivo es privarte del placer que causa la vida, de la libertad, de la posibilidad de amar completamente, de la responsabilidad de transformarte en un ser humano pleno, hermoso y agradecido por las bondades de la Existencia. Por eso cuando te amarras a algo, aún lo hagas con la mejor de las intenciones, sólo cosecharás sufrimiento y desencanto.

El matrimonio pudo haber sido un ‘mal necesarios’ para estructurar la sociedad inicialmente pero ahora ya no es viable, es anticuada, anacrónica y obsoleta, sobre todo porque somos más maduros en cuanto a consciencia se refiere. Es decir: ya no podemos vivir fabricando o sustentando cárceles para nosotros mismos porque es preciso dejar las estupideces para traer más alegría, más risa, más fiesta, más humor, más regocijo para la humanidad entera, en vez de perversión, sufrimiento y represión.

Las ‘caras largas’ que a menudo se generan en la gente ocurren a causa del aburrimiento, del empalago que uno, por naturaleza, siente cuando la vida no es novedosa o su novedad ha sido sepultada por la rutina.

Sucedió que una pandilla de muchachos, que se dedicaba a hacer teatro en algunos pueblos progresistas, al ver a una pareja de jóvenes bien apechugadas y apoyadas en un poste de luz, decidieron amarrarlos por unos días para observar su efectos.

La pareja se sentía complacida inicialmente y los muchachos de la banda se reían a carcajadas al verlos amarrados. Los pandilleros tenían cierto sentido de humanidad y por eso se turnaron para llevarle algo de comer. Les llevaban abrigo, comida a sus horas y, lo único indeseable, eran las sogas con las que estaban amarradas. Era todo un espectáculo.

Pero como todo lo que se come tiene que salir por algún lado se hacían sus necesidades en el mismo lugar y en la posición en la que se encontraban... Sus mismas prendas quedaron pringadas por sus eses, por el sudor, por la suciedad, por la comida, etc. Se hacía toda una mezcla de pura ‘mierda’. Perdieron las ganas de comer, se volvieron nauseabundos y asquerosos, tanto fue el hastío que no querían ya ni verse el uno al otro.

Pasado unos días, al fin, volvieron los pandilleros y desataron la soga. Ambos quedaron libres pero terminaron hastiados el uno del otro y viceversa. Se miraron con repudio, sin ni siquiera decirse ‘chau’, cada cual se fue por su lado y no volvieron a juntarse a causa de su asquerosa experiencia.

El repudio y la separación fue la conclusión de la obra preparado por los talentosos padilleros que, a menudo, se dedicaban a hacer un poco de drama donde sea que iban.

La escena muestra exactamente los efectos que provoca la institución del matrimonio. Es decir: siempre que te amarras o te amarran a algo pierdes tu libertad y, si pierdes tu libertad, pierdes tu belleza. Tu vida se convierte en no más que un revoltijo de ‘mierda’ que provoca nauseas, hastío y sufrimiento. Mira a los pajarillos, no se casan; mira a los árboles, no se casan; mira a las mariposas, no se casan; mira a las rosas, no se casan y son tan hermosas y fraganciosas; mira a los ríos, no se casan; mira a los peces del mar, no se casan…. Y tú ¿por qué lo haces? ¿Qué necesidad hay de casarse y amarrarse a una mujer o a un varón? ¿Tienes vocación de masoquista o de sádico? ¿Por qué eres tan mal agradecido con la Existencia?

La vida es espontánea porque la naturaleza no conoce instituciones y, de hecho, no hay necesidad de entidades como el matrimonio. Es bueno que esa institución fracase más y más para que la gente se dé cuenta de la estupidez que viene haciendo a lo largo de los siglos. Conforme madure el ser humano el matrimonio desaparecerá y no habrá necesidad de divorcios. Si no hay divorcio, tampoco habrá odio, ni violencia, ni celos, ni toda clase de perversiones sociales. Pero nadie es capaz de mirar a la raíz misma de los fenómenos que han generado tantas enfermedades.

