viernes, 26 de diciembre de 2008

SAMUEL, EL FUMATÉRICO

(La interdependencia esencial)

En cierta aldea de cinco familias vivía un fumatérico solitario, un adicto al cigarrillo. Él se llamaba Samuel. Las familias tenían, junto a sus casas, sus propios jardines con algunos árboles. Samuel tenía también lo suyo y, en medio de su jardín, un árbol de esbelto follaje que brindaba una abundante sombra.

Él fumaba todos los días, terminaba cinco cajetillas de cigarro al día, el cigarrillo era casi su absoluta adicción. Su boca estaba muy acostumbrada al pitillo y sus manos le temblaban; a su lado solía tener un basurero lleno de collillas y un cenicero rebalsando de cenizas; además estaba casi siempre acompañado por su perro que, durante las noches, solía ladrar o advertir algún peligro.

Sucedía algo raro. Se dedicaba muy poco al mantenimiento de su jardín pero lo sorprendente era que, el árbol, bajo el cual acostumbraba fumar, siempre estaba vestido de un follaje espléndido y, de tiempo en tiempo, se vestía de infinidad de flores cuyas semillas caían al suelo y algunas solían ser llevadas por el viento al resto del jardín.

La gente que vivía en la aldea tenía envidia del majestuoso follaje de su árbol y de sus hermosas flores, del jardín en general, cubierto de un exuberante verdor. Su jardín, sin mayores cuidados, parecía un verdadero paraíso, pues muchas aves, insectos, mariposas, etc. se cobijaban, hacían sus nidos y vivían dichosos.

En cambio, los jardines de los otros vecinos que tenían más árboles parecían menos dichosos, que las del fumatérico, aunque sus dueños le cuidaban a menudo. Por eso, ese raro acontecer, sugería en ellos una pregunta indiscutible: ¿por qué el árbol bajo el cual Samuel fuma diariamente era tan espléndida? Y muchos iban a preguntarle para obtener el secreto. Pero Samuel no solía contestar nada, simplemente decía:

- No lo sé. –Y eso era todo–. Le doy un poco de agua todos los días y eso basta. Él está feliz con mi compañía y yo con el suyo. Somos amigos.

Un día murió y todos los aldeanos, como solían acostumbrar, le dieron una sepultura digna en el cementerio de la aldea. Pasaron los días, semanas, algunos meses y, el arbolito de su jardín empezó a marchitarse, perdió su belleza y se puso triste. Todos se preguntaban ¿qué sucedía? Algunos solían decir que ‘le extraña a su amigo’; otros decían: ‘hasta el árbol le quería’; unos decían: ‘ese jardín se ha vuelto triste’, etc. Los rumores empezaron a rondar por toda la aldea. Poco a poco, con el correr del tiempo, Samuel se volvió un personaje mítico, aunque era un verdadero adicto, y hoy, como la aldea ya no es una simple aldea sino un pueblo grande, los más ancianos aún cuentan sobre Samuel, su adicción y el hecho misterioso que ocurrió entre Samuel y el árbol de su jardín. En realidad ¿qué es lo que pudo haber sucedido? Nadie podía dar una respuesta.

Finalmente un botánico, tras haber escuchado el caso inédito de Samuel y de su árbol, se puso a hacer algunas investigaciones y llegó a la siguiente conclusión: entre el fumatérico y el árbol existía una interdependencia esencial. ¿Cómo se explica? Un hombre (varón o mujer), cuando fuma, expulsa ‘dióxido de carbono’ y de éste elemento se nutren naturalmente los árboles. Lo mismo sucede con los árboles y demás: ellos constantemente expulsan oxígeno, elemento que para los humanos es imprescindible y esencial. Entonces podemos hablar de una interdependencia esencial entre el vicioso al tabaco y el árbol. ¿Un vicioso que es casi la encarnación del mal ante los ojos de un moralista, colabora con lo suyo a la ecología? Parece una broma, pero es cierta. Pues lo único que hay al interior de toda esta vasta existencia es interdependencia y es una interdependencia esencial… Todo está interrelacionado esencialmente. Nada y nadie está aislado o separado.

Se dice actualmente que el mundo está siendo reducido a una aldea gracias a la ciencia y a la tecnología. Hoy tenemos la dicha de estar comunicados desde cualquier parte del mundo. Casi toda la gente usa el teléfono celular, por ejemplo, y es fácil estar comunicado. Sin embargo, éste bien tiene lo suyo, es decir, lo que es un bien para nosotros para otros seres, como las abejas, casi llega a ser un perjuicio o un mal. Así de claro. A consecuencia de las líneas magnéticas que nosotros no podemos percibir a simple vista o tacto y que nos son beneficiosas, las abejas no pueden llegar a su destino, terminan desviándose y, por su puesto, lejos de casa, muriendo.

