martes, 18 de agosto de 2009

EL PAN O LA COMIDA

(Sobre una dieta correcta)

¿Cómo se reparte el pan en todo el mundo? La distribución del pan a nivel mundial nunca ha sido equitativa. Se ha hablado mucho de equidad, como de igualdad, libertad, democracia, derechos humanos y cosas así, pero ninguno se realizó plenamente, es decir, nunca pisaron tierra esas ideas, solo existen en la mente política. Una parte de la gente muere de hambre y otra parte muere por comer demasiado. Esa es la realidad. Una persona puede vivir sin comer nada, por lo menos, más de tres meses; pero una persona que sólo come no vivirá quizá ni tres meses. De modo que los que más mueren son los que comen más y son pocos los que mueren de hambre.

Fíjense en lo que dice el Chavo: ‘los animales que comen carne se llaman carnívoros, los animales que comen plantas y hierbas se llaman herbívoros, los animales que comen frutas se llaman frutívoros, y los animales que comen de todo se llaman ricos’. Debido a la equívoca forma de repartir el pan muchos estudiosos han clasificado la humanidad en ricos (los que mueren de sobrealimentación) y pobres (los que mueren de hambre).

EE. UU. es el mayor productor de obesos a nivel mundial y, por eso, en ese país, la obesidad es una enfermedad mortal. Ya no saben qué hacer. Europa y Japón no están lejos, aunque han sido un poco más cautos en este asunto. En la historia de la humanidad hubo emperadores como Nerón que supo encontrar el placer de comer. Imagínense, comía cada veinte minutos. Claro él tenía todas las posibilidades económicas que tú no puedes porque era emperador. Tenía muchos médicos que cuidaban de él. De modo que siempre que comía, uno de los médicos, le ofrecía un químico para vomitar y, luego, descansaba unos veinte minutos y otra vez comía. Se pasaba el día comiendo, la noche no contaba para él. Sólo vivía para comer. De modo que su ritmo era: comer, vomitar, descansar veinte minutos y otra vez comer, vomitar, descansar veinte minutos y así sucesivamente. ¿Qué clase de vida es esa? ¡Hace falta una dieta correcta!

Hay gente de mente tan estúpida que por cuidar la figura de su cuerpo no come, se abstiene, sólo come hierbas como las vacas, dice que es vegetariano y está contra la violencia. Gente así ¿cómo puede estar contra la violencia? Es absolutamente absurda que esa gente esté contra la violencia, porque él mismo se está haciendo violencia, y violencia contra su propio cuerpo, y aquel que violenta su propio cuerpo ¿cómo puede ser una persona sana? ¡Imposible!

También hay gente como Nerón que sólo vive para comer, siempre que lo ves está comiendo y vive la vida de un puerco. Quizá ni eso. Se infla como un globo. Se hace una verdadera bola de grasa. Sus cachetes comienzan a colgar, la panza crece y crece, parecen embarazados de una multitud de puerquillos, algunos parecen tener un escritorio incluido, comparar con un chancho no es nada, es más que un puerco, un verdadero monstruo. ¿Qué clase de vida es esa? Esa gente ya no come sino engulle todo. Y si se sienta en una silla, ¡pobre silla! Lo que tiene que soportar, si es que logra soportar. Y si se pone a dormir se desparrama por toda su cama. ¿Qué clase de vida es esa? ¡Hace falta una dieta correcta!

Ocurrió en una familia clásica. El esposo trabajaba y la esposa se quedaba en casa, haciendo los quehaceres domésticos. Un día la esposa preparó la comida, los chicos llegaron de la escuela y el padre no llegaba nunca. Todo el resto de la familia estaba a vueltas en la casa, debido al hambre apremiante. Y peor aún, a la señora le pasaba infinidad de cosas por la cabeza porque era muy celosa, pues en esa familia había la costumbre de que si no está el jefe de casa no se puede proceder con el desayuno, el almuerzo y la cena. En ese tiempo no había teléfono celular para comunicarse. Pero a la una y media de la tarde alguien se asomó al zaguán, y era el esposo. La mujer estaba molesta de remate. Pero se puso a servir en la mesa, no pudo contenerse y empezó a lanzar pestes contra el marido… Le dijo de todo… Y el esposo que estaba cansado, engulló la comida a una velocidad de cien por hora, dejó todos los servicios y volvió a su trabajo apresuradamente.

