jueves, 22 de enero de 2009

EL BAILE DE LA EXISTENCIA

(El tácito y mutuo acuerdo)

De madrugada, Khishka, acostumbraba darse una vuelta por el jardín. Y en uno de los troncos, recostados en el suelo, se sentó y comenzó a sentir una ligera sensación de éxtasis en todo el vergel. Allí, sentado y en éxtasis, fue testigo de cómo, poco a poco, empezaba a aclarar el día, los pajarillos a trinar, a saltar de rama en rama y a entonar sus primeros gorjeos matutinos. El río cantaba, los insectos chirreaban y la brisa mañanera comenzaba a sobar las copas de los árboles

De repente una pareja de gorriones revoloteaba entre las ramas de los árboles del jardín. Luego se treparon en los cables que daban justo con el poste de luz erigido al lado de su casa. Comenzaron a cantar una melodía impresionante, llenos de regocijo; sus movimientos gráciles, sus vivaces aleteos, de un lado para otro, era un perfecto alborozo.

El sol comenzó a salir, a propagar sus primeros rayos sobre los picos más altos, luego sobre los valles, en fin, sobre toda la faz de la tierra. Las flores de los árboles y de los jardines comenzaron con la suya: se habrían de par en par para recibir el calor del gran astro; el pasto comenzaba a resplandecer en el vergel; el rocío de la mañana comenzaba a desvanecerse en las hojas de las plantas y arbustos.

El picaflor comenzó a hacer lo suyo con las flores que empezaban a exponerse, espontáneamente, a los rayos del sol; iba de flor en flor, libando el néctar del capullo de las rosas.

El sol siguió saliendo más y más, y el turno era de las mariposas que también emprendieron con sus revoloteos entre las flores. Luego vinieron las abejas que empezaron a chirrear entre las hojas y las ramas, cuyo zumbido parecía una orquesta. Las bestias nocturnas del bosque inauguraban el descanso; las aves nocturnas a esconderse entre las ramas más tupidas y oscuras o en las rocas donde no estaba permitida la visita del astro rey.

Todo parecía un perfecto evento armónico; un tácito y mutuo acuerdo animaba todo el acontecimiento. No había una voz que llamaba a cada árbol diciendo ¡despierta, que acabó la noche! Tampoco había una voz de alarma que diga ¡pajarillos, comenzad a cantar, que ha amanecido! Mucho menos hubo una voz para toda la faz de la tierra que diga que ¡el día ha comenzado y la noche ha terminado! No hubo nada de eso.

Pasó esa mañana y al día siguiente ocurrió que, Khishka, estaba de paseo en la plaza y fue testigo del canturreo del club de comadres y compadres que contaban, entre risas y lamentos, lo siguiente:

Había un vecino que, vivía al lado de la casa de Khishka y, solía tener un reloj despertador junto a la cabecera. La noche antes el tipo se olvidó de programar la hora de despierto y se quedó dormido. Pasó la hora durmiendo y cuando despertó ya no había remedio, había pasado la hora de entrar al trabajo. Hizo todos los esfuerzos para darse cita a la pega, aunque fuera demasiado atrasado. No pudo disimilar el atraso y lo único que provocó fue, en el jefe de la empresa, la siguiente reprimenda:

-Si una vez más te retrasas te despediré del trabajo ya que hay mucha gente que puede hacer las cosas que tú haces en mi empresa. No eres alguien imprescindible y quizá otros hagan las cosas mejor que tú, con mayor entrega y con más responsabilidad.

Se trataba de su vecino y por eso, él, había tomado la atención del canturreo de aquel club reunido en la plaza. Luego caminando un poco más logró escuchar a dos amas de casa chismeando. Una de ellas declaraba que: la señora hacendosa del frente, la anterior mañana, había ido a despertar a su hijo. Ella tironeó las frazadas diciendo:

-¡Hijo, despierta! Es hora de levantarse. El sol ya llegó en la ventana. ¿Qué hora te vas a bañar para ir al colegio? ¿Has hecho tus tareas? Y el muchacho cambiaba de posición, se giraba al otro lado y no hizo el menor caso a las palabras de su madre.

Luego la madre muy habilidosamente llevó agua fría en un vaso y le echó por el cuello. Entonces el hijo, de un salto, estuvo de pié y refunfuñó contra su madre. Dijo:

-¡En esta casa no te dejan ni descansar! ¡Me voy! ¡Ya no soporto las exigencias. Mucho menos de mi propia madre!

