viernes, 8 de agosto de 2008

NIÑOS

(Los que hacen leyes)

Pepito, Jaimito y Juancito fueron a jugar a la playa durante toda una tarde. Llevaron consigo unos cartones, juguetes, ositos de peluche… y, estando ya en la playa, juntaron unas piedritas y otros elementos que había en las cercanías del río.

Con todos los elementos recogidos decidieron, por unanimidad, construir unos hermosos castillos, como les apetecía y como veían conveniente. Después de un arduo ajetreo terminaron el muro del supuesto castillo. Luego lo techaron con unos palillos secos recogidos del bosquecillo cercano a la ribera, los cartones que habían llevado de la aldea, añadieron unas ventanas, etc. Al interior del castillo colocaron sus juguetes, sus ositos de peluche y todo cuanto habían llevado.

Junto con los muchachos estaba también Juanita quien tuvo la idea de hacer notar un detalle importante. Les dijo:

- ¡Le falta algo muy esencial a nuestro castillo!

- ¿Qué falta? –Preguntaron en coro los otros–.

Y ella contestó:

- Así como está nuestro castillo se ve feo, desértico, sin vida. Le falta jardines, árboles, una cascada, su fuente de agua, también le falta una piscina, un pequeño parque para los niños y un espacio para hacer juegos domésticos ¿No les parece?

La observación de Juanita fue bien acogido por lo que todos dejaron, por un momento, el castillo y se fueron en busca de toda clase de elementos accesoriales para materializar el jardín, la piscina, el sector de juegos y diversiones. Las ramas de algunas plantas sirvieron de árboles, unas bolsas plásticas para hacer la fuente de agua, la piscina y otros elementos, como las algas extraídas de la sombra de los árboles, sirvieron para hacer las áreas de pasto verde.

Todo funcionó a la perfección. El ingenio de los muchachos fue concretizado en una bella obra de arte. Fue un verdadero derroche de creatividad. Parecía una maqueta de presentación (como hacen los estudiantes de arquitectura en la universidad) hecha por verdaderos artistas y, nada menos, en plenas orillas del río. Los niños que estaban alborotados y afanados con la construcción, al fin, dieron por concluida la obra. La gente que pasaba por la zona y que se daba cita para disfrutar del sol caliente se quedaba pasmada por todo lo que los niños habían hecho.

Estando al frente de su obra maestra, Pepito, Jaimito, Juanito y Juanita, de repente, irrumpieron en risas y, entre carcajadas y risotadas, uno de ellos, en este caso Pepito, tumbó con un manazo el techo y el castillo quedó sin él. Los otros no se quedaron atrás con sus ocurrencias pues, entre risas y griteríos, Juancito destruyó los jardines que habían acabado de hacer, otro le dio patadas a las murallas y otra se las hizo con las cascadas y el pasto. El castillo y sus implementos, el parquecito, el mismo jardín y todo, absolutamente todo lo que habían edificado durante toda la tarde, quedó hecha trizas. Y Los artífices desataron en unos alborotos y carcajadas incontrolables, parecían unos niños locos, verdaderos idiotas, que han hecho y desecho lo que han edificado.

Terminado todo el bochinche volvieron a casa, sanos y salvos, después de haber pasado una espléndida tarde de ocupación, deleite y diversión a orillas del río, aunque todos estaban notablemente embarrados, tostados por el sol y sucios. Pero volvieron complacidos de haber pasado una tarde sumamente divertida.

Los que hacen las leyes se parecen a estos niños que se han complacido edificando el castillo y se han deleitado, más aún, destruyéndolas. Algunos psicólogos se han dado la molestia de analizar el coeficiente intelectual de los juristas y estuvieron sorprendidos por los resultados obtenidos. Por eso indicaron que éstos tienen un coeficiente intelectual de muchachos de doce a catorce años porque se deleitan haciendo leyes y se complacen en quebrantarlas entre risotadas. Un coeficiente intelectual así es suficiente para mantener a un mundo en constante guerra tanto a nivel social y a nivel teórico. A ese nivel intelectual pertenecen nuestros políticos bolivianos que no hacen otra cosa sino ‘pelear’. Esto es un completo disparate. ¿Quién puede prohibir al río que cante? ¿Quién puede ordenar a la gaviota que no eche a volar? ¿Quién puede mandar a la semilla para que deje de germinar en plena primavera y cuando el campo está mojado?

Khishka
Testigo ambulante

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