Antonio, so pretexto de fidelidad a su matrimonio, se ha vuelto masoquista o, en otras palabras, un enfermo mental. De ahí que el masoquismo junto al sadismo y la prostitución son subproductos de la institución llamada ‘matrimonio’.
Khishka
Testigo ambulante

EL BAILE DE LA EXISTENCIA

(El tácito y mutuo acuerdo)

De madrugada, Khishka, acostumbraba darse una vuelta por el jardín. Y en uno de los troncos, recostados en el suelo, se sentó y comenzó a sentir una ligera sensación de éxtasis en todo el vergel. Allí, sentado y en éxtasis, fue testigo de cómo, poco a poco, empezaba a aclarar el día, los pajarillos a trinar, a saltar de rama en rama y a entonar sus primeros gorjeos matutinos. El río cantaba, los insectos chirreaban y la brisa mañanera comenzaba a sobar las copas de los árboles

De repente una pareja de gorriones revoloteaba entre las ramas de los árboles del jardín. Luego se treparon en los cables que daban justo con el poste de luz erigido al lado de su casa. Comenzaron a cantar una melodía impresionante, llenos de regocijo; sus movimientos gráciles, sus vivaces aleteos, de un lado para otro, era un perfecto alborozo.

El sol comenzó a salir, a propagar sus primeros rayos sobre los picos más altos, luego sobre los valles, en fin, sobre toda la faz de la tierra. Las flores de los árboles y de los jardines comenzaron con la suya: se habrían de par en par para recibir el calor del gran astro; el pasto comenzaba a resplandecer en el vergel; el rocío de la mañana comenzaba a desvanecerse en las hojas de las plantas y arbustos.

El picaflor comenzó a hacer lo suyo con las flores que empezaban a exponerse, espontáneamente, a los rayos del sol; iba de flor en flor, libando el néctar del capullo de las rosas.

El sol siguió saliendo más y más, y el turno era de las mariposas que también emprendieron con sus revoloteos entre las flores. Luego vinieron las abejas que empezaron a chirrear entre las hojas y las ramas, cuyo zumbido parecía una orquesta. Las bestias nocturnas del bosque inauguraban el descanso; las aves nocturnas a esconderse entre las ramas más tupidas y oscuras o en las rocas donde no estaba permitida la visita del astro rey.

Todo parecía un perfecto evento armónico; un tácito y mutuo acuerdo animaba todo el acontecimiento. No había una voz que llamaba a cada árbol diciendo ¡despierta, que acabó la noche! Tampoco había una voz de alarma que diga ¡pajarillos, comenzad a cantar, que ha amanecido! Mucho menos hubo una voz para toda la faz de la tierra que diga que ¡el día ha comenzado y la noche ha terminado! No hubo nada de eso.

Pasó esa mañana y al día siguiente ocurrió que, Khishka, estaba de paseo en la plaza y fue testigo del canturreo del club de comadres y compadres que contaban, entre risas y lamentos, lo siguiente:

Había un vecino que, vivía al lado de la casa de Khishka y, solía tener un reloj despertador junto a la cabecera. La noche antes el tipo se olvidó de programar la hora de despierto y se quedó dormido. Pasó la hora durmiendo y cuando despertó ya no había remedio, había pasado la hora de entrar al trabajo. Hizo todos los esfuerzos para darse cita a la pega, aunque fuera demasiado atrasado. No pudo disimilar el atraso y lo único que provocó fue, en el jefe de la empresa, la siguiente reprimenda:

-Si una vez más te retrasas te despediré del trabajo ya que hay mucha gente que puede hacer las cosas que tú haces en mi empresa. No eres alguien imprescindible y quizá otros hagan las cosas mejor que tú, con mayor entrega y con más responsabilidad.

