viernes, 3 de julio de 2009

PEREGRINO

(Los beneficios de la movilidad humana)

Un joven tenía la vocación de peregrino. Y un día preparó su mochila, su cantimplora, un libro, y todas las provisiones necesarias para la gran aventura. Se despidió de los aldeanos y se puso en marcha.

Caminó durante toda la media jornada y llegó a un arroyo donde descansó un rato, tomó agua, se mojó la cabeza, se puso el sombrero y siguió adelante. Al final de la jornada llegó a una gran aldea, entró en la plaza y, en uno de los asientos, se sentó y disfrutó de la brisa fresca que circulaba por el sector.

Había chicos y chicas que pasaban, algunos volvían del colegio, niños y niñas jugando en el parque, haciendo deporte, las venteras desarmaban sus puestos de venta, recogían sus productos de comercio en carretillas y carretones, algunos cargaban en sus espaldas, otros tenía sus cargadores. En la aldea no había automóviles, entre taxis y colectivos. Él descansó un rato y buscó alojamiento para pasar la noche. Por suerte encontró, casi al salir de la aldea, un aldeano muy generoso y lo acogió en su casa.

Durante la noche hablaron de muchas cosas y, entre las más importantes, fue la confesión del peregrino que, lo que estaba haciendo, era una de las aventuras más grandes de su historia personal. Había deseado durante toda su niñez y que en su juventud tenía que llevar acabo. Su objetivo era caminar y conocer las aldeas más cercanas y lejanas de su país.

Al día siguiente, antes de despedirse, al buen acogedor, le regaló uno de sus libros favoritos: ‘El libro de los abrazos’ de Eduardo Galeano. El buen hombre se quedó muy agradecido y, él también, no queriendo quedarse atrás le regaló su collar hecho de semillas del campo queriendo significar la hospitalidad de toda la gente de la aldea. Y así, el joven, partió rumbo a otro pueblo.

Estando ya en camino, se encontró con unos pastores de cabras que iban al campo a pastar sus animales. Estos, al verlo, se pusieron a conversar con él. Hablaron sobre la aventura de pastorear, los animales dañinos, el cuidado de las cabras, los beneficios de criarlos, etc. Y después de haber acompañado un buen trecho el peregrino siguió adelante en la marcha. Pero, antes de despedirse, los pastores le ofrecieron queso y tostadillas; en cambio, el joven peregrino, unas galletas. Tras el momento de compartir se separaron deseándose un buen viaje.

El peregrino siguió caminando y caminando hasta dar con otro pueblo, esta vez un pueblo viejo, del que sus abuelos habían hablado tanto y que, ahora, debido a la migración de la gente a las ciudades, mostraba un rostro envejecido y sin futuro. Parecía un pueblo sin vida. Entró por sus calles y, en una de ellas, había gente reunida y bebiendo. Había música y un poco de baile. Parecía una sala de diversiones donde se podía beber chicha, jugar cacho, contar chistes, bailar con las muchachas del pueblo. El joven se incorporó a la banda y, entre otras cosas, contó lo siguiente:

Cierta vez, en una especie de boliche, estaban reunidos un alemán, un francés, y un Boliviano, discutiendo sobre aquello que era ‘lo más veloz del mundo’. El alemán comenzó diciendo que ‘lo más veloz del mundo’ era el rayo, porque nadie puede calcular en qué tiempo, exactamente, un rayo cae en su objetivo. Entre tanto, el francés decía que ‘lo más veloz del mundo’ era la luz cuyo efecto no se puede calcular en qué velocidad cubre toda la tierra, por decir, el sol. Y finalmente tocó proferir al boliviano, sobre lo que era ‘lo más veloz del mundo’. Éste dijo que: ‘lo más veloz del mundo’ es la diarrea y lo que habían dicho antes estaba equivocado. Además añadió: ‘lo digo por experiencia’. El alemán y el francés se quedaron un tanto atónitos y preguntaron:

- ¿Por qué dices que es la diarrea?