Ésta actitud es sólo un ejemplo para decir que ¡no tienes una dieta correcta! Cualquiera que sirve la comida con un genio colérico, con rabia, con celos, con fastidio, con preocupación, sufrimiento, y demás, está sirviendo veneno en la mesa. Si está así sería mejor que se encierre en su cuarto o bañarse con agua helada para que le pase todo el disturbio mental y la comida sea comida que da fuerza y vigor al cuerpo. Tú ¡nunca sirvas comida cuando estás en un estado de absoluta tensión! No lo hagas por favor. De la misma manera: si estás en un estado de rabia y enfado, no comas, espera un poco, sino ¡te va a dar diarrea! ¡Tu estómago se paralizará! Por favor ¡Ten compasión de tu cuerpo!

Estuve leyendo el siguiente pasaje experimental de Paulov, un psicólogo ruso. Él solía hacer experimentos con gatos y con perros. Un día dio de comer al gato y luego lo metió en una caja de rayos X, para ver qué sucedía con la comida en el estómago del felino. En cuanto la comida llegaba al sitio adecuado del estómago comenzaba a generar un líquido gástrico para digerir la comida. Justo en ese momento, cuando el organismo del gato digería, largó un perro que comenzó a ladrar y se apoderó del felino un miedo enorme que su estómago quedó paralizado, dejó de digerir durante dos horas y más. ¡Pobre Gato! Su vida se transformó en un verdadero infierno. Fue víctima de una verdadera parálisis provocada por la presencia del perro. Casi murió.

Eso es lo que ocurre cuando la comida no se sirve de manera adecuada, relajada, sosegada, festiva, con alegría y gratitud. Hay personas que generan disturbios justo cuando estás a punto de comer, justo cuando te sientas a la mesa, justo cuando has probado el primer bocado. Estas personas son los verdaderos perros criminales. Por eso, durante la comida, ¡nunca discutas! ¡No seas un perro! El momento de la comida es el momento más bello. Es un momento de celebración, es un momento de alegría, es un momento festivo. Por eso el comedor debe ser un lugar sagrado, un verdadero templo.

El acto de comer debería ser un acto de devoción, de dicha y gracia, de alegría y paz, un verdadero culto. Comer tendría que ser un acto no violento, esto es, no algo que tendría que hacerse a la carrera o a la rápida porque estás alimentando a tu cuerpo, ese cuerpo a través del cual estás conectado con toda la Existencia. Comer se debería hacer en un estado de absoluta gratitud y agradecimiento. Si haces estas cosas tendrás una dieta correcta.

Una dieta correcta es necesaria para la sanidad de tu cuerpo, ese cuerpo que no te lo has merecido, te ha sido regalado por la naturaleza a ti y a nadie más. Fíjate cómo comen los niños, con qué alegría, con qué alborozo, con qué éxtasis. Un niño cuando come irradia éxtasis, parece una bestia hambrienta, se pringa todo, se chupa los dedos, demuestra poca civilización. Tú que dices que eres gente civilizada, comes a la carrera, la alimentación en vez de darte salud te proporciona enfermedad, comes con infinidad de preocupaciones que se cruzan por tu mente, comes mecánicamente. Pero si tuvieras una dieta correcta podrías disfrutar de la comida, puedes sentirlo, puedes gustarlo, puedes comer con sumo agradecimiento y gratitud. Comer sería tu auténtica religiosidad.

En la comida todo tu cuerpo tendría que estar implicado, todo tu cuerpo tendría que celebrarlo y, para celebrarlo, deberías escuchar atentamente la voz y la vibración de tu cuerpo porque, tu cuerpo, es más sabio que tus supuestos consejeros, médicos y eruditos, sabe exactamente cuánto y qué cosas necesitas.