Estuve en un colegio donde un profesor, viendo a una muchacha que llevaba un teléfono celular en la cintura, le dijo abiertamente:

- ¡Saca eso de ahí! Pon en tu mochila, aunque sea. ¿No quieres ser madre? ¡Infórmate! ¡Para eso están los periódicos!

Esa voz de alerta parecía absurda pero, en el fondo, quería reconocer esa interdependencia esencial, pues los celulares estando muy cerca de las partes íntimas de una mujer puede volverla estéril, aún ésta sea una simple conjetura de los científicos, acertada o desacertada. Pero lo cierto es que, los teléfonos celulares, no son aptos para los que tienen problemas cardíacos. Fíjate bien, cuando manejas tu teléfono móvil con mucha frecuencia, en el bolsillo izquierdo de tu camisa que da justo al lado donde está tu corazón, te provocará una especie de cosquillas y tú corazón empezará a latir con más intensidad, y sus consecuencias pueden ser hasta nefastas ya que pronto estarías expuesto a padecer paros cardíacos. No pierdes nada. Has la prueba y verás que no te estoy mintiendo.

He escuchado decir que en Suiza, durante la Segunda Guerra Mundial, un hombre recibió un disparo en uno de sus oídos. La bala fue extirpada y el oído curado. Pero el hombre, extrañamente, comenzó a escuchar la emisora de radio más cercana, todo el día. Nada podía apagarla. Decía: ¡me estoy volviendo loco! ¡No puedo ni dormir con esa radio que suena en mi oído! ¡Por favor hagan algo! Los médicos y las enfermeras no podían creérselas. Decían: ¡Ese tipo se está volviendo loco! Pero el se negaba porque era verdad. Les pidió hacer un experimento para que se convenzan. Y a duras penas, el cuerpo de médicos, tuvo que aceptar para satisfacer la petición del hombre. Le dijeron:

- Escriba todo lo que oiga.

Entre tanto uno de los médicos, en la otra sala, sintonizó la misma emisora y, en el mismo horario, escribió. Luego compararon las notas y éstas coincidieron exactamente. Enterado de la situación le dieron la razón al hombre y procedieron con la operación de su oído para devolverle la normalidad.

Es decir, el hecho de que estemos tan interrelacionados, una cosa mínima en desarmonía, dentro nuestra constitución fisiológica y natural, podría alterar seriamente nuestra conexión con el conjunto de la existencia.

Recientemente, los científicos, se dieron cuenta de que los árboles, como cualquier ser vivo tienen inteligencia, algo de sensibilidad. Han fabricado un instrumento parecido al cardiógrafo, el cual suelen colocar alrededor del árbol para detectar su sensibilidad. Vieron cómo cuando el sol sale, soplan los vientos y las nubes echan un poco de rocío, los árboles, bailan al viento y al sol, y cuando cae el rocío se sienten verdaderamente feliz. Esa armonía se podía detectar claramente con ese instrumento. Pero cuando un hombre se acercaba con moto cierra con la intención de cortarlo, alteraba completamente la armonía que aparecía en el gráfico. Luego se dieron los modos de conectarse con otros árboles y vieron que, cuando uno de ellos se sentía amenazado por la intención del motosierrista, los demás sentían compasión por el que estaba a punto de ser cortado porque de él se había apoderado el pánico y, al mismo tiempo, se agitaban, por el hecho de que el otro iba a ser cortado. Lo que provocaba estos fenómenos era la intención del motosierrista. Pero si alguien pasaba por su lado sin ninguna intención de esa naturaleza la armonía volvía al gráfico que mostraba la máquina. Esto quiere decir que los árboles y todos los vegetales deben de tener algún modo de percibir incluso nuestras intenciones.

Estos y muchos ejemplos nos demuestran, a ciencia cierta, cómo estamos interconectados con la totalidad del cosmos, la existencia, la naturaleza. Somos Todo y Uno al mismo tiempo. Estamos conectados con nuestra madre, la Existencia. De ella dependemos. En nuestro cuerpo está el agua de los océanos, los ríos y los lagos; en nuestro cuerpo está la energía o el fuego de las estrellas, los soles y los planetas; en nuestro cuerpo está el aire; nuestro cuerpo está hecho de tierra y la tierra está empapada de la Existencia Maternal y maravillosa. Y lo único que existe al interior de ese conjunto eternamente vivo, del cual nosotros somos solo una parte mínima, es: la interdependencia esencial. ¡Qué milagro más grande! ¡Qué otro milagro puede haber! ¡Qué otro milagro puedes esperar!
Khishka
Testigo ambulante

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