viernes, 30 de abril de 2010

EL PELUQUERO DEL REY

(Círculo vicioso del noventa y nueve)

Cierta vez había un peluquero feliz, muy feliz, como sólo puede serlo a veces la gente pobre y sencilla. Era el peluquero, nada menos que, del rey. Su trabajo era seguro, no tenía que preocuparse de otras cosas sino cuidar muy bien los cabellos de su rey. Era realmente feliz, tanto que el rey llegó tener envidia de su felicidad.

Un día le preguntó:

-¿Cuál es el secreto de tu felicidad? Pareces rebozante de alegría, extático y festivo.

El peluquero contestó:

-No lo sé. Simplemente soy feliz. Me gano el pan cotidiano con mi trabajo, y eso es todo.

El rey, al no poder extraerle ninguna respuesta contundente, preguntó a su asistente:

-¿Te has fijado en mi peluquero? Siendo un tipo simple, pobre, sin nada, es muy feliz y yo, siendo un rey, no lo soy. Tú debes saber el secreto de su felicidad.

El asistente dijo:

-Haremos una cosa: esta noche arrojaremos una bolsa con noventa y nueve monedas de oro al interior de su casa y ya verás cómo reacciona. Con ello descubriremos el secreto de su felicidad.

Hicieron lo cometido, es decir, arrojaron en una bolsa las noventa y nueve monedas de oro a su casa. Cuando llegó el peluquero se encontró con la bolsa de monedas de oro e inmediatamente comenzó a contarlos. Pero resultó que las monedas eran ‘noventa y nueve’. Él pensó que cometió algún error en contarlos. Así que comenzó nuevamente y nada, eran ‘noventa y nueve’. Una y otra vez. Pero nada, siempre eran ‘noventa y nueve’. La noche pasó, dormitó un poco, se levantó una y otra vez para volver a contarlos, pero siempre faltaba uno para que sean cien. De modo que, la cuestión, se convirtió en un problema serio. Faltaba solo uno. ¿Dónde conseguirlo? Se preguntaba. Pero no le venía idea alguna, ya que sólo se podía conseguir una moneda así en algunos países. Pensó para sí: ahorraré, no gastaré lo que gano, hasta que tenga lo suficiente como para viajar a otro país y conseguir una moneda igual.

Al día siguiente fue a su trabajo, trasnochado, triste y preocupado, ya no irradiaba felicidad ni éxtasis. Entonces el rey, al verlo así, preguntó:

-¿Qué te pasa? Estabas siempre feliz y ahora te veo preocupado.

Él no contestó nada, pues no quería hablar nada referente a la bolsa. Ni una palabra. Pero, en el trabajo que realizaba diariamente, ya no podía estar concentrado, ya no podía cuidar de los cabellos del rey, como siempre lo hacía. Le temblaban las manos por el ayuno excesivo, parecía sin energía. Hasta que el rey tuvo que preguntarle otra vez:

-¿Qué te pasa? Ya no eres el mismo. Has cambiado. Ahora pareces triste y preocupado. Dímelo. Te puedo ayudar.

Al fin, a tanta insistencia del rey, el peluquero contestó:

-Ahora soy víctima del ‘círculo vicioso del noventa y nueve’.

El pobre peluquero nunca había tenido la experiencia de contar monedas de oro y mucho menos una suma al que le faltara una. El ‘noventa y nueve’ se convirtió en un verdadero problema, porque cuando tienes noventa y nueve quieres que sean cien.

La mente siempre funciona así: quiere completar las cosas de una vez por todas, quieres que sea cien. La mente es perfeccionista y, por ser así, crea la obsesión y la ambición.

La mente perfeccionista crea la dimensión horizontal de la vida, por eso existe la competencia, la obsesión, la ambición, las guerras, etc. Su movimiento es lineal, es decir, estás en el punto A y quieres estar en el punto B; estás en el punto B y quieres estar en el punto C, con la esperanza de que algún día llegues al X, Y y Z.