El boliviano contestó:

- Porque, el otro día, corrí como un rayo, encendí la luz, y ya me había cagado…

Cuando esto contó a los de la banda, todos irrumpieron en carcajadas y se sirvieron un buen tutumazo de chicha. Estaban todos bastante entonados y empezaron a hablar de los chinos. Y entre ellos, uno de los bandoleros contó:

Resulta que un chino estaba aprendiendo español. El restaurante donde solía acudir era también español y, como era el único lugar donde servían comida china, llegado la hora de comer, acercándose a la ventanilla de atención preguntó:

- Señol, ¿tiene aloz flito?

El mesero, que era griego y trabajaba allí, se hizo al tonto y queriendo escuchar otra vez, pidió que repitiera su pronunciación graciosa. Dijo entonces:

- ¿Podría repetir señor?

El chino tuvo que repetir una vez más. Luego, el griego, que se moría de la risa, trajo lo pedido y, el chino, se sirvió semi-gustosamente. Dijo para sí: voy a intensificar mis cursos de fonética y, en la siguiente, no seré víctima de este garzón. Practicaré muy bien la pronunciación’. Así lo hizo y, después de unos días, regresó al mismo restaurante, aunque esta vez estaba bien preparado.

Llamó a la puerta y dijo:

- Señor, ¿tiene arroz frito?

Y otra vez, el garzón griego, hizo oídos sordos y emitió:

- Señor, ¿podría repetir por favor, qué plato dijo?

El chino se dio cuenta de que era una burla más del día. Se sintió mal y, sobre todo, se molestó. Por eso vociferó:

- ¡Me estás entendiendo gliego de mielda!

Una vez más les causó mucha gracia a los integrantes de la banda. Rieron todos y el peregrino dijo:

- Ese chiste es nuevo para mí. Nunca había escuchado.

El joven aprendió un chiste más en su vida y lo que más recordaba era la reacción última del chino: ‘gliego de mielda’. Con la sonrisa en los labios confesó que le gustó. Y como él se sentía ya cansado y como la chicha había empezado a surtir efectos pidió descansar. Los bandoleros, muy empeñosamente, concedieron una habitación y una cama donde pasar la noche.

Cuando uno de los de la banda le mostró la cama, el peregrino estaba sorprendido, pues del techo colgaba una espada sujetada por un hilo muy transparente. Parecía una espada puesta en el aire. El pobre joven, al ver la espada, no podía creer una hospitalidad semejante. Intentó dormir, pero no podía; sólo pensaba en la espada que parecía estar a punto de caerse. A causa de la espada no durmió toda la noche. Y se preguntaba: ¿de qué se trata? ¿Quiénes son los que me dieron alojamiento? El hecho sugería un montón de especulaciones. Entonces decidió sentarse en la silla y allí pudo dormir una cosa de media hora. En ese lapso, uno de los bandoleros, por la rendija de la puerta, había introducido un mensaje que decía: ‘Gracias por el chiste: ‘lo más veloz del mundo… ja, ja, ja… Pero si eres peregrino, estáte despierto donde sea que vayas. Buen viaje amigo’. Él cuando abrió los ojos vio el mensaje salió de la habitación e inspeccionó el lugar donde había pasado la noche con los amigos y vio que no había nadie. Todos se habían marchado a sus quehaceres cotidianos. Solo había una mujer que cuidaba la casa. Entonces agradeció a ella y mediante ella a los otros, y siguió su camino.

En el camino decía él: ‘una experiencia rara. Esa gente goza y, al mismo tiempo, trabaja. ¡Buen ejercicio!’. Yendo por el camino, vio que partía un sendero hacia la izquierda y tenía un letrero que decía: “¡Cuidado con el perro!”. Pero él se armó de coraje y, con cierto espíritu aventurero, siguió el sendero. Siguiendo y siguiendo dio con una granja e, inmediatamente, fue recibido por el dueño con un: ¡Bienvenido…! Enseguida le convidó un vaso de agua y, mirándole detenidamente, dijo:

- ¡Usted se nota muy cansado señor viajero!