Así había concluido el chismorreo de las comadres, algo conmovidas y jactadas, con las palabras del muchacho. Entre tanto Khishka siguió adelante y, al pasar por las puertas del templo, vio salir dos monjes. Uno de ellos, muy apasionadamente, contaba al otro lo siguiente:

Paco era un monje que le gustaba dormir. Pero despertar era, casi siempre, una de las cosas más difíciles que podía sucederle. Se durmió muy temprano, como de costumbre. De repente se despertó a las tres de la madrugada y miró el reloj que llevaba consigo, el cual, según logró ver, marcaba las seis. Rápidamente se puso en pié y se dirigió al templo. Abrió las puertas de par en par, también las ventanas, preparó los libros de oración y todo puso en orden. Luego fue al campanario y comenzó a tocar las campanas para llamar a la gente. Los vecinos, a causa de las campanadas, salieron de sus casas todo alborotado. Uno de los vecinos dijo al campanero:

-¡Oye desgraciado! ¡Me hiciste espantar el mejor de los sueños de mi vida! ¡Deja ya con esas campanas! ¡Se ha vuelto loco! ¡Maniático! ¡Hijo de ‘…’!

Pero el monje no escuchó nada a causa de los repiques. Y cuando se dio la vuelta hacia el claustro, todos los monjes del monasterio habían despertado y lo estaban observando hecho unos ‘bobos’, sin decir palabra alguna. Uno de ellos, el Abad, por fin, dijo:

-¡Oye Paco! ¿Qué estás haciendo a esta hora?

El monje no había esperado semejante sorpresa. Todo él sorprendido, contestó:

-Y ustedes ¿qué hacéis mirándome? Vuelvan a dormir. Todavía hay media hora.

En eso se dio la molestia de mirar el reloj que llevaba en su mano y se enteró que eran las tres y media de la madruga. Apenas se dio cuenta cayó pesadamente a causa de un infarto cardíaco y rodó por las gradas.

Estos tres últimos sucesos del que fue testigo Khishka, al margen del primero, acaecen en el noventa y nueve punto nueve por ciento de la gente porque, incluso, necesita una pastilla para dormir y un despertador para despertar. Con ello hemos archivado nuestra naturaleza y sin eso ya no funciona nada. Nuestra vida es cada vez más mecánica, tensa y, por eso, más artificial. Parecemos los únicos ‘bobos’ del planeta, salidos de órbita, descontextualizados, distraídos, que funcionan como robots y no hay lugar para ahondar en los mares profundos del ser. Las interferencias sobre nuestra naturaleza no nos dejan seguir el curso natural, no dejan que la vida sea líquida y, a consecuencia de ello, tenemos que padecer la pérdida de empleo, retrasos a clases, enfermos de sueño, estrés, tensión, paros cardíacos, etc.

El resto de la naturaleza sigue su curso normal, sin interferir. No necesitan despertadores ni alarmas. Funciona tan solo a través de un tácito y mutuo acuerdo natural. Los demás seres, a diferencia de los humanos, están ligados completamente al flujo o a la liquidez de la Existencia, a la vida, y al baile espontáneo de la naturaleza. En cambio los seres humanos, a diferencia de los demás, sólo hemos creado distancias con la naturaleza y la Existencia. Por tanto lo que nos ocurre hoy es producto de nuestro disparatado modo de traicionar a nuestra madre la Existencia, estamos lejos de casa, muy distanciados de nuestras raíces, parecemos unos huérfanos necesitados del socorro de unos despertadores, alarmas y píldoras de dormir. Debido a esa estrepitosa situación, obviamente, nos hacemos dependiente de las drogas y otros accesorios para paliar nuestra orfandad.

¿Cómo revertir esa situación? He ahí el dilema. La única salida que nos queda es volver a la naturaleza, esto es, retornar a casa, a nuestra primera inocencia; ahondar en nuestro ser, esto es, zambullirse en lo más hondo de nuestro propio mar, pues cuanto más profundo vayas habrá más calma y menos alboroto. El alboroto está en la periferia o la superficie y la calma está en el centro más profundo de tu ser. Y llegar a esa profundidad es transformarte en un verdadero Maestro.

Pueden suceder todos los alborotos posibles en la superficie, pero allí, en tu recinto sacro, calmo y silencioso, inocente y virgen, no habrá terremoto alguno que interfiera ese tácito y mutuo acuerdo con tu madre, la Existencia. ¡Allí serás uno con ella, con el Todo! ¡Todas las gracias y bendiciones florecerán en ti y tu danza será el baile de toda la Existencia!
Khishka
Testigo ambulante

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