domingo, 15 de junio de 2008

EL HOMBRE

(¿Qué es…?)

El hombre es un animal creador de cuentos. Sí, eso es lo que es, el hombre es un creador de cuentos. Con razón Gabriel García Márquez escribió un librito cuyo título es ‘Vivir para contar’. Toda tu vida es un cuento, historieta, leyenda y mito para los que te conocen y, ellos/as, a su vez, cuentan a sus conocidos/as, amigos/as y van ampliando hasta que va desapareciendo paulatinamente en el mundo de la gran consciencia multiversal que está más allá de nuestra conciencia individual. Es como una gota de agua que desaparece en el océano y se une a él plenamente.

A lo largo de los siglos el hombre ha estado creando no solo cuentos sino también bellas, mitologías, historietas, parábolas, fábulas, leyendas que han venido cumpliendo un papel fundamental tanto que, sin ellas, la vida sería triste, aburrida, pétrea, fría, sin fiesta ni celebración.

El hombre ha creado bellas mitologías. Ha creado a Dios, el Cielo, el Infierno, los ángeles, un Dios que ha creado el mundo, el Bien, el Mal; el mito de Adán y Eva, de Sansón, del Paraíso, de la torre de Babel….; el mito del andrógino, de la caverna, de Sísifo, de Tántalo, de Elpénor, de Er, de Zeus…; el mito de Hércules, Minerva, Júpiter, Esculapio… y el mar de etcétera, etcétera que no cabrían en éste espacio limitado.

En el mundo de los cuentos y de los mitos hablan las flores, las piedras, los animales, los ríos, los árboles, los ángeles, el mismo Dios, los montes elevados, el sol, la luna, las estrellas, el viento, absolutamente todo, todo lo que existe tiene su lugar y su palabra. Todos hablan el lenguaje humano.

Como tal, los cuentos como los mitos, son vulnerables e indefensos. Por eso quien mata uno de ellos mata algo en el corazón del ser humano. Cuando los racionalistas de la modernidad intentaron eliminarlos no lo han logrado porque viven muy dentro del corazón humano. Quien mata un cuento, una fábula, un mito, asesina lo más bello del corazón del hombre. Los mitos y los cuentos son vulnerables e indefensos como los niños recién nacidos. No saben defenderse. Son inocentes cuyo asesino mayor, a lo largo de nuestra historia humana, fue el racionalista quien quiso refutarlos y destruirlos. ¡Necios fueron aquellos que han querido eliminarlos pero no pudieron!

El racionalista moderno se parece a un tal Simón que había escuchado hablar el siguiente cuento popular que se acuñó en la tierra de Los Lípez (en Sudoeste de Potosí - Bolivia). El cuento decía: los ancestros eran más capaces que la gente de ahora. Podían hablar directamente con la naturaleza y tratar sin intermediarios con la existencia. Su trato solía llegar hasta el colmo de ordenar a los cerros a expulsar su corazón con sólo un hondazo. Sus palabras tenían autoridad tal que las piedras los hacían caso. Si la zona era mineralógica no necesitaban de teorías para fundirlas y hacer hermosos collares, anillos, y toda clase de joyas tanto en oro como en diamante. También, mediante el acuerdo colectivo, hacían campanas de oro y otros objetos de interés comunitario.

Las campanas no hacían de un mismo tamaño sino de tamaño diversificado. Los más grandes solían ser puestas en las torres de sus templos para llamar a la muchedumbre en caso de reuniones; las medianas estaban diseñadas para llamar a los jóvenes de ambos sexos; las pequeñas estaban trazadas para llamar a la gente ‘menuda’, es decir, a los niños y niñas de la comarca.

Pero un día, todos los habitantes del pueblo, grandes y pequeños, se enteraron por medio del testimonio de sus sabios, que una multitud de gente codiciosa y ávida de sus bienes vendría a arrebatarlos. Ellos, temerosos de esas predicciones, mediados por sus autoridades y dirigentes, convocaron a una gran asamblea y, allí, deliberaron el destino de los tesoros valiosos de aquel pueblo arcaico.

Esas ‘tres campanas’ de aquel antiguo rancho, por deliberación de la asamblea, fueron destinadas a una cueva inalcanzable (para que los invasores ávidos de oro no puedan sacarle provecho alguno). La cueva estaba ubicada en la mitad de una roca muy alta que se levantaba al frente del mencionado pueblo mítico. Allí fueron puestos ya que, estos hombres primitivos, eran muy celosos de sus bienes. Este suceso se transmitió de generación en generación: los abuelos contaron a sus hijos, los hijos a sus hijos y estos a sus hijos… y así sucesivamente. Este mito recibió Simón de sus abuelos quienes, también, le habían mostrado el lugar exacto dónde, supuestamente, yacían las ‘tres campanas’.

Simón creció con esa conciencia y conforme iba mirando el mundo, lo que hacían sus contemporáneos y las cosas que sucedían, no le auguraba mucho futuro porque él era demasiado ambicioso. Por eso, un día, tomó la decisión de hacerse con las campanas para enriquecerse tan pronto como fuera posible extrayéndolas. Como las campanas eran de oro, por lo que decían, más le llamaba su atención.

Luego, como todo pueblo tiene sus fiestas propias, cabalmente, estaba cerca los días de ‘carnaval’ donde la gente del pueblo, asiduamente, solía participar. Tomó todas las precauciones necesarias para que nadie se entere de lo que estaba tramando. Justamente, esos días, sabiendo que toda la gente está ocupada con el hecho de los ‘carnavales’, decidió lanzarse a la aventura de la extracción de las campanas. Consiguió unas sogas largas y gruesas que le podrían ayudar para llegar al lugar preciso desde la cima de la roca.

Una vez llegado a la cima amarró firmemente en una piedra enorme y de unos pocos arbustos que brindaba aquel sector rocoso, se puso el seguro y se largó para abajo. A medida que iba bajando la soga se fue gastando y, ha como de lugar, se rasgó y se partió en dos debido a la altura y el peso del hombre. Simón se vino para abajo y cayó muerto a orillas de la roca. Así terminó su aventura y su historia trágica.

Pasado los días de ‘carnaval’, sus amigos y sus familiares, le echaron de menos. Todo el mundo comenzó a investigar sobre su paradero y no encontraron una respuesta asertórica.

Finalmente hubo uno que declaró:

- Una vez le he escuchado hablar sobre las tres campanas que dicen que está en la cueva del frente. ¿Quién sabe? Quizá ha intentado habérselas porque le noté muy interesado.

Estas declaraciones quedaron como las últimas alternativas para dar con el destino de Simón.

Entre todos, las autoridades y los comunarios, organizaron una comitiva para la búsqueda y cabalmente encontraron su cadáver, casi putrefacto, a los pies de la roca. Recogieron el cuerpo y le sepultaron en el cementerio del pueblo. Sus familiares y amigos lloraron su muerte y se quedaron resignados pues no había nada que hacer.

Así concluyó la historia de un bobo, la de Simón, que murió sin comprender lo que significa un mito, un cuento, una leyenda. Para Simón la hipótesis ‘tres campanas’ se había convertido en un dogma o un medio para enriquecerse de la noche a la mañana.

Tanto el mito como la leyenda, el cuento como la parábola… o cualquiera que pertenezca a un género literario, no puede funcionar como categoría o como doctrina, es decir, no son matemáticas ni geografías. Son lo que son: cuentos, leyendas, mitos, metáforas… Simón al matar el mito se mató a sí mismo. Hizo lo mismo que los racionalistas quienes mataron los mitos y ahora sienten que la vida no tiene sentido alguno. Es eso lo que ocurrió con Victor Frankl quien, después de la segunda guerra mundial, escribió su libro cuyo título es ‘El hombre en busca de sentido’.

No hay ningún soberano motivo para buscar el sentido de la vida. La vida tiene su sentido en sí mismo, es un fin en sí mismo, como la existencia. Los cuentos, los mitos, las leyendas, las metáforas, parábolas, todas ellas, absolutamente todas, no son sino expresiones del humor, del chisme, del encuentro, de la fiesta, de la convivencia, de la celebración, de que la vida, por naturaleza, tiene un fin en sí mismo. No necesita de añadidos artificiales para tener sentido. Pero el bobo que aplica como categoría mata lo más bello del corazón de la vida del ser humano. Y el hombre (varón-mujer) se hace cada vez más huérfano, menos festivo, menos feliz y vacío de amor.

Si se siente vacío de amor y huérfano de humanidad contemplará el suicidio a cada paso. Esto creará angustia, desesperación, ambición, nostalgia, depresión y obsesión al interior del corazón de su vida. Y, como es obvio, acudirá a la droga, al alcohol, al sexo, pero éste último, no como una bendición sino como objeto de mercado, y a otras cosas para ahogar su obsesión y su angustia. Esas cosas que hacen las veces de drogas le ayudan a olvidarse de uno mismo hasta el colmo de oscurecer el sentido propio de la vida que está en sí mismo y sujeto a ser vivido.

En suma: estos elementos nacidos de la naturaleza de la vida, además de formar parte de los géneros literarios, generan sentido pero no para ser buscado sino para ser vivido intensamente. Todos ellos son bellos cuentos que nos recuerdan que la vida y la existencia tienen un fin en sí mismo. Por eso nos ayudan a vivir, a abrir sendas, brechas, caminos en la vida presente. He ahí la validez de nuestra afirmación: el hombre es un animal creador de cuentos, mitos, leyendas, metáforas, parábolas, etc., etc.

Khishka
Testigo ambulante

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