Él contestó:

- Sí, es verdad. No dormí durante toda la noche y, ahora, tengo un sueño que me consume.

Y viendo como el granjero tenía consigo un perrito pequeño, el peregrino, preguntó:

- Y suponiendo que tenía otro más grande y más fiero, interrogó: ¿Tienes otro perro? Quería conocerlo –complementó–.

El granjero dijo:

- Este es el único, no tengo otro.

Acto seguido, el joven siguió:

- A la entrada he visto un letrero que decía: ‘Cuidado con el perro’, ¿por qué? Ese que tienes ahí no inspira miedo –dijo señalando al perrito–.

El granjero contestó lleno de humor:

- Sí, es verdad. Éste no inspira miedo, pero el letrero sí. Es la única forma de cuidarse de los eventuales ladrones…

Luego le mostró el lugar donde podía descansar. El peregrino durmió toda la tarde y al final, antes de que se ponga el sol, dijo el granjero.

- Yo, aquí, sólo tengo para ofrecerte un poco de pan y un poco de vino. La próxima vez tendré algo más, si vuelves.

Ambos comieron un poco de pan, bebieron vino, y, el mismo peregrino ofreció unas galletas, pan, etc. En eso el joven bebió también un poco de agua de su hermosa cantimplora. Entre tanto, entre charla y charla, el granjero se enamoró de su cantimplora. Luego pregunto el granjero:

- ¿Cuánto vende eso?

- Esto no es para vender –contestó el otro–. Si tuviera otro, te regalaría. Pero es el único.

El granjero dijo:

- Yo tengo, entre las cosas que más quiero, esta bota, donde se conserva el vino. Y tengo otras en la aldea y, a ésta, no le falta vino. ¿Qué te parece si cambiamos tu cantimplora con mi bota?

El otro, todo sorprendido, dijo:

- Trato hecho, además esta bota será más cómodo para ubicar en mi mochila.

Cambiaron lo suyo y así, entre otras cosas, durmieron. La noche los cubrió y amaneció el siguiente día. Un día radiante de sol, suponían ambos. Luego llegó la hora de despedirse y un brindis de despedida, hizo que concluyera la visita a la granja. El peregrino siguió su camino con otro rumbo.

Iba caminando y caminando, y haciendo memoria cómo en cada encuentro se encontraba con una novedad, él lo recibía y, también, daba algunas cosas, según las circunstancias.

Esa interesante aventura estaba siendo llevada con éxito. Y las personas, con quienes se encontraba, parecían estupendas, llenas de vida, aunque cada cual con su ocupación particular.

El era la ‘gente del camino’, pues a temprana edad descubrió su vocación de peregrino y siguió su consejo.

Los peregrinos se caracterizan por ser ‘gentes del camino’ y, por eso mismo, simbolizan nuestra movilidad humana. Esta movilidad tiene sus propios beneficios, es decir, favorece a la disolución de nuestras absurdas fronteras políticas y religiosas. Si uno migra a otra ciudad, de Sur a Norte, del Este a Oeste, de Oriente a Occidente y viceversa, podrá observar que siempre se deja algo y se lleva consigo otro algo. Es una constante de nuestra humanidad: dejar algo y llevarse algo.

La vida siempre es una aventura constante y esa es su belleza y su encanto. Parece que eso está escrito en nuestra naturaleza humana. Y tomar conciencia de nuestra condición mobiliaria es un gran paso hacia la Unidad porque, finalmente, el ser humano es uno y la tierra es una. Los fenómenos masivos de movilidad, en estos últimos años, han sido de Sur a Norte. Por ejemplo, de Bolivia, muchos migraron hacia España por diferentes motivos, sobre todo económicos. Pero lo interesante de ello es que muchos han llevado lo suyo y ha llegado a adoptar ciertos modos de vivir y de ser. Esto es muy beneficioso. En otras palabras se está colaborando a la construcción de una nueva conciencia de ser humano.

Esa nueva consciencia será fruto de la interrelación, de la interdependencia, de la disolución de nuestras divisiones absurdas
Khishka

No hay comentarios: