lunes, 23 de junio de 2008

EL CADÁVER Y LOS AGUILUCHOS

(Una metáfora de los imperios)

El campesino tenía un asno que un día se cansó de servir a su amo y decidió marcharse. Era de noche cuando huyó. Se dio todos los modos para que el cascabel, que llevaba en el cuello, no desatara ruido alguno. Solía ser tan obediente y fiel a su amo pero que ésta vez su fidelidad y su obediencia se había venido por los suelos. El borrico se dirigió rumbo al monte para que nadie lo encuentre y que, por fin, había llegado la hora de disfrutar de su libertad natural.

El borrico caminó durante toda la noche, siendo animal nocturno, y cada día se alejó más y más de su dueño. Se fue tan lejos que el amo no podía encontrarlo. Pasó semanas enteras en el monte, disfrutó de todo lo que encontró y, un día, le vino una enfermedad grave como consecuencia de su vida desmedida: una extraña enfermedad. Era un dolor de estómago debido a los lujos que se dio pues su organismo se había acostumbrado a la ración seleccionada que le daba el amo. De rato en rato el dolor era cada vez más intenso y llegó el momento en que no pudo resistir más. Perdió el control de sí; cayó en el suelo; se revolcaba fuera de sí; pataleaba incontroladamente y, al amanecer del día siguiente, murió.

Entre tanto el campesino, dueño del animal de carga, le buscó por todos los rincones del pueblo. Fue de corral en corral, reunió a todo el pueblo, les preguntó pormenorizadamente a cerca del animal querido pero nadie supo dar noticia alguna. Después de unas semanas de búsqueda intensa había perdido las esperanzas de recobrar su animalito.

Un día salió del pueblo en dirección de una mentada laguna encantadora (porque no pocas veces había escuchado decir que la acequia tenía poderes de encantar a los animales). Era una laguna muy legendaria tanto que en torno a ella se habían acuñado muchos cuentos que han sido transmitidos de padres a hijos. Y en ese trayecto, del pueblo hacia la laguna, divisó unas aves de rapiña a montones; el bullicio de los aguiluchos se entretejía con el rugir de aquel bosque; y sus revoloteos y jugueteos sobre las copas de los árboles se parecían a un alboroto festivo de aves. Viendo todo el alboroto se preguntó: –¿qué significará eso? ¿Por qué tantos aguiluchos? ¿Estaré invadiendo su territorio? Pues jamás había escuchado decir que los buitres tenían su territorio marcado. Se detuvo por un momento, lo pensó muy bien, y concluyendo dijo para sí: ¿habrá un cadáver por ahí? Iré a verificar–.

Espantó a los aguiluchos y, cabalmente, encontró el cadáver de un asno cubierto de una infinidad de moscas y gusanos. El cuerpo del animal estaba totalmente desfigurado por lo que aún no pudo caer en la cuenta de que era el mismísimo borrico que había extraviado. Fijándose más detenidamente se percató que era él mismo gracias al cascabel que llevaba atado en el cuello y que aún permanecía. No había duda, el pobre animal, su amigo y ayudante, había muerto; el ciclo vital del pollino había terminado. Viendo todo ello el campesino lloró amargamente mientras los buitres y las moscas alborotaban a su alrededor. Entre el llanto y la resignación cayó en la cuenta de que, al menos, en ese suceso vital, se había constatado una gran verdad que había escuchado alguna vez: –donde está el cadáver, allí se juntarán los aguiluchos–. Cabalmente eso era lo que estaba ocurriendo.

Luego, el campesino, cavó una fosa en el mismo lugar, sepultó el cadáver del cuadrúpedo y retornó a su pueblo. Desde esa vez ya no tuvo que preocuparse por buscar la bestia y padecer el tormento que le causaba la pérdida de su pollino.

¡El hedor del cadáver viene del Norte! ¡El Norte está fétido! ¡Busch representa el cadáver más apestoso que nunca había conocido el mundo! He ahí la razón de sus desdichada era. ¿Esa desdicha concluirá con Obama? ¿Será suficientemente inteligente para revertir esa historia negra que dejó Busch?

EE. UU., como cualquier otro imperio, ha contaminado todo el mundo con su infesta democracia, esa prostituta griega seductora de los buitres del Sur. Esa ramera legitimadora de todas las atrocidades, terrorismos, invasiones políticas, económicas y militares, bajo la cual se amparan los aguiluchos del Sur.

Los aguiluchos bolivianos y sus constantes propagandas del cadáver Norteño consideran, hoy por hoy, a la gran ramera, como su única fuente de sobrevivencia. Hay están nuestros políticos que han dividido a Bolivia en regiones, razas, etnias, y otras tonterías. Les han hecho creer a la gente que unos son cambas, collas, chapacos, guarayos, yukis y toda clase de bobadas. Y como la masa sigue siendo analfabeta e ignorante se ha dejado seducir por esas consignas repugnantes y estás siendo arreadas como ganado.

Los que hoy manejan la economía han probado ya los beneficios del cadáver y a toda costa quieren hacernos creer que los bolivianos hemos nacido para ser mendigos y tenemos que vivir siempre a expensas de un sistema establecido por un imperio. Esa creencia nos ha privado de confianza en nosotros mismos. Todos sueñan con un viaje a los EE. UU. para alcanzar prontamente la prosperidad; rugen rumores: –si yo fuera a EE. UU. no volvería más a Bolivia, me quedaría–; los que lo conocen cuentan de triunfos económicos, materiales, riqueza, tecnología, etc. todo a corto plazo. De modo que toda la aspiración de la gente del Sur se ha concentrado en ese punto de vista.

