lunes, 23 de febrero de 2009

CIELO E INFIERNO

(Un derecho de todos)

Alberto llevó al mercado a su hijo pequeño para hacerle conocer uno de los animales vivaces para imitar a los humanos, el mono. Llegaron al mercado de animales y allí vieron todos los monos que había. El niño se quedó impactado de haber visto tantos monos. Viendo que uno de los mercaderes tenía en su hombro un pequeño monito, dijo a su padre:

-¿Papito, me lo compras ese monito?

Alberto no había previsto tal petición de su hijo. Por tanto se hizo a los oídos sordos e intentó esquivar la idea. El niño viendo esa situación insistió de nuevo:

-¿Papito, me lo compras ese monito?

El padre, viendo que el niño estaba muy interesado, preguntó por el precio. Dijo al mercader:

-¿Cuánto pide por ese monito?

-Doscientos cincuenta dólares, ni más ni menos, -dijo el vendedor-. El padre, al ver que pedía bastante elevado el precio del monito, intentó distraer con otras cosas al niño. El vástago se dio cuenta de la situación y con los ojos llorones, nuevamente, imploró a su padre:

-¿Papito, me lo compras ese monito?

Alberto al ver los ojos llorosos del niño accedió a la petición porque éste había amenazado con quedarse con los monos si él (su padre) no le comprase. Por eso interrogó al mercader:

-¿Por qué tiene tan elevado el precio de ese mono?

El negociante dijo:

-Es que este monito tiene una habilidad impresionante para imitar a las personas, es un imitador perfecto, es el único. Los otros no son tan buenos como éste. Éste lo hace a la perfección. Y como lo hace a la perfección, conviene también que tenga un buen precio. Además para un hijo como el suyo le ha de caer muy bien si es que él lo atiende con dedicación. Es de una especie de mono muy fantástica, no se va a arrepentir.

Con todas las explicaciones el padre de familia quedó convencido y pagó los doscientos cincuenta dólares y se llevaron consigo.

El niño se sintió muy complacido por su padre y, estando en casa, no se resistió a hacerle unas cuantas pruebas. El pequeño había constatado cada momento que pasaba, cómo el monito le imitaba a la perfección.

En la casa tenía una mesa redonda justo en la terraza. Allí siempre solían estar las frutas y entre ellos, algunos plátanos. Llegó allí y a la vista del mono se sirvió con gusto una banana. Luego se hizo a un lado y el monito, enseguida, se dio cita al lugar e hizo la misma operación. El mono extáticamente disfrutó del plátano. Un aura de placer orgásmico rodeaba su entorno. Denotaba una complacencia única al imitar al niño. Su éxtasis le hizo escalar el cielo mismo, aunque fuera sólo por unos momentos.

Viendo esa perfecta imitación y complacencia del monito, el chico se fue al batán donde, su madre, suele moler ají. Y casualmente, encima del batán, estaba preparado el ají para el almuerzo. Encima del batán, a un costado, había un platillo con un poco de agua y, viendo que el día era bastante caluroso, se remojó toda la cara y llevándose consigo se retiró del lugar para observar la reacción del animal.

El animalito, cabalmente se dio cita al batán, tomó el ají y, una y otra vez, se frotó la cara y comenzó a gritar y a brincar porque, su cara, había empezado a arder con demasía. Trepó por los árboles del jardín, se metió en la cocina, en los cuartos, tumbó los vasos, los utensilios, las ollas y todo lo que encontraba a su paso. Hizo todo un escándalo durante un cuarto de hora. Toda la familia se fue tras el mono para poder detener lo que hacía pero nadie pudo con él. La casa en pocos minutos se convirtió en un verdadero infierno, un desbarajuste, un caos total. Sólo se podía espectar y escuchar el griterío enloquecido del mono. Bastó un ají molido para que el animal experimente en carne propia, lo que es un infierno.

Es así como el monito experimentó, en carne propia, el cielo y el infierno que no ha sido sino una jugada de su propio amo.

El cielo y el infierno no son lugares geográficos. No es cuestión de premios a recibir ni castigos a padecer. Por eso si la buscas nunca la encontrarás porque no están en ninguna parte. Son, más bien, creaciones nuestras, fruto de nuestra ‘psiquis’. Por tanto es cuestión del ‘aquí’ y del ‘ahora’. En éste momento alguien está en el cielo y otro alguien está en el infierno. El cielo y el infierno pertenecen a nuestro ámbito psicológico. Tienes la capacidad de hacer que la vida de otros sea un infierno como también tienes la posibilidad de hacer, de tu propia vida, un verdadero infierno. Es tu derecho. Lo mismo sucede con el cielo. Tú tienes las cualidades exactas para hacer de la vida de otros un cielo; asimismo eres capaz de hacer, de tu vida, un verdadero cielo. Es también tu derecho. El cielo y el infierno dependen de ti, de tu psicología.

