martes, 18 de agosto de 2009

EL MONJE Y SU PERRO

(La confianza en sí)

Éste era un monje, el abad de un monasterio que acostumbraba premiar a su perro. El premio consistía en darle un chocolate, que llevaba en el bolsillo de su túnica, toda vez que el animal hacía algo extraordinario y demostraba una obediencia tal como su amo exigía lo exigía. Con el tiempo, la mascota, se fue haciendo muy hábil en el oficio, es decir, con un salto y de un bocado solía coger los bombones.

Cierto día, el monje, en su inconsciencia, puso junto a los chocolates su reloj de mano y, sabiendo que en ese bolsillo siempre estaban los dulces. Una vez, cuando la mascota se le acercó, él, como de costumbre, metió la mano al bolsillo e inconscientemente tomó el reloj y se lo dio al perro. Éste lo tomó de un bocado y se lo tragó.

Posteriormente, el abad, echó de menos su reloj de mano y buscó junto con los novicios por todos los rincones del monasterio sin poder encontrar. El extravío fue tan misterioso que no pudo caer en la cuenta de que el reloj estaba en la panza del can. Luego sucedió que el perro se puso mal. Llamaron al veterinario del barrio para que los examinara a fin de saber qué es lo que tenía el animal. El especialista sólo pudo decir que comió algo que le hizo mal. Y viendo los dolores que sufría la mascota todos los monjes sintieron lástima, pero nadie pudo hacer algo. Finalmente el perro murió y todos consideraron su ausencia.

Una vez muerto el animal, el especialista, pidió permiso al dueño para abrir la panza de la mascota a fin de saber, con certeza, qué es lo que causó su deceso. Y cuando la estaba examinando todo el organismo del canino dio con el reloj que estaba dentro y marcando el tictac. Así descubrieron que el reloj buscado y rebuscado por todo el monasterio estaba en el estómago del can. Nadie podía creerlo, ni siquiera los novatos, ni el propio dueño de la mascota. Pero todos tuvieron que quedar conformes con saber debido a que murió el perro del abad.

Se dice que el perro es el amigo más fiel del hombre, y hay algo verdadero en ello. Cuando lo crías, desde pequeño, el animal aprende a confiar plenamente en su amo. Su confianza es ciega y absoluta. Es como un niño que confía ciegamente en su madre porque de ella depende su seguridad, su vida depende absolutamente de la madre. Por eso los niños y los animales comparten el mismo estado de inocencia natural. Los animales se quedan en ese estado, en cambio, el niño no, pues con el tiempo, debido a su naturaleza, va evolucionando porque su inocencia inconsciente es potencial, es decir, tiene la posibilidad de convertirse absolutamente consciente. Puede alcanzar su divinidad.

Por eso, en lo que a espiritualidad se refiere, la confianza natural inocente tendrá que ser trascendido para convertirse en una confianza mayor, la confianza absoluta pero consciente en uno mismo. Uno no tendrá que confiar en nadie más que en él. Las ofertas exteriores pueden servir como muletillas para alcanzar la confianza absoluta, una confianza absoluta pero consciente. Las ofertas exteriores deberán ser máximamente como andamios que ayudan a construir un edificio, nada más, pero una vez que el edificio está, se los tiene que retirar porque ya no serán útiles. Han cumplido con su deber. Así todas las muletillas y los andamios habrán colaborado al desarrollo natural de todo ser humano. Es comprensible, hasta cierto punto, que un niño pueda tragar todo debido a su vulnerabilidad e inocencia inconsciente, pero una persona madura no, no puede caer en una actitud tan infantil.

Sin embargo, lo que a lo largo de la historia se ha venido haciendo es eso: uno traga todo lo que la sociedad le da, lo que el político le da, lo que el sacerdote le da, lo que el médico le da y el individuo, poco a poco, se va volviendo esclavo y, ahora, la locura y el suicidio global están a la vuelta de la esquina, porque desde pequeño has sido condicionado como cristiano, como musulmán, como hinduista, como comunista, capitalista, neoliberal, demócrata, o como cualquier ente sectario; te has convertido en un simple tragamonedas o un traga basuras; y has terminado engullendo relojes en vez de chocolates. De hecho otros te han dado explosivos bañados de chocolate y cuando explosiona te declaras teísta o ateo, en toco caso, un extremista. Eso es lo que han venido haciendo tus religiones y tus políticas. Ya no eres dueño de ti mismo; ya no eres un emperador o un rey de ti mismo; son otros los chacales que reinan sobre tu ser. ¿Cómo has podido olvidarte de ti mismo? ¡Has vendido tu sacralidad a tan bajo precio!
¡Comienza a confiar en ti mismo! Es más: ¡no confíes en nadie más que en ti! Y en esa confianza absoluta en ti mismo, sentirás en carne propia cómo la Existencia te protege, te da su ternura, te abraza, te cubre con sus manos como una madre a su niño pequeño. Y en ese estado consciente te es devuelto tu libertad, tu pureza virginal, tu inmensidad y tu hermosura original.
Khishka

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