Si tienes pesadez y somnolencia, después de cada comida, es señal de que tu dieta no está siendo correcta. La dieta correcta depende de tu estado mental, depende de tu alma, de tu psiquis, de tu cuerpo y de tu química. Para comer tienes que estar en un estado totalmente íntegro y relajado, uno con la Totalidad. Sólo así tendrás una inmensa fuerza de voluntad. ¡Afortunados son los que tienen la dieta correcta!
Khishka

BUFÓN VESTIDO DE MONJE

(Democracia, un engaño de remate)

En lo que respecta a la democracia, toda la humanidad ha sido engañada. Ese engaño es una verdadera conspiración contra el ser humano. Hay que eliminar y deshacerse de toda esa democracia que se predica en la cúpula de los poderes de todo el mundo pues, de hecho, sus días están contados. La democracia no es sino una ilusión, un mito, una idea… En ella no hay ninguna luz en absoluto. Por eso el mundo está casi oscuro, la lámpara está apagada, pero la gente dormida sigue convenciéndose de que la lámpara está encendida y dando luz. Esa convicción es absolutamente falsa. Tus políticos, tus sacerdotes, tus supuestos sabios, tus abogados, tus periodistas, tus profesores y demás te siguen engañando diciéndote que la democracia, junto con la seguridad, la libertad… son una luz encendida que ilumina. ¡No hay una mentira más grande que la democracia! Tú estás obligado a decir que la lámpara está encendida porque la mayoría de la gente, adoctrinada por estos personajes del circo, parecen convenir o estar de acuerdo en torno a una idea determinada. Como has escuchado decir que la democracia conviene ser conservada, aunque fuera a regañadientes, también has empezado a decir que la democracia es lo máximo. Te muestran sus beneficios para la humanidad y tú empiezas a ver esos beneficios que no existen más que en la mente de los que predican.

Me han contado una bella historia de un bufón que hizo de las suyas del gran Alejandro. Ten mucha atención.

Cierta vez hubo un bufón que decidió sacarle buena cantidad de plata al emperador Alejandro Magno. Con ese fin se vistió de monje y se fue donde el soberano. Le dijo:

- Su majestad, ahora que has conquistado toda la tierra y has puesto a todos tus enemigos debajo de tus pies, ya no te corresponde usar la misma ropa de un rey corriente sino la de los dioses. Por eso, os ofrezco traer la ropa que usan los dioses.

El rey se sintió ávido, alagado y sublimado, tras haber escuchado las palabras del bufón disfrazado de monje.

Se dijo a sí: - ¿Cómo es que exista la ropa de los dioses y que éste monje lo sepa? Pero a lo mejor es verdad y, si fuera cierto, yo sería, en toda la historia de la humanidad, el primer hombre sobre la tierra que habría usado la ropa de los dioses. ¡Esto suena maravilloso! Luego hizo un poco de silencio y dijo al bufón:

- De acuerdo, ¿y cuánto me costará?

El hombre dijo:

- Te ha de costar, mínimamente, diez millones de pesos, porque llegar donde los dioses cuesta mucho dinero. Aquí los hombres cobran pero, allá, los dioses también son más listos y sobornan. Los hombres se conforman con poco dinero pero los dioses sólo lo hacen cuando ven buena cantidad de dinero. Por eso hace falta una buena suma.

El rey dijo:

- Bueno, no hay problema. Pero ten en cuenta, si me engañas te costará la vida. ¿De acuerdo? –Preguntó el rey–.

El otro afirmó:

- Sí, de acuerdo.

Y el rey continuó:

- De ahora en adelante pondré muchos guardias y bien armados rodeando tu casa.

Y el hombre recibió los diez millones de pesos y puso su casa bajo vigilancia. La gente no podía creer lo que estaba sucediendo, estaba sorprendida, asombrada y absorta.

La multitud se preguntaba: ¿dónde están los dioses y dónde está su cielo? Ese hombre no parece especial como para que sepa algo sobre la traje de los dioses.

Entre tanto el bufón se entró a su casa advirtiendo a todo el mundo:

- ¡Dentro de seis meses veréis la ropa de los dioses!