Sí, hasta cierto punto, podemos decir que el hombre occidental, es decir, de EE. UU. y de Europa concretamente, han logrado una prosperidad material; ha triunfado, ha conseguido la riqueza que ha anhelado desde hace muchos siglos pero, hoy por hoy, está aburrido, frustrado con su dinero, cansado, cadavérico, porque ese viaje le ha arrebatado todo su espíritu. Esta es la causa del por qué cualquier imperio no es más que un cadáver fétido cuyo hedor podemos sentir en las playas marinas de Sud América. Ese hedor resulta muy atractivo a los aguiluchos del Sur que ya han probado sus beneficios y, ahora, no quieren soltar la mamadera, a costa de sembrar pobreza en sus propios países.

Si es eso lo que ha ocurrido en el Norte, el Sur se ha empobrecido tremendamente; se ha empobrecido externamente y se ha vuelto inconsciente de su pobreza interior. Ahora la pobreza, en el Sur, es la causa de la desaparición de la espiritualidad. Por eso el pobre Sureño está detrás del pan, abrigo, mejores casas, carreteras, y siguen adorando la pobreza. Está atado de pies y manos. Están muertos o, mínimamente, dormido, roncando. Cuando llega un misionero cristiano, aunque ahora ya no con mucha frecuencia, hace un hospital, una escuela, todos quedan impresionados y dicen que eso es espiritualidad, cuando es una completa falacia. ¡Están pobres-pobres! Quizá ese hecho de la pobreza haga que el cristianismo persista algunos años más. Pero llegará un día en que todo el mundo tendrá lo necesario porque el hombre surgente está madurando y se irá dando cuenta de sus extravíos. Los únicos que sobreviven a costa del cadáver imperial y a costa de la pobreza de muchos son los aguiluchos.

La dualidad se repite: unos son pobres y otros son ricos. Y la democracia que ha sido descubierta e instituida para superar esa dualidad ¿qué ha hecho? Simplemente ha servido de máscara para que los que tengan plata y poder (económico o político) oculte su racismo y su hipocresía. Es un escaparate o guarida de ladrones y ambiciosos. Es una ramera manipulada por los aguiluchos. Pero de esto diremos más en otra ocasión.

Sin embargo, aquí, queremos poner en claro una especie de alternativa a esa dualidad bien marcada. Cuando el rico es rico exteriormente y llega a tener todo lo que ha soñado, surge una gran conciencia, esto es: se da cuenta de que internamente es pobre, es un mendigo. Se siente un don nadie. Pero a estos que tienen todo y al mismo tiempo se sienten internamente pobres, las religiones milenarias no tienen nada que ofrecer. Por eso los ricos se ríen de sus representantes y hacen de sus propuestas un mecanismo para empobrecer más a la gente. Los actores y propuestas de las religiones resultan infantiles, mediocres, estúpidos, cuando un aguilucho adicto a la ambición confiesa ser cristiano-católico. Por eso en Bolivia, como lo revelan a diario los medios de comunicación, los políticos de derecha, los que tienen la economía actual, y otra gente de élite, que vive de la sangre de los débiles, se declaran cristianos-católicos. En ese caso la religión solo sirve para cubrir sus artimañas. Esto es una verdad constatable en Bolivia.

Como el cristianismo no puede ofrecer nada nuevo a los buitres del Sur, se encuentran privados de consciencia, estancados, cadavéricos, porque no saben más que ir detrás de sus propios intereses, detrás de la ambición, del poder económico, de la obsesión, etc. Ese es su destino. Por eso, respecto de los ricos, hay una gran necesidad de una nueva religión que le permita volver a entrar en contacto consigo mismo, volver a plantar sus raíces en el mundo interno, en la interioridad. Esto es lo que falta: espiritualidad. Esa es la salida para la gente que ahora es rica y tiene todas las comodidades pero está vacía de espíritu. Sin la riqueza externa nadie se hace conciente de su descontento interno.

En el caso de los pobres-pobres la salida está en la inteligencia, es decir, si eres pobre, a menos que seas inteligente no podrás salir de tu pobreza. Por eso, en los países del Sur hay que ofrecer inteligencia a los pobres. Esto no quiere decir enseñar a ser intelectuales enviándoles a las universidades. No. Inteligencia es dejar las fes, creencias, iglesias, devociones, romerías, rosarios, peregrinaciones, indulgencias, en suma lavarse el cerebro de todas esas bobadas y empezar a confiar en uno mismo y explotar sus propias potencialidades. Éste camino le ayudará a proveerse de lo necesario para vivir humanamente y con ella surgirá una espiritualidad nueva y, con esa nueva espiritualidad, surgirá el nuevo hombre.

El hombre nuevo tendrá todo materialmente pero, al mismo tiempo, será plenamente espiritual. A este fin colaborarán la inteligencia y el camino de la interioridad. Entonces éste mundo será un verdadero paraíso habitado por un ser humano completo. El hombre religioso tendrá su propia religión como ciencia suprema, como un lujo, porque la verdadera religión es expresión de la esencia misma del ser humano por la cual, el hombre, no deja de ser religioso.

Khishka
Testigo ambulante

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