lunes, 23 de febrero de 2009

CATADOR DE VINOS

(El olvidado sentido del olfato)

En un pueblo vinícola hubo un anciano conocido como el mejor catador de vinos, luego de haber participado en grandes concursos internacionales y mundiales. En los últimos años de su vida acostumbró ganar torneo tras torneo: una primera vez, segunda, tercera, cuarta, quinta… y así sucesivamente. Esta vez también, como todos los años, hubo una convocatoria para todos los catadores del mundo. Él, como de costumbre, se apuntó para participar del certamen junto a otros.

El anfitrión viendo que el anciano famoso, el mejor de los catadores que había ganado el último y los anteriores torneos, figuraba también en la lista de los competidores, decidió hacerle una jugada pesada, pues si él participaba el certamen, de ante mano, el torneo ya tenía un ganador. Por eso ordenó a sus empleados que prepasen los vinos y sus respectivas mesas, muy sigilosamente. Entre ellos estaba también la mesa que correspondía al famoso anciano, destacadamente puesta por ser el último ganador, aunque él figuraba entre los últimos competidores de la lista. En esa mesa reservada para él, entre los vasos servidos de vino, estaba también uno que contenía el orín de la esposa del amigo del anfitrión.

El certamen se dio por inaugurado y los competidores, uno por uno, fueron examinados, por el jurado especialista en la materia, muy sigilosamente. Cada cual debía adivinar, olfateando y catando, a qué marca y nacionalidad correspondía, cuántos años de maceración tenía, si los tiempos de lluvia han sido favorables ese año, etc. Cada especialista se ocupaba de su mesa y el mejor debía ser premiado. Comenzaron uno por uno y, por fin, le tocó el turno al anciano.

El anfitrión estaba tan a la expectativa para ver qué sucedía y cómo reaccionaba el famoso catador de vinos. Y, como es debido, el anciano probó del uno y del otro… y, al fin, llegó al mismísimo vaso de la trampa que contenía orín. El viejo, como hizo con todos los vasos, primero, la tomó en su mano, luego la olfateó detenidamente, una y otra vez, y exclamó:

-¡Oooh…! Y complementó: ¡Es de pantymedia! ¡Cabellos rubios! ¡Ojos angelicales! ¡Pero no es de mi pueblo!

El anfitrión estuvo completamente sorprendido por la respuesta y de cómo había dicho exactamente de quién se trataba, a quién pertenecía el orín del vaso.

Entre tanto, el anciano, continuó con los demás vasos hasta concluir la partida. Así, como no podía ser de otro modo, una vez más, fue condecorado con el máximo premio del certamen.

Los humanos tenemos cinco y un sexto sentido. Deberíamos desarrollarlos todos pero, dada las circunstancias culturales, han sido postergados. Los cinco y un sentidos que tenemos no son lo que deberían ser. Han sido entrenados conforme a otros fines desligados de la naturaleza. Hueles sólo aquello que tu sociedad y tu cultura te ha permitido que huelas. El hombre ha perdido muchos de sus sentidos, con ello su sensibilidad.

El sentido del olfato, por ejemplo, es uno que se ha perdido. ¿Qué le ha pasado a su nariz? Está psicológicamente bloqueada. El olfato ha sido enterrado debido a la represión sexual porque él es la puerta más sexual del cuerpo humano. Fíjense lo que está escrita en la naturaleza vislumbrado por los animales: es a través del olfato como los animales sienten inicialmente si un macho sintoniza o no con una hembra. El olor es una indicación sutil y muy connatural. El hombre es tan sensible como los animales pero el constante entreno y ejercicio en represiones ha mutilado su sensibilidad.

Por suerte hay individuos, como éste catador de vinos, que no se han dejado infectar por su sociedad y su cultura y ahora es capaz de captar los olores de todas las mujeres de su pueblo pues, con solo olfatear su orín, puede descifrar que si ella es de su aldea o no. Personas como éste nos recuerdan que estamos tan ligados a la naturaleza y cuál de nuestros seis sentidos ha sido más reprimido. Hemos desarrollado bastante en lo que se refiere a la ciencia objetiva pero el trabajo subjetivo ha sido bloqueado psicológicamente. Es tiempo de tomar consciencia de ello para explorarlo, desarrollarlo, ser completos y dejar de ser fragmentos.
Khishka
Testigo ambulante

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