viernes, 8 de agosto de 2008

EL COCINERO

(Límites de la erudición)

Freddy era un cocinero internacionalmente conocido. Trabajó en los hoteles más famosos del mundo y de su país. Sabía preparar toda clase de comidas nacionales e internacionales.

Un día cayó enfermo, tenía una especie de infección estomacal, por la que tuvo que estar en cama varios días. Llamaron al médico y éste le dijo que –necesita reposar bastante y, en lo posible, privarse de frituras y otros alimentos que contengan bastante grasa–. También le recomendó algunos medicamentos farmacéuticos y otros calmantes para poder aplacar el dolor de estómago.

Después de unas dos semanas de reposo el médico le dio luz verde para que, poco a poco, baya normalizando la comida. Así lo hizo. Pero le estaba prohibido hacer trabajos de cocina y otras actividades que le puedan despertar su estímulo para comer. De modo que en el hotel que trabajaba, debido a la recomendación del médico, tuvieron que contratar eventualmente otro cocinero hasta que se recomponga definitivamente.

Freddy vivía en el hotel y era muy querido por todo el personal que trabajaba en ese ente público. Pero durante todo ese tiempo de reposo tuvo que comer, sin querer, la comida que el otro cocinero preparaba. Siempre reclamaba: en una ocasión decía que faltaba sal, que la lechuga no estaba bien puesta, que la carne le falta esto o aquello, etc, etc. No admitía la comida preparada por otros sino estrictamente lo suyo. Siempre faltaba algo o siempre algo estaba por demás.

Por eso solía rezongar diciendo:

- Si yo cocinara, el menú tendría un gusto diferente; sería exquisita; daría ganas de comer un montón, pero como estoy enfermo esto no es posible –se lamentaba–.

Esta enfermedad del cocinero, quien solo es capaz de aceptar la comida preparado por sus manos, es también la enfermedad del erudito, para quien sus construcciones racionales suelen ser absolutas y sólo ellas son viables. Dice el dicho: ‘cada panadero alaba su pan’. Esto es una gran verdad. Sin embargo, por alabar su pan, se pierde la exquisitesis que brinda la vida multiversal o plural. Este paradigma nos pone al frente de diferentes clases de comida que están puestas en la mesa del universo al que todos, sin excepción, estamos invitados para degustar lo que nos brinda este hermoso mundo que por sí mismo es sagrado, gracia y bendición.

No nos conviene ser como el cocinero internacional, que solo sabe apreciar la comida preparado por sus manos sino que, todos, mirándonos a nosotros mismos, esto es, a nuestros vicios, costumbres, tradiciones, y todo lo que tenemos y hemos aprendido, podamos considerarlas como naturalmente relativas frente a lo que nos supera, a lo que es mayor e inconmensurable, pues no hay nada absoluto ni en lo propio ni en lo ajeno. La verdadera sabiduría está en cómo caemos en la cuenta de nuestras robopatías, estos es, lo que hemos aprendido por repetición, para dejar de ser mediocres y empezar a ser comensales en todos los ámbitos.

Khishka
Testigo ambulante

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