martes, 24 de junio de 2008

HERMAN

(¿Qué es la compasión?)

Un padre de familia cuyo nombre es Herman se quedó hasta muy tarde para escribir una carta dirigida a su hermano que se encontraba en el extranjero. Era cerca de media noche cuando él estaba escribiendo.

De pronto se abrió la puerta y apareció un ladrón que traía un cuchillo en la mano y se dirigió hacia él amenazando:

- ¡Dame el dinero o le mato!

Herman porque ya era muy tarde y urgente lo que estaba haciendo le dijo:

- No me molestes… y, por favor, baja el todo de tu voz, no sea que despiertes a toda mi familia que está descansando. Yo estoy muy ocupado ahora, no puedo atenderte. Estoy haciendo una carta muy urgente a mi hermano. Él está en el extranjero. Si no le envío mañana no logrará recibir el día que quiero que reciba mi carta. Y continuó: –Si quieres el dinero está ahí, en la cajuela del frente, en el armario–.

El ladrón, un poco desconcertado, porque nunca se había topado con esa clase de gente, se acercó al lugar indicado, abrió la cajuela y tomó todo el dinero que había.

¡Momento! –Exclamó el padre de familia–. Por favor: no te lo lleves todo porque mañana tengo que pagar impuestos. No sea que me lleven preso.

El pillo, más sorprendido aún, se dio la vuelta y le preguntó:

- ¿Cuánto le sobro?

Don Herman le contestó:

- Unos doscientos pesos.

El ladrón en silencio dejó los doscientos y cuando con el resto ya se estaba yendo, intervino otra vez el padre de familia. Declaró: –cuando alguien te regala dinero debes agradecer mínimamente–.

Seducido por las palabras de don Herman, el pillo, accedió a su petición y le agradeció por el dinero recibido. Luego se fue muy extrañado, pues nunca antes le había sucedido semejante suceso.

Al día siguiente el ladrón fue atrapado por la policía y conducido a la cárcel de máxima seguridad. Los medios de comunicación, tanto los periódicos como la televisión y la radio, divulgaron este hecho a toda la ciudad. Don Herman, debido a la fachada del ladrón, pudo reconocerlo e inmediatamente se dirigió al recinto penitenciario, no para denunciarlo sino para que lo dejen en libertad. Una vez llegado a la cárcel, en compañía de su esposa, se dirigió a la policía y les dijo:

- Éste muchacho no es un ladrón; no ha robado nada, porque yo se lo regalé el dinero. El dinero que ustedes tienen en su haber es el regalo que yo le hice a éste joven. Así que ¡devuélvanselo y déjenlo en libertad!

Dicho esto volvió a casa y los policías le dejaron en libertad porque notaron que el hombre lo decía con notable certeza. Al joven lo dejaron en libertad y, después de unos días, regresó a la casa de don Herman. Visitó a él y su familia; le contó su historia personal, las cosas que hacía y a cosas a las que se dedicaba. Don Herman, como un verdadero varón responsable y sensible, le comprendió todo lo que le había sucedido.

Después de una conversación amena, el padre de familia, le invitó a quedarse en su casa y formar parte de su familia. El ladrón hizo un giro de ciento ochenta grados en su vida, es decir, cambió rotundamente y fue acogido como un hijo de la familia con todos los derechos y deberes.

He ahí un ejemplo de compasión de Herman con el delincuente cuyo efecto hizo que la trayectoria del joven haga un giro de ciento ochenta grados.

Ahora bien: pasión significa estar casi poseído por las energías biológicas, es decir, cuando estás con calentura, cuando te sientes sexual, rabioso con ganas de hacer cualquier cosa, cuando te sientes explosivo. Tu cuerpo físico y biológico es tu maestro y tú eres su esclavo. Eso significa pasión. Pasión es deseo.

Trascender esa realidad de deseo es la compasión. Compasión es trascender la pasión. Es trascender lo físico-biológico. Aquí el sujeto no es esclavo. Es el maestro y conductor de su ser, dirá Heidegger: ‘es pastor del ser’, capaz de decidir, de asumir su responsabilidad. Es libre, completamente libre. Toda amenaza se hace añicos al toparse con su libertad. La trascendencia y la transformación de la pasión es la compasión.

La pasión es deseo, es placer; pero la compasión es amor, es compartir. La compasión respeta al otro como un fin en sí mismo. El sujeto, respetando al otro como un fin en sí mismo, comparte su alegría con toda la existencia. La compasión es bendición: uno se convierte en bendición para sí mismo y para toda la existencia.

La compasión es absolutamente gratuita. Sucede cuando una persona no tiene deseos. Cualquier deseo tiene una motivación, una meta, un ideal, pero la compasión es una energía rebosante de alguien que no tiene ni deseos, ni metas, ni ideales. Es una energía completamente espontánea y natural. Por eso la compasión de uno no tiene ventaja sobre el otro. Antes bien dignifica a todo el mundo, nadie es un caso perdido, todos son dignos de compasión.

La moralidad tradicional nos ha enseñado la compasión como sinónimo de bondad. La bondad es intelectual. La bondad es una ventaja sobre algo o alguien. No es natural, no es espontánea. Es artificial. Por ejemplo: la bondad es deseo de ayudar a los demás. A una persona compasiva no le importunan los pequeños detalles de la vida porque no tiene deseos ni prejuicios: en la vida unos pueden ser ladrones, borrachos, pecadores, enfermos, ricos o pobres, pero todos ellos forman parte de la vida, de un todo.

La compasión es más salvaje y no atiende a las reglas de juego. Es más parecida a lo que una madre siente por su hijo/a. Pero no es en absoluto como “los siervos de los demás”, éstos son maliciosos: porque imponen toda clase de condiciones, observaciones, evaluaciones, morales, etc.; porque su servicio es deseo disfrazado de compasión y un deseo es un deseo, jamás podrá ser compasión. El deseo es explotación, puede explotar en nombre de la compasión y es así como se vino haciendo: hablan de servicio a la humanidad, a los pobres, a los niños, a las mujeres, a la religión, a Dios, a la verdad, a Jesús, a la justicia, a la paz, etc. Todas esas bonitas palabras solo han provocado más guerras, derramamiento de sangre, crucifixiones, intolerancias, fundamentalismos, competitividades, quema de brujas, etc. Todos son frutos del deseo. Por eso la compasión no tiene nada que ver con el deseo; la compasión es absolutamente espontánea y natural. Es la fragancia de tu ser. ‘Es el florecimiento del amor supremo’, esto es, de un amor desnudo de deseos y completamente desinteresado.

Un ejemplo de compasión sucedió cuando a Jesús se le acercó un hombre, tocó su manto y quedó sano. Y él le estaba tremendamente agradecido a Jesús. Pero Jesús se volvió y le dijo: yo no tengo nada que ver en esto. El asunto es entre tú y Dios. Yo no tengo parte en esto. No me lo agradezcas a mí. Agradécelo a Dios. Esto es compasión en bruto, no tiene ni una pizca de sensación de estar dando.

A la compasión de Jesús se parece la compasión de Herman. Éste no se fija en la fachada o la condición social del ladrón. No es prejuicioso. Goza de una conciencia limpia y acepta con toda naturalidad la condición del otro; acepta con naturalidad la vida y sus pequeños detalles. Incluso uno que tiene una trayectoria delincuencial es acogido en su propia casa.

Khishka
Testigo ambulante

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