Se trataba de su vecino y por eso, él, había tomado la atención del canturreo de aquel club reunido en la plaza. Luego caminando un poco más logró escuchar a dos amas de casa chismeando. Una de ellas declaraba que: la señora hacendosa del frente, la anterior mañana, había ido a despertar a su hijo. Ella tironeó las frazadas diciendo:

-¡Hijo, despierta! Es hora de levantarse. El sol ya llegó en la ventana. ¿Qué hora te vas a bañar para ir al colegio? ¿Has hecho tus tareas? Y el muchacho cambiaba de posición, se giraba al otro lado y no hizo el menor caso a las palabras de su madre.

Luego la madre muy habilidosamente llevó agua fría en un vaso y le echó por el cuello. Entonces el hijo, de un salto, estuvo de pié y refunfuñó contra su madre. Dijo:

-¡En esta casa no te dejan ni descansar! ¡Me voy! ¡Ya no soporto las exigencias. Mucho menos de mi propia madre!

Así había concluido el chismorreo de las comadres, algo conmovidas y jactadas, con las palabras del muchacho. Entre tanto Khishka siguió adelante y, al pasar por las puertas del templo, vio salir dos monjes. Uno de ellos, muy apasionadamente, contaba al otro lo siguiente:

Paco era un monje que le gustaba dormir. Pero despertar era, casi siempre, una de las cosas más difíciles que podía sucederle. Se durmió muy temprano, como de costumbre. De repente se despertó a las tres de la madrugada y miró el reloj que llevaba consigo, el cual, según logró ver, marcaba las seis. Rápidamente se puso en pié y se dirigió al templo. Abrió las puertas de par en par, también las ventanas, preparó los libros de oración y todo puso en orden. Luego fue al campanario y comenzó a tocar las campanas para llamar a la gente. Los vecinos, a causa de las campanadas, salieron de sus casas todo alborotado. Uno de los vecinos dijo al campanero:

-¡Oye desgraciado! ¡Me hiciste espantar el mejor de los sueños de mi vida! ¡Deja ya con esas campanas! ¡Se ha vuelto loco! ¡Maniático! ¡Hijo de ‘…’!

Pero el monje no escuchó nada a causa de los repiques. Y cuando se dio la vuelta hacia el claustro, todos los monjes del monasterio habían despertado y lo estaban observando hecho unos ‘bobos’, sin decir palabra alguna. Uno de ellos, el Abad, por fin, dijo:

-¡Oye Paco! ¿Qué estás haciendo a esta hora?

El monje no había esperado semejante sorpresa. Todo él sorprendido, contestó:

-Y ustedes ¿qué hacéis mirándome? Vuelvan a dormir. Todavía hay media hora.

En eso se dio la molestia de mirar el reloj que llevaba en su mano y se enteró que eran las tres y media de la madruga. Apenas se dio cuenta cayó pesadamente a causa de un infarto cardíaco y rodó por las gradas.

Estos tres últimos sucesos del que fue testigo Khishka, al margen del primero, acaecen en el noventa y nueve punto nueve por ciento de la gente porque, incluso, necesita una pastilla para dormir y un despertador para despertar. Con ello hemos archivado nuestra naturaleza y sin eso ya no funciona nada. Nuestra vida es cada vez más mecánica, tensa y, por eso, más artificial. Parecemos los únicos ‘bobos’ del planeta, salidos de órbita, descontextualizados, distraídos, que funcionan como robots y no hay lugar para ahondar en los mares profundos del ser. Las interferencias sobre nuestra naturaleza no nos dejan seguir el curso natural, no dejan que la vida sea líquida y, a consecuencia de ello, tenemos que padecer la pérdida de empleo, retrasos a clases, enfermos de sueño, estrés, tensión, paros cardíacos, etc.

El resto de la naturaleza sigue su curso normal, sin interferir. No necesitan despertadores ni alarmas. Funciona tan solo a través de un tácito y mutuo acuerdo natural. Los demás seres, a diferencia de los humanos, están ligados completamente al flujo o a la liquidez de la Existencia, a la vida, y al baile espontáneo de la naturaleza. En cambio los seres humanos, a diferencia de los demás, sólo hemos creado distancias con la naturaleza y la Existencia. Por tanto lo que nos ocurre hoy es producto de nuestro disparatado modo de traicionar a nuestra madre la Existencia, estamos lejos de casa, muy distanciados de nuestras raíces, parecemos unos huérfanos necesitados del socorro de unos despertadores, alarmas y píldoras de dormir. Debido a esa estrepitosa situación, obviamente, nos hacemos dependiente de las drogas y otros accesorios para paliar nuestra orfandad.

¿Cómo revertir esa situación? He ahí el dilema. La única salida que nos queda es volver a la naturaleza, esto es, retornar a casa, a nuestra primera inocencia; ahondar en nuestro ser, esto es, zambullirse en lo más hondo de nuestro propio mar, pues cuanto más profundo vayas habrá más calma y menos alboroto. El alboroto está en la periferia o la superficie y la calma está en el centro más profundo de tu ser. Y llegar a esa profundidad es transformarte en un verdadero Maestro.

Pueden suceder todos los alborotos posibles en la superficie, pero allí, en tu recinto sacro, calmo y silencioso, inocente y virgen, no habrá terremoto alguno que interfiera ese tácito y mutuo acuerdo con tu madre, la Existencia. ¡Allí serás uno con ella, con el Todo! ¡Todas las gracias y bendiciones florecerán en ti y tu danza será el baile de toda la Existencia!
Khishka
Testigo ambulante

KHISHKA

(Sobre el fenómeno de la posesión)

Khishka entró en la oficina del cementerio y se quejó al encargado, tras no haber podido ubicar la tumba de su esposa. Él no sabía dónde estaba enterrada porque la gente de élite, que estaba muy en su contra, los había separado. Y casualmente llegó al mismísimo cementerio después de algunos años de búsqueda. Se quejó al encargado todo lo que le había sucedido y, dirigiendo su mirada al empleado, dijo:

- Amigo, tienes que ayudarme. Sé que mi esposa está enterrada en este cementerio, pero no encuentro su tumba. Por tanto ¿podría hacerme el favor de averiguar en su registro?

El oficinista accedió al pedido. Encendió la computadora y, allí, buscó el libro de registros. Luego preguntó:

-¿Cómo se llama su esposa?

Él contestó.

- Señora de Khishka, porque así le decía la gente.

El encargado revisó ese nombre en el registro computarizado y dijo:

-No hay ninguna Señora de Khishka, pero sí que hay un tal Khishka. Lo siento, pero no está su señora, debe estar en algún otro cementerio o tal vez hubo algún error al pasar los datos. Pero voy a fijarme en el libro mismo.

-¡Espera! –dijo Khishka–. No hay ningún error. Es esa. Enséñamelo dónde está exactamente. Porque todo está a mi nombre, como es costumbre, ¡incluso la tumba de mi mujer!

Solo se pueden poseer las cosas, no los individuos. Pero el marido intenta poseer a la esposa y, la esposa, intenta poseer al marido. Y, a la larga, terminan enemistados; se convierten en algo destructivo el uno para el otro. Todos se empeñan en poseer. Uno incluso después de muerto se convierte en propiedad privada de alguien.

La posesión es una falta de respeto al individuo, a la naturaleza y a la Existencia. Es una verdadera actitud irreligiosa, es un crimen, es inhumano. Es una perversión social en nombre de la religión y del amor. El amor debería dar libertad; el amor debería dar alas; debería ser la puerta abierta a la eternidad, a la inmensidad, a la infinitud y a la divinidad. No puede ser pervertido para convertirse en una prisión, en una cárcel o un encierro. No. Pero el amor que conocemos no es más que una falta de respeto, es un pecado ‘contra natura’ legalizado y, un pecado ‘contra natura’ y legalizado, ¿cómo puede ser amor? ¡Imposible! El amor que conocemos o que nos han enseñado no es amor porque, a todos, los ha convertido en poseedores y dominadores de unos sobre otros. El amor no puede ser una lucha por el poder.

Y hacerse consciente de esta situación que atravesamos, respecto del amor, provocará una revolución tal que traerá libertad, amor auténtico y eternidad, al mundo. El amor no es posesión. Intentar poseer a un individuo, sea cual sea la forma es, simplemente, una estupidez, aun éste venga disfrazado de amor, fidelidad y cosas por el estilo.

Khishka
Testigo ambulante

KHISHKA Y EL AMOR

(Navidad, memoria y palabra mágica)

Cierta vez existía un anciano bonachón llamado Khishka, cuya característica era llevarse de lo mejor con sus nietos. El mayor de ellos tenía trece años, la que le seguía tenía diez años, y el último tenía ocho. El mayor había entrado ya en la adolescencia y los otros eran aún niños.

Un día, el adolescente, en su club de amigos, estando en el colegio, había aprendido de sus compañeros a dibujar un corazón atravesado por una flecha. Y al centro llevaba escrita una palabra: ‘amor’. Esa obra de arte, conforme los planes que tenía, había pensado obsequiar a una de sus amigas. Pero, como esa mañana no tenían razones para ir al colegio porque los profesores habían empezado ha hacer una huelga de cuarenta y ocho horas, no pudo consumar el anhelado plan.

El muchacho todo curioso y, como el abuelo estaba de buena honda, se puso ansioso de saber qué significaba ‘amor’ para el anciano. Por eso le preguntó:

- Abuelo, ¿te puedo hacer una pregunta?

- Con confianza hijo –respondió el abuelo–.

Pero Khishka no se esperaba la pregunta. Sin embargo el chico, aunque con un poco de vergüenza y titubeo, planteó la cuestión:

- ¿Qué es el ‘amor’?

Escuchando la pregunta, el abuelo, cerrando sus ojos por unos momentos, hizo silencio y, mirándole fijamente, dijo:

- Hijo mío, no es fácil definir, no sería capaz, tampoco me gustaría corromperlo dándole una definición. Merece respeto. Pero permíteme darte un ejemplo para que tú saques tus propias conclusiones.

Mientras los otros se tapaban la boca porque, al parecer, la pregunta era respetable y seria, tal como el abuelo lo manifestaba.

- ¡Espérenme un momento. Ya vuelvo! –Les dijo–.

El anciano fue a su cuarto y después de un momento volvió. Trajo consigo una tijera y una aguja. Luego entregó a su nieto mayor los dos instrumentos y, éste, algo tembloroso, recibió las herramientas en sus manos. En ese momento se le cayó la telita, donde estaba dibujado un corazón atravesado por una flecha. El abuelo, sin preguntar nada, lo tomó en sus manos y les entregó a sus hermanos menores. Y dijo al mayor:

- Esa tela es una verdadera obra de arte. ¡Te felicito por la pintura! Pero te voy a pedir que con la tijera, que te di, la cortes por la mitad.

El muchacho no podía creer lo que estaba sucediendo. Sin preguntar nada miró a los ojos agudos de su abuelo y a los de sus hermanos, tomó la tijera y, simplemente, cortó la tela en dos partes.

Y el anciano dijo:

-¡Bien hecho muchacho! Ahora haz el siguiente paso: toma la aguja y el hilo que tienes, y une lo que has cortado.

El muchacho, en silencio, obedeciendo las palabras del abuelo, unió las partes y, así, reparó su misma obra de arte. Luego se la entregó al abuelo.

El abuelo lo recibió y dijo:

- ¿Habéis observado el ejemplo? Pues bien: el amor es como la aguja que une las cosas y, la mente, es como la tijera que separa las cosas al cortarlas. ¡Abre tu corazón al amor!