La duda se apoderó de la multitud al escuchar la advertencia y el rey parecía muy confiado, porque estaba bajo vigilancia estricta. No se podía es­capar ni podía engañarle.

Después de seis meses salió de su casa con una hermosa caja en las manos y muy delicadamente tomado, y escoltado por los guardias, se presentó en la corte del emperador Alejandro porque el tiempo se había cumplido.

Para el acto toda la multitud había sido convocada y delante estaban los reyes de otros reinos y emperadores de otros imperios. El hombre, en presencia de la corte, muy reverencialmente, se acercó a los pies del rey y cuidadosamente apoyó la caja en el suelo. Abrió la tapa, metió la mano y sacó una mano vacía. Luego dijo al rey:

- Éste es el turbante y la ropa de los dioses.

El rey lo miró y dijo:

- No veo ningún turbante ni ropa, tu mano está vacía.

El hombre dijo inmediatamente:

- Su majestad: permíteme recordarle una cosa: los dioses han dicho que sólo la persona que sea hijo de su padre podrá ver el turbante y el traje. ¿Ves ahora?

El rey dijo:

- Sí, claro que lo veo.

Evidentemente, no había ningún turbante ni ropa y las manos del bufón estaban completamente vacías. Pero todos los cortesanos empezaron a aplaudir y exclamar sin haber visto ni la ropa ni el turbante:

- ¡Nunca hemos visto una ropa y un turbante igual. Es precioso, único, maravilloso, extraordinario. Es una ropa y un turbante jamás visto!

Debido a lo que estaban tan maravillados los cortesanos, el emperador se vio comprometido en la situación. Y el hombre dijo al rey:

- Quítate tu ropa y tu turbante, y ponte éste.

El rey se quitó el turbante, el abrigo, la camisa y se puso en serios aprietos cuando sólo le quedaba la última prenda. Se quedó desnudo, pero todos los cortesanos gritaban en voz alta para que los demás no dudaran que era hijo de su padre:

- ¡Qué ropa maravillosa! ¡Qué turbante! ¡Es realmente divina! ¡Nunca hemos visto cosa igual!

La multitud también comenzó a elogiar la ropa y el turbante, pero el rey empezó a asustarse y a dudar de sus propios ojos. Por una parte tenía miedo que la corte viera su desnudez y, por otra, que todo el mundo supiera que no era hijo de su padre. Finalmente le pareció mejor aceptar la desnudez y así por lo menos salvaría el nombre de su padre, y no se difamaría su dinastía. Pensó para sí:

- Como mucho, la gente me verá desnudo; qué importa. Además, si todo el mundo está elogiando la ropa, de­ben tener razón. Son la mayoría. Quizá la ropa esté realmente ahí y sea yo el único que no la ve. Y, para evitarse complicaciones innecesarias, se quitó la últi­ma prenda y se quedó completamente desnudo.

Entonces el hombre le dijo solemnemente:

- ¡Oh… rey! ¡Por primera vez ha descendido la ropa de los dioses sobre la tierra. ¡Eres el único afortunado! Deberías hacer una procesión y dar la vuelta a toda la ciudad en un carruaje.

El rey estaba todavía más asustado, pero no tenía otra salida. No podía negarse. Le trajeron un hermoso carruaje y lo llevaron de procesión por toda la ciudad. Todo el mundo vio la procesión. Nadie se quería perder la oportunidad. Toda la gente elogiaba la ropa en voz alta: ¡qué ropa tan bonita! ¡Qué ropa tan maravillosa! ¡Que ropa tan divina! Sólo un niño que estaba entre la multitud, sentado sobre los hombros de su padre, exclamó:

- ¡Padre, el rey está desnudo!

El padre dijo:

- ¡Idiota, cállate! Eres pequeño, no tienes experiencia. Cuando tengas experiencia tú también empezarás a ver la ropa. Yo puedo verla. Todos la podemos ver, ¿crees que nos hemos vuelto locos? ¡Cállate!

