sábado, 30 de enero de 2010

EL COMPARTIR


(El secreto modo de hacer una convivencia armónica)

Cada ser humano llega a este mundo cargado de un gran tesoro, mejor, repleto de tesoros. Pero más del noventa y nueve por ciento de la gente los echa afuera por la borda o los oculta en el sótano donde termina pudriéndose. La sociedad en la que vivimos ha construido seres humanos estatuas, tallados con algún instrumento, cubiertos con la misma fachada, barnizados con el mismo barniz, medidos con el mismo barómetro, puestos en los mismo envases, programados para los mismos oficios. Por eso George Gurdjieff concluyó: ‘el hombre, tal como es, es una máquina’.

Ahora bien, si el hombre es máquina, tal como es, seguirá haciendo las mismas cosas que ha venido haciendo. El hombre sólo se convierte en hombre cuando se vuelve consciente y, con la consciencia, es decir, ese constante trabajo de asentarse en uno mismo, le hará no-mecánico, impredecible, libre. Cuando eres impredecible, alguien podrá insultarte y aún así podrás reírte, como nunca antes has reído; alguien podrá darte una cachetada y aún así podrás amarlo, como nunca antes has amado; alguien podrá escupirte y aún así podrás sentir agradecimiento hacia él, como nunca antes has sentido. Así podrás caer en la cuenta de que algo nuevo está surgiendo en ti, estás creando consciencia, te estas volviendo consciente. Todo esto supone un profundo trabajo individual.

Antes de hacer cualquier acción tendrás que profundizar en ti mismo, porque actuar significa ir hacia los demás, hacia fuera, hacia el exterior y alejarte de ti. Por tanto, lo primero es lo primero.

Escuché esta anécdota: Una mañana, la esposa de Jorge le dijo a su esposo:
-A noche, mientras dormías, me insultabas, me decías cosas, me maldecías. ¡Ahora te exijo una explicación!
Y Jorge dijo:
-Pero, ¿quién dice que yo estaba dormido? No estaba dormido. Son las cosas que quisiera decir, pero me las aguanto. No tengo valor para decirlas.

Eso es lo que ocurre cuando aguantas muchas cosas porque sabes, exactamente que, al salir demasiado, al proyectarte con demasía hacia fuera, te has convertido en una máquina y, una máquina, no hace sino lo que el piloto quiere que haga. Y es normal cuando tu cuerpo se relaje salga a la luz todo lo que has reprimido durante el día. Pero mientras encajar en los paradigmas de la masa suponga para ti un enorme sacrificio, sepultarte a ti mismo, aún te acostumbres en el oficio, no te convertirás sino en un títere. Ya no serás tú mismo. Y si ya no eres tú mismo, ¿cómo puede surgir de ti algo nuevo? ¿Cómo puede florecer en ti lo divino? ¡Imposible! La multitud es tu titiritero y tú eres su títere. La multitud jala los hilos y tú saltas, lloras, sufres, haces todo tipo de payasadas. Ahora has perdido tu alma propia; ya no eres libre; eres un esclavo; estás extraviado y lo normal será que termines asfixiado o, en su defecto, te suicides.

Proyectarse hacia fuera, actuar con referencia hacia el exterior, salir siempre de ti, son venenos para el alma. Pero caminar hacia dentro, hacia tu templo, hacia tu santuario, es algo muy sagrado, porque cada vez te asientas más, despiertas más, te iluminas más y más. Ya no eres tú. Eres tú el templo. Eres la Existencia.

Cuando tu eres el templo te haces más amoroso y recibes más amor; te haces más pacífico y recibes más paz; ahora puedes dar más porque tendrás mucho para dar; ahora podrás compartir, porque tendrás mucho que compartir. Simplemente comienza a mirar hacia dentro, escudríñalo, profundízalo, saboréalo, y encontrarás tu propio tesoro, ese gran tesoro con lo que has llegado a este mundo. Sólo cuando encuentres tu propio tesoro podrás compartirla, no antes. Pero si haces lo contrario, tu modo de compartir no será sino un disfraz, un acto político, un acto feo.

Me han contado esta anécdota. Una vez, en una aldea judía, se estaba muriendo un hombre místico muy querido.
Toda la aldea estaba preocupada por su muerte. Los médicos habían hecho todo lo posible para salvarlo, pero nada. Todos los intentos fueron vanos.
De modo que la autoridad religiosa reunió a la gente para el último quehacer: rezar. Pero eso tampoco parecía funcionar.
Finalmente el rabino dijo:
-Hermanos: sólo nos queda una cosa por hacer: donar nuestras vidas. Así que donemos algunos días o algunos años de nuestras vidas a este santo y, a nosotros, Dios no nos ayudará a menos que la hagamos.
Entonces alguien dijo:
-¡Yo, ofrezco cinco años!
Otro dijo a su vez:
-¡Yo, dono un año!
Alguno pronunció:
-¡Yo, dono un mes!
Un anciano dijo:
-A mí no me queda mucho, pero donaré un día.
Incluso hubo un avaro que dijo:
-Para mí la vida es riqueza, pero donaré un minuto. Un minuto no me afectará mucho.
Entonces, Martincho que no era judío, que estaba entre la gente se puso de pie y dijo:
-Yo donaré ¡veinte años!
Y todos tornaron su mirada hacia él. Un judío le jaló de su chompa, y dijo:
-¿Qué has dicho Martincho? ¿Estás loco? ¡Veinte años es demasiado! ¡Ni siquiera eres judío!
Y Martincho replicó:
-Pues ¡donaré de la vida de mi mujer! ¿Cuál es el problema? ¡Además me conviene!

Nadie está dispuesto a compartir porque la raíz intencional del ‘compartir’, conocido hasta ahora y exigida por las religiones, es errónea. No está asentado en las raíces profundas de la vida. Su asidero está fuera de la vida, esto es, en la ‘misericordia’, el ‘altruismo’, la ‘propaganda’, el ‘exhibicionismo’, por tanto, en la periferia de lo natural por responder a un mandato. En cada una de las sectas que exigen ‘compartir’ está escondida una determinada ideología, esto es, no son gente que se ha encontrado consigo mismo y con la vida, son gente que está esperando tributo y expansión de su ideología; son gente que está esperando indirectamente tu voto, tu aprobación, tus aplausos; son gente que indirectamente está hurgando tus bolsillos, porque de ese modo se sentirán fortalecidos para proteger la institución a quien representan. Habiendo todas esas cosas tendenciosas su compartir no es más que una farsa.

El verdadero compartir no es un acto político, no tiene nada que ver con el exhibicionismo, la competencia, la comparación o la autopromoción, porque no exige nada. Simplemente da, porque el árbol ha llegado a su madurez y ahora tiene los frutos maduros. Los da sin condiciones, en completa indiferencia; los da porque le ha llegado la hora a través del curso natural de la vida.


Ahora el encuentro es encuentro, ahora la fiesta es fiesta, ahora la comida es sacramento, ahora el darse la mano es oración, es ofrenda, ahora el hecho del ‘estar simple’ con alguien es una profunda celebración, ahora el abrazo es una fusión eterna; ahora el tesoro ha salido a la luz, se ha revelado, está desnudo; ahora es una flor; ahora se ha unido al Todo y se ha convertido en una convivencia armónica, ahora es el aroma de la vasta Existencia. El COMPARTIR, que surge desde el más absoluto egoísmo, es el secreto modo de hacer una convivencia armónica.


Khishka

1 comentario:

gla. dijo...

Me gustó mucho tu escrito
Hay mucha razón en el...