viernes, 3 de julio de 2009

DE MONJAS Y BORRACHOS

(Camino a la inmensidad)

Un borracho pobretón iba por la acera de la calle y al verla aparecer por la esquina, y por la misma acera, a una monja, fue a su encuentro muy cordialmente y, acercándose reverentemente, expuso:

- Hermana… ¡Qué bueno que le encuentro! Le estaba buscando para que me ayude, aunque sea con unas moneditas. Míreme no tengo nada para comer, vine del campo buscando trabajo y hasta ahora no he encontrado…

La hermana no cayó en la cuenta de que era un borracho que estaba buscando ayuda para sus gustos particulares. Le dijo:

- ¡Está bien! Le voy a ayudar. Nada más que ahorita no tengo cambiado, no tengo ni una moneda en el bolsillo. Pero vamos hasta la otra cuadra, donde está mi casa, allí si tengo monedas.

Llegaron a la puerta de su casa. Abrió el candado rápidamente y entrando con las cosas que había comprado en el mercado, llamó a la hermana Fulgencia y, estando ésta atenta, indicó:

- Hay un hombre en la puerta que me pidió ayuda y yo le dije que sí, pero resulta que no tengo dinero cambiado, ¿tú tienes? La otra contestó afirmativamente y por eso aceptó ir a la puerta a despedir al hombre con una limosna.

Mientras tanto, el pobretón, como llevaba a escondidas un letrero que decía: ‘SOY MUDO, AYÚDEME POR FAVOR’, se colgó el pecho y la esperó, al darse cuenta de que era otra monjita la que iba a socorrerle con la limosna. Y cuando Fulgencia se dio cita, viendo al hombre y su letrero colgado al pecho, simplemente, se sensibilizó bastante y sacó un billete de cincuenta pesos. Le dio en las manos y el supuesto ‘mudo’, después de haber recibido tanta gratitud, dijo muy afectuosamente dando un beso al billete:

- ¡…Muchas gracias Hermana! Y con el rostro radiante se retiró del lugar.

Entre tanto, la monjita, dándose cuenta de que no era un mudo verdadero, inclinó la cabeza, se mordió la lengua, y retornó al interior de su casa, lamentando con cierto humor su propia ingenuidad.

La astucia y la ingenuidad son dos amigas muy antiguas y muy nuevas. Gracias a ellas las polaridades logran convivir y, a veces, logran disolverse. Se disuelven, especialmente, en almas que han alcanzado el estado de la inmensidad y la virginidad. Las dos amigas, como la alegría y el lamento, forman parte de un mismo juego, el juego de la vida. He ahí su belleza.

Una joven muy guapa llegó a las puertas del cielo y fue interrogada por San Pedro:

- Mientras estuviste en la tierra, ¿te abandonaste a la promiscuidad, a fumar, a bailar, a odiar o cualquier otra forma de maldad?

Escuchando semejante pregunta, la joven protestó enérgicamente:

- ¡Nunca, nunca!

Y prosiguió el Portero:

- Bien, entonces ¿por qué no te presentaste antes? ¡Llevas muerta hace muchos años!

Lo único que existe es el baile de la existencia. La danza del amor y del odio, la danza del Bien y del Mal, de Dios y del Diablo, del niño y del viejo, del nacimiento y de la muerte, de lo frío y de lo caliente, de la lógica y de la ilógica, del macho y de la hembra, de lo racional y lo irracional, la eterna fiesta de contrarios que, realmente, no lo son. Ambas polaridades son verdaderas, no hay contradicción alguna. Conocer la vida es conocer ambas, en su inmensidad, porque la existencia es vasta, contiene todas las –aparentemente– contradicciones.

Le preguntaron a Walt. Withman:

- En uno de tus libros dijiste una cosa y ahora nos dices otra, ¿cómo nos explicas esa contradicción?

Él contestó:

- No hay ninguna contradicción entre ambos: ‘soy inmenso, contengo todas las contradicciones’.

Cualquier persona sana, plena, madura, es aquel que ha vivido ambas, ha vivido su vida de muchas maneras, buenas y malas, como santo y como pecador, quien ha experimentado todas las variedades de la vida, todas las posibilidades, esa es la persona sabia. Ahí reside su belleza, su encanto, su riqueza y su gloria.

La vida es la convivencia de la astucia y la ingenuidad, de la alegría y el lamento; es la convivencia de pares, es la historia de dos; es establecer lazos; es saber caminar entre ambas; y no sustraerse de ella por razones morales –que no es sino una enfermedad generalizada en el Occidente– es el principio de la sabiduría. Porque si no conoces ambas cosas te pierdes el baile, la fiesta, la danza, la celebración, el convite, y te volverás neurótico, esquizofrénico, incompleto, un miserable fragmento, en suma, un cadáver.

¡Estás sano si fluyes en todas las direcciones como un todo inmenso, inabarcable e inconmensurable!
Khishka

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