Sí, evidentemente, estás loco de remate. Siempre sucede así: los niños suelen decir la verdad, pero los mayores no les dan crédito porque tienen más experiencia y, su experiencia consiste en creer lo que dice la multitud, la masa, la mayoría, la cultura, sin haber visto la verdad. Así el ser humano está atrapado en un engaño colectivo llamado democracia. Y cuando todo el mundo está engañado no puedes ver la realidad porque, la verdad y la realidad, están reservadas a los ojos limpios de un niño.

La lógica es sencilla: si toda la multitud está gritando cosas sobre la ropa y el turbante, tú dices: deben estar en lo cierto. Toda esa multitud no puede estar equivocada. Son la mayo­ría. Cuando todo el mundo coincide en lo mismo, dices: debe ser cierto, y es así como te parece muy cómodo estar del lado de la multitud, porque si dices lo contrario corres el riesgo de quedar sólo y parecerás el único idiota del mundo.

Por eso estar del lado de la verdad y de la realidad genera miedo e inseguridad, prefieres estar a favor de la multitud que va exhibiéndose por calles y plazas, gritando vivas a favor de una idea como la democracia. En el fondo estás haciéndote el payaso. Y así es como tú mismo te prostituyes y sepultas tu pureza. En otras palabras, tú te embarras y la ficción florece, adquiere carácter de real.

Por eso te digo: ¡NO HAY UNA MENTIRA MÁS GRANDE QUE LA DEMOCRACIA! Es una simple creencia exactamente igual que el comunismo. Ambos son una especie de pseudo-religión. Así que, lo que consideras democracia, es un simple engaño, una simple idea, una simple creencia, y los más estúpidos han dado su vida por ella, otros han matado gente inocente, han hecho guerras, han sembrado luto y dolor en su nombre. ¡No sigas siendo víctima de ese engaño! ¡Ten el valor de probar otras formas de hacer política!
Khishka

ESCAPISTA

(La huida de sí)

Sonia era una muchacha muy guapa, la más hermosa de su pueblo. Su bello cuerpo cautivó la mente de los pueblerinos. Jóvenes y viejos solían ir detrás de ella sólo para mirar la belleza de su figura. Incluso algunos niños estaban admirados de su encanto.

Un padre de familia preguntó a su niño precoz de seis años que admiraba a Sonia:

- ¿Te gusta la vecinita del frente? ¡Es una niña re-guapa!

El niño respondió:

- ¡Bueno…! No es Sonia, pero no está tan mal.

La psicología de la mayoría de la gente funciona así. Los concursos de belleza que solían ser auspiciadas por algunas instituciones de su pueblo, siempre acostumbraban estar a su favor. Nadie dudaba de su belleza. Tenía su propio monopolio respecto de la mente de los suyos.

Posteriormente apareció una enfermedad jamás vista en la región, la Viruela. La gente comenzó a enfermarse y Sonia vio cómo quedaba la gente, tras la travesía de la epidemia: desfigurada. Le entró un miedo insoportable y se sintió obligado a huir de su pueblo para cuidar su belleza.

Preparó sus pertenencias y se fue hacia San Marcos. Estando allí, sólo unos días, se enteró que la epidemia también había llegado allí, entonces se fue a Santiago, el otro pueblo que estaba al frente de los cerros. No pasó mucho tiempo, llegó la noticia de que un niño, en el seno de una familia pudiente, padecía de ese mal que cubría de granos todo el cuerpo. Ella, habiéndose enterado, inmediatamente, alistó sus cosas y se fue a San Juan, el otro pueblo cercano a Santiago. Pero apenas llegó tuvo la noticia de que la mitad de la gente padecía la pandemia, así que compró un nuevo boleto en el colectivo que estaba saliendo directo a San Pedro, una aldea ubicada casi en la frontera misma del vecino país, por tanto lejos de San Juan. Se fue allí, pues en esa aldea tenía algunos conocidos y familiares. Allí todo estaba bien y vivió varios meses.

En ese tiempo no había vacuna alguna para prevenir la enfermedad y, además, los médicos recomendaban que fuera mejor no huir de ella y que una vez experimentado, ella misma se iba y nunca más volvía uno a contraer la epidemia. Y Sonia, estando en San Pedro, un poco más calmada, una tarde recibió un mensaje de que la enfermedad había llegado y no tuvo otra salida sino huir de allí hacia su aldea de origen, sabiendo que esa enfermedad ya había pasado. Llegó de retorno a su casa, después de una amarga andanza pero, como la epidemia la estaba esperando, en su propia casa, cayó enferma. No tuvo más remedio que aceptar y pasar por ella. Las ampollas se apoderaron de su esbelto cuerpo y terminaron desfigurando el rostro de la joven. Su padre contrató al mejor médico del pueblo para que haga algo, pero nadie pudo hacer nada. ¡Eso debía pasar!

Así es como la gente escapa de sí mismo. ¡No seas un escapista! ¡No vivas la vida de Sonia! ¡No conviertas tu mismo ser en un fantasma! Ten el coraje de mirarte la cara y descubrir tu propio centro vital. ¡Enfréntate contigo mismo! Cobardes abundan. Tú ¡vive peligrosamente, siempre al filo de la navaja pues, sólo así, se agudizará tu alerta! No huyas de ti mismo valiéndote de la sociedad, de los amigos, de las agrupaciones, de las multitudes, de las cofradías, de las fraternidades, de los compromisos, de las ayudas caritativas, de las instituciones. Todas son formas y pretextos para huir de uno mismo. No te hacen más que un cobarde, un esclavo, un mendigo, un mediocre. Pero ese modo de huir tiene serias consecuencias para el alma pues, tarde o temprano, tu mismo ser te lo cobrará muy caro, porque la mente puede colapsar en cualquier momento.

La enfermedad actual es la mente y la mente es como un fantasma, es decir, no real, pero te jala por todos los lados y te convierte en un simple avestruz, escondiendo su cabeza para no ver el peligro. Corres para allá, corres para acá, corres y corres –como si tuvieras diarrea– no dejas de correr, vas de compromiso en compromiso, por miedo de estar sólo, por miedo de enfrentarte con tu propio rostro, con tu propio ser.

Hace muchísimos años el ser humano aprendió a escapar de sí. Ahora el ‘estar sólo’ le provoca miedo y angustia porque, la soledad, es capaz de mostrarle su verdadero rostro. Por eso ha empezado ha crear diversos métodos como los ritos, rezos, templos –el primitivo modo de huir de sí– y, en los últimos años, ha inventado la televisión, el cine, el Internet, juegos electrónicos, la utilización de las drogas, que se está masificando últimamente en EE. UU. y Europa, etc. todo con la finalidad de escapar de su propio rostro. Así las drogas y los entretenimientos fueron creados para paliar su miedo ante la propia soledad.

¡Deja todas las formas de huir de ti mismo! ¡Ten el coraje de ver tu propio rostro! Sólo así alcanzarás la divinidad. ¡No huyas de aquello que es tu propia naturaleza! La soledad. ¡Aprende a estar sólo, sosegado, descansado, relajado…!
Khishka

EL MONJE Y SU PERRO

(La confianza en sí)

Éste era un monje, el abad de un monasterio que acostumbraba premiar a su perro. El premio consistía en darle un chocolate, que llevaba en el bolsillo de su túnica, toda vez que el animal hacía algo extraordinario y demostraba una obediencia tal como su amo exigía lo exigía. Con el tiempo, la mascota, se fue haciendo muy hábil en el oficio, es decir, con un salto y de un bocado solía coger los bombones.

Cierto día, el monje, en su inconsciencia, puso junto a los chocolates su reloj de mano y, sabiendo que en ese bolsillo siempre estaban los dulces. Una vez, cuando la mascota se le acercó, él, como de costumbre, metió la mano al bolsillo e inconscientemente tomó el reloj y se lo dio al perro. Éste lo tomó de un bocado y se lo tragó.