Y el muchacho, tras haber sido el protagonista del ejemplo y haber escuchado las palabras finales del abuelo, se retiró de su presencia junto a sus hermanos menores.

Mi insistencia es muy clara: mírate hacia adentro si estás entero o dividido. Toma consciencia de ello porque, ella, es lo básico para amar. Observa esto:

La mente es lógica y analítica (es como la tijera) por eso divide o separa entre: cuerpo y alma, cielo e infierno, Dios y diablo, santo y pecador, bien y mal, buenos y malos, puros e impuros, sucio y limpio, día y noche, luz y tinieblas… Se caracteriza por su ‘prejuicio’, por eso juzga, premia y condena… La mente lógica y analítica ha convertido el amor en un negocio y un contrato.

Pero el amor no es un negocio porque la Existencia no sabe de negocios. Todo lo hermoso que hay en el amor es absolutamente innegociable, es un regalo de la naturaleza. Por ejemplo: las rosas florecen y te brindan su fragancia, no es un negocio; los ríos cantan, no negocian y, tú, no tienes que pagar nada por escuchar su canto; los pájaros cantan y, tú, no tienes que pagar por desfrutar de su concierto mañanero, no te exige matrícula alguna; las estrellas brillan, pero no te cobran nada. Así es el amor.

El amor tampoco es un contrato porque no es, en absoluto, relación. En el momento en que el amor se vuelve una relación, se convierte en esclavitud, porque hay expectativas, metas, objetivos, exigencias y frustraciones, y un esfuerzo de ambos lados para dominar y someter. Se convierte en una lucha por el poder... Así es como el amor se pervierte.

El amor es como la fragancia de una flor cuya aroma y belleza es sublime y divina. Es aquello que (como la aguja) sencillamente une, junta, articula, vincula, conecta, repara lo que está roto, une lo que, aparentemente, está separado. El amor te lleva a la comunión cósmica y existencial, es una profunda necesidad de unión y fusión; es aquello que te une con el Todo, es decir, con esta vasta Existencia que nos envuelve.

El amor le devuelve su original unidad e integridad al ser humano. Le devuelve su inocencia. Por tanto: abre tu corazón al amor y el amor te hará uno y entero; te hará una unidad orgánica y, con ella, recobrarás tu rostro original.

Al celebrar un nuevo aniversario del nacimiento de Jesús no podemos olvidar lo que trajo: el amor, un amor que une, que te recuerda que eres Uno con el Todo. Ya no eres huérfano, ya no eres separado, ya no eres una isla. Todo lo que hay aquí es parte de ti. En tu cuerpo están las aguas de los océanos, la belleza de las flores, el fuego de los soles y las estrellas, la melodía de los pajarillos, el canto de los ríos, de los árboles, de los vientos, el paseo de las nubes. Todo es regocijo, todo es fiesta, todo es motivo de alegría porque en la raíz de todo está el amor. El amor es el motor que hace funcionar esa Totalidad

Esa alegría cósmica no puede expresarse sino bajo la forma de expresiones simbólicas: en tarjetas de felicitación con toda su carga simbólica; en exclamaciones como ¡Feliz Navidad!; se convierte en regalos y juegos para los niños; se convierte en abrazos y besos que embellecen nuestra vida cotidiana; en programas de telemaratón para discapacitados; en canastotes para las familias que necesitan; en panetones de navidad; en arbolitos de navidad; en pesebres; en encuentro de familiares; llamadas por celular; dedicatorias amorosas, chats por Internet… En fin son innumerables las maneras de expresar esa alegría que provoca el amor.

Navidad en la lluvia, en la arena, en el corazón, en el mar, en los montes, en los árboles, en los animales, Navidad en todo… Navidad, una palabra mágica que define nuestra alegría y nuestra fiesta; navidad, todo el cosmos se alegra. ¡Feliz Navidad! Y el 2009 sea el año más dichoso para ti.
Khishka
Testigo ambulante