jueves, 22 de enero de 2009

ANTONIO

(El matrimonio)

Un joven, de nombre Antonio, decidió marcharse de casa tras cierto disgusto con su madre. Él, durante toda su vida, nunca conoció a su padre. Se fue a un país lejano confiado en su fuerza física y su edad.

Teniendo la noticia de que muchos de sus contemporáneos se habían ido también a Buenos Aires, una de las urbes más grandes de Sudamérica, optó por seguir la misma ruta de sus compañeros. Una vez llegado allí buscó trabajo, encontró y, aunque éste fuere duro, gracias a su edad, pudo sobrellevar y salir adelante. Bregó durante muchos años hasta que se compró una casa, una hacienda, un auto, etc. Aunque en varios años logró tener los bienes con las cuales siempre había soñado.

Hasta entonces no se había casado. No tenía hijo o hija alguna. Pero siempre había tenido las aventuras que más quería: paseos, mujeres, viajes de ensueño, etc. La vida le resultó muy placentera, lleno de encantos y dichas. En el barrio en que vivía, había un restaurante muy conocido, al cual solía acudir con frecuencia. En el restaurante trabajaba una mujer argentina y, como frecuentaba bastante por el lugar, poco a poco tuvieron más contacto, tanto que esos encuentros frecuentes desembocaron en confesiones de amorío, para que Antonio aceptara casarse con ella. El superaba los cincuenta años y ella tenía treinta y ocho.

En uno de sus momentos de romance, ella dijo:

- Antonio, eres una persona sola y tienes bienes. Cuando mueras ¿no te gustaría heredar lo que tienes a tu propio hijo? Yo también soy mujer sola y todavía estoy a tiempo, podríamos tener al menos un hijo y, él, tendría más bienes que nosotros porque, si juntamos lo que tenemos, tendríamos que heredar a nuestro propio hijo y no a la gente pues quien sabe como terminaremos si seguimos así. Yo te amo y tú también ¿por qué no juntamos nuestras vidas?

A partir de esa confesión expuesta por la mujer entablaron más intimidad y Antonio terminó aceptando la propuesta. Entonces apuraron la boda por lo civil y por lo religioso. La unión civil y un rito en la iglesia, una pequeña fiesta y la luna de miel fueron suficientes para consumar las exigencias matrimoniales. Pasó la noche y, al día siguiente, llegaron uno a uno los hijos e hijas de la mujer que, en secreto, lo había tenido hasta entonces. Y Antonio, sólo después de haberse casado, se dio cuenta de que las palabras de la mujer, ahora su esposa, habían sido falsas y ya no había ningún remedio.

Luego los hijos de su esposa tomaron la partida por los bienes de Antonio: vendieron su auto y se repartieron el dinero; hicieron lo mismo con su hacienda y se repartieron la plata; construyeron un pequeño cuarto para él sólo en un rincón de la casa; le redujeron a la condición de siervo de la mujer y de sus hijos e hijas, incluso los perros eran mejor atendidos que él. Así se cumplió lo que se dijo: ‘esclavo en su propia casa’.

Ahora su vida es la de un esclavo, sin derecho a nada; no le dejan ni siquiera hablar con la gente, ni con sus amigos; un paseo, ni pensarlo; trabaja todos los días como un peón para ganarse el pan en su propia casa; desearía hacer una denuncia a las autoridades civiles pero todas las puertas le han sido cerradas y resguardadas. Cualquier contacto con otras personas le fue terminantemente prohibido, bajo amenaza de muerte. Él, consigo mismo y con su vida de esclavo, condenado a la condición ínfima de un peón. Así fue su suerte y así sigue ‘hasta que la muerte os separe’ pues finalmente, él, terminó lamentando su desgracia en los quince minutos de permiso para que hablara con su sobrino que fue a visitarle. Sus palabras de despedida, dirigidas a su sobrino, fueron:

- ¡Total! (dijo entrecortadamente, con algunas lágrimas en los ojos y apoyado en el hombro de su sobrino). Querido Jorge…: Me casé, todo, porque me dijo que ella era una mujer sola y ambos podíamos hacer una vida juntos. ¡Me equivoqué! ¡Me engañó la bruja! ¡Maldita sea mi suerte! Si algún día llego al límite del suicidio, será por eso porque hay días que no logro reunir las fuerzas para seguir soportando esto. Intentaré ser fiel a mi matrimonio hasta donde aguante. Espero no enojar a Dios. Pero hay momentos en que prefiero el suicidio a aguantar este tormento. ¡Adiós sobrino! ¡Ya me están llamando!

El ser humano vive en la condición de Antonio, esclavo y prisionero de sus propias leyes, sus costumbres, sus conocimientos prestados. Una de las prisiones más feas es la institución del matrimonio. Por haberse casado uno tiene que reprimir su naturaleza porque la legalidad dice que ‘tu unión es para toda la vida, sólo la muerte los podrá separar’. Ésta es una verdadera sentencia a cadena perpetua. La represión, sea del tipo que sea, va contra la naturaleza y la dignidad humana porque no deja que la vida sea totalmente vivida.

He escuchado una anécdota. Un hombre que quería vivir más de noventa años, preguntó a un médico:

- ¿Qué tengo que hacer para llegar a los noventa años?

El médico contestó con otra interrogación:

- ¿Usted bebe?

- No –Dijo el hombre–.

Siguió el especialista:

- ¿Usted fuma?

- No. –Contestó el hombre, por segunda vez–.

Entonces el Doctor prosiguió:

- ¿Usted es mujeriego?