Posteriormente, el abad, echó de menos su reloj de mano y buscó junto con los novicios por todos los rincones del monasterio sin poder encontrar. El extravío fue tan misterioso que no pudo caer en la cuenta de que el reloj estaba en la panza del can. Luego sucedió que el perro se puso mal. Llamaron al veterinario del barrio para que los examinara a fin de saber qué es lo que tenía el animal. El especialista sólo pudo decir que comió algo que le hizo mal. Y viendo los dolores que sufría la mascota todos los monjes sintieron lástima, pero nadie pudo hacer algo. Finalmente el perro murió y todos consideraron su ausencia.

Una vez muerto el animal, el especialista, pidió permiso al dueño para abrir la panza de la mascota a fin de saber, con certeza, qué es lo que causó su deceso. Y cuando la estaba examinando todo el organismo del canino dio con el reloj que estaba dentro y marcando el tictac. Así descubrieron que el reloj buscado y rebuscado por todo el monasterio estaba en el estómago del can. Nadie podía creerlo, ni siquiera los novatos, ni el propio dueño de la mascota. Pero todos tuvieron que quedar conformes con saber debido a que murió el perro del abad.

Se dice que el perro es el amigo más fiel del hombre, y hay algo verdadero en ello. Cuando lo crías, desde pequeño, el animal aprende a confiar plenamente en su amo. Su confianza es ciega y absoluta. Es como un niño que confía ciegamente en su madre porque de ella depende su seguridad, su vida depende absolutamente de la madre. Por eso los niños y los animales comparten el mismo estado de inocencia natural. Los animales se quedan en ese estado, en cambio, el niño no, pues con el tiempo, debido a su naturaleza, va evolucionando porque su inocencia inconsciente es potencial, es decir, tiene la posibilidad de convertirse absolutamente consciente. Puede alcanzar su divinidad.

Por eso, en lo que a espiritualidad se refiere, la confianza natural inocente tendrá que ser trascendido para convertirse en una confianza mayor, la confianza absoluta pero consciente en uno mismo. Uno no tendrá que confiar en nadie más que en él. Las ofertas exteriores pueden servir como muletillas para alcanzar la confianza absoluta, una confianza absoluta pero consciente. Las ofertas exteriores deberán ser máximamente como andamios que ayudan a construir un edificio, nada más, pero una vez que el edificio está, se los tiene que retirar porque ya no serán útiles. Han cumplido con su deber. Así todas las muletillas y los andamios habrán colaborado al desarrollo natural de todo ser humano. Es comprensible, hasta cierto punto, que un niño pueda tragar todo debido a su vulnerabilidad e inocencia inconsciente, pero una persona madura no, no puede caer en una actitud tan infantil.

Sin embargo, lo que a lo largo de la historia se ha venido haciendo es eso: uno traga todo lo que la sociedad le da, lo que el político le da, lo que el sacerdote le da, lo que el médico le da y el individuo, poco a poco, se va volviendo esclavo y, ahora, la locura y el suicidio global están a la vuelta de la esquina, porque desde pequeño has sido condicionado como cristiano, como musulmán, como hinduista, como comunista, capitalista, neoliberal, demócrata, o como cualquier ente sectario; te has convertido en un simple tragamonedas o un traga basuras; y has terminado engullendo relojes en vez de chocolates. De hecho otros te han dado explosivos bañados de chocolate y cuando explosiona te declaras teísta o ateo, en toco caso, un extremista. Eso es lo que han venido haciendo tus religiones y tus políticas. Ya no eres dueño de ti mismo; ya no eres un emperador o un rey de ti mismo; son otros los chacales que reinan sobre tu ser. ¿Cómo has podido olvidarte de ti mismo? ¡Has vendido tu sacralidad a tan bajo precio!
¡Comienza a confiar en ti mismo! Es más: ¡no confíes en nadie más que en ti! Y en esa confianza absoluta en ti mismo, sentirás en carne propia cómo la Existencia te protege, te da su ternura, te abraza, te cubre con sus manos como una madre a su niño pequeño. Y en ese estado consciente te es devuelto tu libertad, tu pureza virginal, tu inmensidad y tu hermosura original.
Khishka