Dos acérrimos enemigos entraron en un templo para rezar. Uno era de izquierda y el otro de derecha. El de izquierda decía: Dios ese hermano que me has dado vive de explotar a la gente, es un corrupto; impone trabajos con el pretexto del desarrollo del pueblo; cuando hay ayuda del gobierno la mayoría de los productos y el dinero mismo los desvía a sus propios provechos y para disimular hace algunos trabajitos, reuniones, cursillos, conferencias, recoge muchas firmas y, con ellos, justifica los gastos y cómo han sido ocupados la ayuda que recibe en nombre del pueblo. Menos mal tú eres justo Dios. Ahora te imploro que tu justicia pese sobre él y sus obras. Dale su merecido, conforme a tu promesa; mándale al infierno y al suplicio para que aprenda lo que significa explotar a la gente y que el diablo haga sopa con sus huesos. Ya está bueno que viva de la gente tanto tiempo. Mejor sería si se muriera antes de empañarse más, porque es la enfermedad de éste pueblo católico. ¡Es una vergüenza!

En cambio nosotros los pobres ya hemos sufrido demasiado y no hemos hecho daño a nadie, no hemos robado, no hemos explotado… Estamos esperando el cielo que nos tienes prometido.

El de derecha decía también: Dios, tu siempre has estado conmigo, has velado mis intereses, pero ese tipo que te está rezando es un verdadero envidioso porque él es un flojo, no trabaja, siempre está protestando, es un observador, es una piedra de tropiezo en mi camino. Él sabe muy bien que no es bueno odiar, envidiar, hablar mal de otros, buscar que otros fracasen… En fin tú sabes todo lo que hace en mi contra para hacerme quedar mal ante la gente. Sería bueno que le castigues con el mayor de los sufrimientos posibles porque se lo merece. Me ha hecho demasiado daño. Tú sabes que todo lo que hice los hice pidiéndote permiso y soy un perfecto cristiano: he cumplido con la limosna, he participado de la misa los domingos, he hecho actividades pastorales, he enseñado a mucha gente a rezar y gracias a mí muchos se han convertido. No es poco lo que he hecho. En todo ese trabajo siempre me has asistido. Ahora puedo decir que soy tu hijo, me lo merezco el cielo que has prometido a mis padres. Cuando muera llévame contigo, pero a ese enemigo mío, por su odio y rencor en contra de tu consentido, mándale al suplicio eterno.

El cielo y el infierno se han vuelto en un ‘hazme reír’ para la gente madura y consciente. Es una proyección enfermiza y psicótica, desmedidamente antropomórfica. Es una proyección de aquel que odia a alguien y desea para su enemigo el peor de los castigos posibles y, al considerarse él bueno, se proyecta para sí una felicidad eterna en el cielo. Entonces, cada cual, fabrica su propio cielo eterno y crea un infierno sin fin para su contrario. Es así como se empieza a entender que los funcionarios de las religiones organizadas han creado el cielo para los suyos y el infierno para aquellos que no son de su partido, en base a ciertas escrituras. Sin embargo estas proyecciones son mentales, es decir, es una extensión de la mente humana: el cielo está fuera y el infierno también. Dios está fuera y el diablo también. Pero hay una cosa que se ha quedado en el anonimato: el camino a la verdadera casa. Y si esto has olvidado y te has proyectado mucho hacia fuera quiere decir que no has dado el primer paso hacia ser un auténtico religioso.

El ser humano tiene las potencialidades de elevarse lo más alto posible, esto es, alcanzar su divinidad o llegar a ser un Cristo o un Buda. Pero también tiene las posibilidades de caer lo más bajo posible, incluso por debajo de la animalidad. De ello se infiere que el diablo es el ser humano caído por debajo de la animalidad y Dios es el ser humano elevado por encima de la racionalidad.

El cielo y el infierno son productos de tu psicología. En éste preciso momento si quieres puedes ir al infierno o al cielo. Es tu derecho. Siempre que actúes sin la luz de la consciencia, inconscientemente, puedes caer en las profundidades del infierno; siempre que actúes con la luz de tu consciencia, conscientemente, puede escalar las eternidades del cielo. Sin embargo no se puede estar eternamente en el infierno pero puedes estar eternamente en el cielo. Tu vida es un flujo constante, es líquido, a veces va al cielo y a veces al infierno. ¿Cómo trascender esa vacilación? Los extremos tienen que ser trascendidos para alcanzar el estado celestial, la beatitud permanente. Este estado solo aparecerá si dejas de vacilar y oscilar entre el cielo y el infierno. Tendrás que volverte como un niño total y veraz. Aunque seas un pecador, sé veraz y total; aunque seas un santo, sé veraz y total. Ese es el requisito primordial.

Ser total y veraz es el requisito para la beatitud permanente. Cuando te enfadas, enfádate totalmente, sin medir consecuencias. No te engañes. No seas falso. Cuando entres al infierno, entra del todo, súfrelo y solo así podrás atravesarlo. Si en el infierno hay dolor, el dolor te dará madurez.

Si amas, ama totalmente; si odias odia totalmente, no seas un fragmento, sufre las consecuencias. Sé completo en todo lo que hagas. En realidad nunca te has enfadado totalmente, nunca has odiado completamente y, de ese modo, te has perdido el cielo. Debido a tus maquillajes constantes el cielo se escapó de tus manos. Tienes que atravesar el infierno para tocar el cielo. Deja de ser indeciso, tibio, un absurdo derroque, y empieza a actuar totalmente. Resucitarás. Serás un hombre libre, un Cristo elevado, resucitado y el sol nunca se pondrá.
Khishka
Testigo ambulante

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