martes, 15 de septiembre de 2009

JARDINERO

(El baile de la rabia y la compasión)

El jardinero, viendo que el jardín de su casa estaba marchito y pálido, tomó la decisión de darle una nueva vitalidad a su vergel. Fue al mercado y compró los mejores fertilizantes, es decir, los más malolientes para cumplir con el objetivo trazado.

Y volviendo a casa removió la tierra, luego esparció los fertilizantes por los cuatro sectores de su casa, hasta que la parcela quedó completamente hedionda. Su esposa y sus hijas protestaron, cerraron todas las ventanas y las puertas, y solían salir de casa con barbijos o tapándose las narices debido al olor fétido de los elementos químicos. En cambio, al jardinero, no le quedaba otra cosa sino aguantarse porque sabía lo que hacía y, además, era la única manera de fertilizar la tierra y hacer que el jardín florezca.

Inicialmente toda la familia soportó el mal olor de los fertilizantes tanto que casi su vida se volvió inaguantable y el jardinero, conforme fue regando y cuidando, hizo que el fertilizante penetre hasta las raíces de las plantas. Así, poco a poco, el olor fétido se fue desvaneciendo y el jardín comenzó a tomar cuerpo. De las ramas marchitas brotaron hermosas hojas, luego nacieron los capullos y después todas ellas se inundaron de hermosas flores.

El jardín floreció, las platas se vistieron del verdor, otros recuperaron sus colores originales, y toda clase de flores proliferó en el jardín, tanto que los colibríes, las abejas y las mariposas, comenzaron ha hacer una gran fiesta. Y la alegría retornó al seno de toda la familia que se sumó a la celebración de los otros seres. Disfrutaron del verdor, el colorido y, sobre todo, de la fragancia de las flores que invadió toda la casa. Así el fétido olor del fertilizante se transformó en una exuberante fragancia.

Y es así como tiene que suceder: la rabia puede ser transformada en una gran compasión, así como el olor fétido del fertilizante se transforma en una exuberante fragancia. Pero si alguien simple­mente amontona fertilizantes alrededor de su casa, el olor será insoportable, y él se vol­verá loco y si no echa fertilizante, sus flores se quedarán mar­chitas y pálidas. Lo mismo sucederá si alguien se opone a la rabia e intenta destruirla, estará inten­tando destruir el instrumento musical de la vida y, al destruirlo, su desarro­llo será muy débil y frágil; no podrá desarrollarse en él ningu­na de las cualidades del corazón.

Por tanto: observa atentamente tu rabia, tu ira, tu odio, tu enojo y, por primera vez, verás abierta de par en par las puertas de la compasión, del amor, del cariño, del humor, de la amistad universal, que son la fragancia de la vida.

Jesús dijo: ‘no juzgues y no serás juzgado’, es decir, ¡no elijas! ¡No te conviertas en juez! No digas: la compasión es buena y la rabia es mala. Juzgar no te corresponde a ti. Deja que la Totalidad se encargue de ello. La institución que se ha creado en base al mensaje de Jesús no está orientado hacia Jesús sino hacia Aristóteles, quien dice: ¡o esto o lo otro! ¡Elige! ¡Decídete! Por eso siempre está a favor de algo y en contra de algo. Está a favor de Dios y en contra del diablo. Dios y el diablo son palabras estupendas que no están separados. Están exactamente igual que el olor fétido del fertilizante que se transforma en una exuberante fragancia. Dios y diablo son las dos caras de la misma moneda, es la misma energía que se transforma en Dios y en diablo. El diablo es una cara de Dios y, Dios, es la otra cara del diablo. La misma energía: unas veces se presenta como diablo y otras veces como Dios. No existe dualidad alguna.

Nuestra civilización actual adolece de una enfermedad que se llama: aristotelitis. Esto, en ves de colaborar a la unidad, ha propiciado la división al interior de la consciencia del ser humano. Al elegir caes en la trampa, pues siempre que eliges algo te pones en contra de algo. Esa es la raíz de toda división. Y la vida es unidad, una gran orquesta, una unidad sinfónica, es un profundo unísono.

Por eso yo te digo: ¡ni esto, ni aquello! Simplemente ¡no elijas! ¡Vive sin elegir! ¡Vive sin hacer distinciones! Porque si eliges o si distingues una cosa de la otra, debido a la lógica de tu San Aristóteles, caerás enfermo, dividido, fragmentado y partido, por tanto, un accidente. Y, obviamente, terminarás en el manicomio.

Una señora me dijo:

- He vivido durante diez años una vida fantástica con mi esposo, sin discusiones y sin enfados. Y de repente pasó algo: ¡él me ha abandonado! No sé por qué.

El aristotélico es así. Piensa que si no hay peleas y disgustos, ni discusiones ni enfados, la vida es fantástica. Y cuando el marido se va comienza a filosofar, lo cual es absolutamente lógica, y dice: ¿qué ha pasado? Diez años juntos, adorándonos el uno al otro ¡de repente me ha dejado! ¿Se ha vuelto loco? No hay lógica que pueda explicar la vida. Si así comprendes la vida tendrás que conformarte con un poco de filosofía.

El amor no es sino la otra cara del odio. De hecho si el amor es grande tiene que haber disputas, peleas, enfados, que lo enriquecerán. A veces odias, a veces amas, a veces quieres matarlo o deshacerte tan pronto como fuera posible de tu amante, a veces puedes separarte por un tiempo. Pero, después de ese lapso, si vuelves de nuevo con él o la misma persona, el amor rejuvenecerá, se renovará. Comenzará a haber ritmo, música, baile, poesía, romance y canto. Ahora ella es una muchacha virgen, ahora él es un muchacho esplendoroso, poético y romántico, lleno de vida. ¡El amor comienza nuevamente! Todo comienza a ser bello porque la vida no está muerta, está viva. La lógica está muerta y la vida no es lógica. La vida es la mayor armonía que existe, la vida es una profunda sinfonía de la Existencia. ¡Viva la vida!
Khishka

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