La mente siempre te muestra objetivos y objetivos. En cuanto pareces alcanzar uno, aparece otro, luego otro, y otro, y sigue el cuento de nunca acabar. Y tú sigues haciendo y haciendo, y cuando te das cuenta de ello –si es que te das– cuando ya no tienes más fuerzas porque estás a un paso de la tumba, cansado, ya es demasiado tarde. Tu vida se convierte en un auténtico infierno, porque la tumba te provoca miedo y comienzas a aferrarte a la vida.

Ahora comienzas a consultar con los naturistas, psicoanalistas, psicólogos, psiquiatras, gurús, sacerdotes, popes, pastores, etc. Recorres todo los mercados de la sociedad buscando algún producto mágico para alargar la vida o encontrar algún consuelo. ¿Por qué haces eso? Porque no has disfrutado de la vida y ahora tienes envidia de las generaciones jóvenes.

Has desperdiciado la vida viviendo la vida de un perro que cambia constantemente de dueño y al final no sabe quién es su amo, se encuentra perdido; has derrochado la vida viviendo la vida de un mono que ha recorrido todos los circos y todos los bosques, y ahora te sientes extraviado, no sabes cuál es tu casa. Ahora no eres más que un mendigo de la sociedad, sentado en las aceras de los mercados religiosos y psiquiátricos.

¡Tienes que retirarte y ser! Dejar de hacer lo que estás haciendo y comenzar a ser. Ser significa que C es suficiente, ahora disfrútalo; que A es suficiente, ahora disfrútalo; que B es suficiente, ahora disfrútalo. ¡Estás en casa! Del resto se ocuparán otros. Tienes el pan cotidiano, ¿qué más quieres? Si tienes a medio llenar la caja fuerte en el Banco, no te obsesiones por llenarlo; si no tienes ni siquiera una cuenta Bancaria, mejor, ya que cuando mueras no te llevarás nada. Te irás desnudo así como has llegado.

Deja de derrochar el tiempo y corta con el círculo vicioso del ‘noventa y nueve’, no te obsesiones por el uno por ciento que falta. ‘Ahora’ es el tiempo de disfrutar y de celebrar; ahora es el tiempo de retirarse y ser; ahora es el tiempo de explorar la geografía interior porque, de la geografía exterior, se está ocupando la ciencia y lo está haciendo muy bien. ¡Aprende del mensaje de la ciencia!

Deja de pensar que cuando tengas la última moneda la obsesión se detendrá. Eso es mentira. Con el cien por ciento no se detendrá nada y el círculo vicioso continuará, porque no conoce el detenerse. La mente no sabe donde parar, seguirá sin detenerse hasta el mismo infierno. Y tú te arrastrarás como un mendigo a las puertas del psiquiatra. ¡Al menos, ten un poco de compasión contigo mismo!


Khishka

MARTINCHO Y EL ESPEJO

(¡Conviértete en un espejo!)

He oído que Martincho viajó a París como Director de Evaluación de las pinturas modernas de Picasso.

Entró en la sala de exposición pero, como era un hombre inculto, estaba completamente desfachatado. No tenía el menor sentido estético; era un hombre completamente vulgar, pero estaba allí como invitado especial. La sala era lujosa y enorme. Junto con otros se encontraba examinando cada uno de los cuadro y, de repente, se detuvo y miró a un cuadro muy detenidamente. Luego suspiró, moviendo la cabeza de izquierda a derecha:

-¡No comprendo. Es feo!

El guía, un crítico de arte, se mostró conmovido, y se limitó a decirle:

-Es Picasso. Ese cuadro es una de las cosas más valiosas de la sala. Ciertamente, necesita comprensión. Yo le digo que usted sólo necesita elevar su sentido estético y comprenderá.

Luego, en la siguiente pintura, también se detuvo mirando muy profundamente. Después dijo:

-Creo que también esto es Picasso.

El guía nuevamente intervino y replicó:

-Lo siento Señor, esto es sólo un espejo. Se está mirando a sí mismo en él.