- Tampoco. –Afirmó el hombre–.

Finalmente, el médico, tuvo que terminar diciendo:

- No bebe, no fuma, no es mujeriego ¿para qué diablos quieres vivir noventa años?

Si la naturaleza es reprimida los años que vivas nunca serán suficientes porque no han sido vividas plenamente. Andarás de médico en médico, buscando métodos y consejos para ampliar tus años de vida, porque los cincuenta o los sesenta no han sido vividos totalmente. Tantos años la misma cara, la misma figura, las mismas reacciones, las mismas bobadas, la misma comida, los mismos rezos, las mismas payasadas, el mismo teatro de siempre, etc. ¡Estás empalagado! Tu vida se ha vuelto aburrida, rutinaria, pero como te han dicho o te han enseñado que es mejor ser masoquista aquí para que vayas al cielo, tuviste que reprimir y, la represión, siempre ha desembocado en fenómenos funestos para la humanidad. ¿Qué necesidad hay de amarrarse a la vida, a una mujer, al matrimonio, a las leyes, a tus costumbres, a ciertas instituciones de tu sociedad? ¡Ninguna!

La institución del matrimonio es una cárcel inventado por los astutos para supervivir a costa de tu esclavitud y tu desdicha. Su único objetivo es privarte del placer que causa la vida, de la libertad, de la posibilidad de amar completamente, de la responsabilidad de transformarte en un ser humano pleno, hermoso y agradecido por las bondades de la Existencia. Por eso cuando te amarras a algo, aún lo hagas con la mejor de las intenciones, sólo cosecharás sufrimiento y desencanto.

El matrimonio pudo haber sido un ‘mal necesarios’ para estructurar la sociedad inicialmente pero ahora ya no es viable, es anticuada, anacrónica y obsoleta, sobre todo porque somos más maduros en cuanto a consciencia se refiere. Es decir: ya no podemos vivir fabricando o sustentando cárceles para nosotros mismos porque es preciso dejar las estupideces para traer más alegría, más risa, más fiesta, más humor, más regocijo para la humanidad entera, en vez de perversión, sufrimiento y represión.

Las ‘caras largas’ que a menudo se generan en la gente ocurren a causa del aburrimiento, del empalago que uno, por naturaleza, siente cuando la vida no es novedosa o su novedad ha sido sepultada por la rutina.

Sucedió que una pandilla de muchachos, que se dedicaba a hacer teatro en algunos pueblos progresistas, al ver a una pareja de jóvenes bien apechugadas y apoyadas en un poste de luz, decidieron amarrarlos por unos días para observar su efectos.

La pareja se sentía complacida inicialmente y los muchachos de la banda se reían a carcajadas al verlos amarrados. Los pandilleros tenían cierto sentido de humanidad y por eso se turnaron para llevarle algo de comer. Les llevaban abrigo, comida a sus horas y, lo único indeseable, eran las sogas con las que estaban amarradas. Era todo un espectáculo.

Pero como todo lo que se come tiene que salir por algún lado se hacían sus necesidades en el mismo lugar y en la posición en la que se encontraban... Sus mismas prendas quedaron pringadas por sus eses, por el sudor, por la suciedad, por la comida, etc. Se hacía toda una mezcla de pura ‘mierda’. Perdieron las ganas de comer, se volvieron nauseabundos y asquerosos, tanto fue el hastío que no querían ya ni verse el uno al otro.

Pasado unos días, al fin, volvieron los pandilleros y desataron la soga. Ambos quedaron libres pero terminaron hastiados el uno del otro y viceversa. Se miraron con repudio, sin ni siquiera decirse ‘chau’, cada cual se fue por su lado y no volvieron a juntarse a causa de su asquerosa experiencia.

El repudio y la separación fue la conclusión de la obra preparado por los talentosos padilleros que, a menudo, se dedicaban a hacer un poco de drama donde sea que iban.

La escena muestra exactamente los efectos que provoca la institución del matrimonio. Es decir: siempre que te amarras o te amarran a algo pierdes tu libertad y, si pierdes tu libertad, pierdes tu belleza. Tu vida se convierte en no más que un revoltijo de ‘mierda’ que provoca nauseas, hastío y sufrimiento. Mira a los pajarillos, no se casan; mira a los árboles, no se casan; mira a las mariposas, no se casan; mira a las rosas, no se casan y son tan hermosas y fraganciosas; mira a los ríos, no se casan; mira a los peces del mar, no se casan…. Y tú ¿por qué lo haces? ¿Qué necesidad hay de casarse y amarrarse a una mujer o a un varón? ¿Tienes vocación de masoquista o de sádico? ¿Por qué eres tan mal agradecido con la Existencia?

La vida es espontánea porque la naturaleza no conoce instituciones y, de hecho, no hay necesidad de entidades como el matrimonio. Es bueno que esa institución fracase más y más para que la gente se dé cuenta de la estupidez que viene haciendo a lo largo de los siglos. Conforme madure el ser humano el matrimonio desaparecerá y no habrá necesidad de divorcios. Si no hay divorcio, tampoco habrá odio, ni violencia, ni celos, ni toda clase de perversiones sociales. Pero nadie es capaz de mirar a la raíz misma de los fenómenos que han generado tantas enfermedades.

Antonio, so pretexto de fidelidad a su matrimonio, se ha vuelto masoquista o, en otras palabras, un enfermo mental. De ahí que el masoquismo junto al sadismo y la prostitución son subproductos de la institución llamada ‘matrimonio’.
Khishka
Testigo ambulante

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