La cualidad del espejo es siempre la misma, refleja. El espejo simplemente refleja, no discrimina nada. Martincho era realmente feo y Picasso debió de serlo también. Seguramente, eran muy parecidos. Uno podía confundirse fácilmente. Pero aun fueron feos, cada cual fue un genio en su propio camino.

Martincho fue un extravagante, famoso, un tipo con luces y sombras; Picasso fue un pintor, también con luces y sombras. Cada cual, por su modo de ser y hacer, tenía su pro y su contra. Había gente que le apoyaba y gente que le rechazaba. Es algo natural. En las cosas de la vida: Martincho es como un espejo; en cosas de Pintura, Picasso es como un espejo. Ninguno puede ser ignorado. Así es Cristo, Así es Buda, Así es Zaratustra, así es Einstein, como así son Picasso y Martincho.

Otro tanto son las denominadas así: Sagradas Escrituras. La Biblia, el Corán, el Gita, El Talmud, el Libro de los Vedas, etc. Son cumbres altas del patrimonio divino de la humanidad; son como espejos que reflejan tu ser y, por eso, no pueden ser ignorados. Pero se puede estropear su belleza cuando un grupo de gente se vuelve fanático de ellas, cuando ese grupo hace de ellas un mecanismo de justificación política o religiosa, con motivos de expansión, adoctrinamiento, condicionamiento… Entonces pierden toda su belleza e inocencia. Esto es la mayor calamidad que le ha podido suceder a los libros sagrados.

Así que si lees la Biblia o el Gita, u otro, por su puesto, te verás a ti mismo, tu propio rostro. Sé respetuoso con ellos. Ellos son absolutamente inocentes y están completamente vivos. Vale la pena leer con cariño, con sensibilidad, con poesía, con música, con encanto, incluso con lágrimas y con risa. Lo que no está bien es convertirlo en un mecanismo de justificación política o religiosa, es decir, convertirlo en doctrina, dogma, credo… La teología, la filosofía, el credo, el dogma, la doctrina, representan la corrupción o prostitución de las sagradas escrituras. Mira a Krishna, mira a Cristo, mira a Moisés, mira a Buda, mira a Sócrates, mira a Rimí, de quienes hablan la Escrituras, son hermosos para unos y son feos para otros y, sin embargo, representan tu ser, nunca te dan nada nuevo, simplemente te reflejan. He ahí su belleza. Ellos representan la cima más alta de la humanidad, la divinidad, la Suprema Ciencia.


Khishka

EINSTEIN

(Todo es relativo)

Un día Albert Einstein había llegado a la conclusión de que ‘todo es relativo, incluso el tiempo’ y el viejo mundo de la ciencia comenzó a reaccionar contra él.

Entonces todo el equipo de científicos se reunió con la finalidad de retar las afirmaciones de Einstein. El científico más anciano, el más reputado, planteó la siguiente pregunta:

- ¿Por qué y cómo afirmas que ‘todo es relativo, incluso el tiempo’?

Einstein contestó:

- Hay una cosa muy absurda que sucede: si un hijo tuyo va de viaje al espacio infinito en un vehículo que se mueve más rápido que la luz y regresa después de veinticinco años, seguirá teniendo la misma edad. Es decir, si se va con veinte años, cuando vuelva, seguirá teniendo veinte, pero sus amigos ya habrán alcanzado los cincuenta años aquí en la tierra. Tu envejecimiento depende de la velocidad del tiempo. Esto ¿no te parece absurdo?

El anciano refutó:

- ¿Cuál es la lógica de semejante argumento?

Y Einstein dijo:

- No puedo decir cual es la lógica, pero es así.

Incluso un gran científico como Einstein tiene la humildad para aceptar el misterio de la vida. Es decir, hay cosas que de las cuales no se puede decir nada. Suceden. Frente a ella no hay lógica que valga ni lógica que explique.

En otra ocasión le preguntaron a Einstein, teniendo en cuenta que en muchos de sus discursos y escritos habían constatado que él estaba en contra del matrimonio y todo lo que implica casarse con una mujer; y sin embargo llegó un día en que él se casó.

Ese mismo día, alguien le preguntó:

- ¿Cómo se explica que estando tan en contra del matrimonio ahora termines casándote?

Einstein contestó:

- Eso no requiere de ninguna explicación. Ahí no entra la lógica. ¡Esas cosas suceden!

La vida es irracional, es ilógico, y hay que aceptarla tal como es. No hay que forzar que la vida se encuadre a la lógica o a la razón. Hay que aceptarla. Y para aceptarla, tal como es, hay que crecer en consciencia de que las cosas son así y entonces, solo entonces, surge una profunda aceptación. Es decir, si dos y dos hacen cuatro aquí, bien; si dos y dos hacen tres allá, bien; si dos y dos hacen cinco en otro lado, bien; si una determinada moralidad es buena en Bolivia, la misma puede ser mala en China. ‘Todo es relativo’.

Así que todos los análisis de índole moral, cultural, incluso científico, sólo crean problemas en la vida, porque la vida está aquí y tú estás aquí. No se puede exigir nada, al menos, en el camino religioso. Religión no es otra cosa sino ‘dejarse ir’, fluir, flotar, tanto si las cosas son favorables o adversas.

Un chico, estando en el paseo del jardín, preguntó al profesor D. H. Lawrence:

- Profesor ¿por qué los árboles son verdes?

Lawrence contestó:

- ‘Los árboles son verdes porque son verdes’

La mejor respuesta religiosa frente a las cosas: ‘los árboles son verdes porque son verdes’. No se puede decir nada más. Toda explicación es inútil, vacua y tiempo perdido.


Khishka

CONFUCIO Y EL ANCIANO

(¡Mejor ser manos!)

Cierto día Confucio iba de camino hacia un pueblo y, de pronto, vio a un anciano de noventa años sacando agua de un pozo y regando su campo. El trabajo que hacía el anciano suponía mucho esfuerzo; era duro y el sol ardía.

Confucio pensó que, éste, a lo mejor no se ha enterado que ahora existían métodos menos primitivos como el que usaba el anciano. Por ejemplo podía usar caballos o bueyes para extraer el agua del pozo. Entonces se acercó al anciano y preguntó:

- ¿No has oído que ahora existen otros mecanismos? Puedes extraer agua muy fácilmente del pozo, y el trabajo que haces en doce horas se puede hacer en media hora. Los caballos pueden hacerlo, los bueyes también. ¿Por qué te estás esforzando innecesariamente? Eres ya un ancia¬no.

El hombre contestó:

- Siempre es bueno ‘trabajar con las manos’, porque siempre que se usan métodos astutos surge una mente astuta. De hecho, sólo una mente astuta utiliza mecanismos astutos. Por favor, no intente corrom¬perme. Soy un anciano, déjeme morir tan inocente como he nacido. Es bueno ‘trabajar con las manos’. Uno permanece humilde.

Confucio no añadió palabra alguna y volvió con los suyos. Los discípulos preguntaron.

- ¿De qué hablabas con ese anciano?

Él dijo:

- Ese anciano me dio una lección muy contundente; su argumento fue más que correcto.


‘Es bueno trabajar con las manos’ fue la respuesta del anciano a la pregunta de Confucio. Y es verdad: ‘cuando trabajas con tus propias manos no surge ninguna sombra en tu cabeza, no surge el ego; cuando trabajas con tus manos permaneces humilde, inocente, puro, natural, virgen, incorrupto, tal como has llegado a este mundo. Pero cuando comienzas a usar mecanismos astutos que te dan la sociedad, las instituciones, la cultura, la religión, la política, entra la cabeza.

Fíjate bien: la gente que trabaja con la cabeza es denominada, técnicamente, cabeza, superior, jefe, presidente, etc. Incluso ser un director, un oficinista, un profesor, es ya suficiente infierno. ¡No seas un cabeza! ¡Mejor ser manos! ¡Mejor ser un don nadie! Así no contraerás ningún complejo. Tu mismo ser será una gratitud a la madre Existencia.


Khishka