miércoles, 13 de enero de 2010

LA SALA DE ESPERA

(Nuestro comportamiento con la vida)

Todos los viajeros de una famosa estación de tren, recibieron un comunicado por los altavoces del edificio. La voz decía:

-Estimados viajeros: el tren Sureño tuvo un percance y no sabemos exactamente a qué hora estará en la estación. Así que estén alertas para cualquier momento.

Pasado unos momentos hubo otro comunicado, esta vez respecto al tren Norteño. La voz decía:

-Estimados viajeros: el tren Norteño está en mantenimiento forzoso y no sabemos exactamente a qué hora estará en la estación central. De todos modos, estén atentos.

Una hora después recibieron también el siguiente anuncio:

-Estimados viajeros: les pedimos mil disculpas, el tren Estrella del Este, no podrá estar a la hora indicada porque sufrió un accidente; los discos de la locomotora están muy gastadas y esa fue la causa de que se desvíe del carril. Así que demoraremos bastante para estar en la estación central. Les avisaremos cuando ya tengamos los repuestos y darles la esperanza de viajar a todos los pasajeros. ¡Tengan paciencia! Estén preparados para cualquier sorpresa.

Poco a poco, tanto los viajeros del Sur, del Norte, como del Este, se aglutinaron en la ‘Sala de espera’. Llegaron de todos los lugares y el recinto se llenó completamente. Ya no había un espacio para más gente y los trenes no aparecían. Los lugares donde se encontraban los servicios básicos de higiene, los puestos de comida, artículos de consumo, de recreación y otros, estaban repletos de gente. Al no haber espacio los viajeros escupían, votaban las cáscaras de fruta donde sea, hacían sus necesidades básicas donde se les ocurría, algunos bebían licores para matar el tiempo, se emborracharon, armaron pleitos, comenzaron a pelear, algunos a robar, otros a violar mujeres, hacían toda clase de cosas que jamás había ocurrido en aquella prestigiosa ‘Sala de Espera’ de la estación ferroviaria. Todo este caos ocurría mientras esperaban el tren.

La gente que seguía llegando a la estación era consciente que, todo cuanto acaecía allí, era sólo un tiempo, unos días, e incluso, sólo unas horas pues, luego, debían marcharse. Era una verdadera multitud reunida esperando viajar a sus destinos. No pasaron muchas horas cuando apareció el primer tren, luego el segundo, después el tercero, y se armó otro alboroto. Los gendarmes decidieron poner orden pero no pudieron lograr. Todos los vagones, de los tres trenes esperados, se llenaron rápidamente. Luego, después de tanto ajetreo, por fin la gran masa de gente que se había reunido en aquella estación no tardó en abandonarla. Pero, como consecuencia de todo, dejó hecho un asco la pobre ‘Sala de Espera’, repleta de basura, con olores nauseabundos, desperdicios, e infinidad de cosas. ¡La ‘Sala’ quedó irreconocible!

Esta metáfora refleja nuestro comportamiento con la vida. Tratamos a la vida como si fuera una residencia provisional. Pareciera que no hay necesidad de limpiarla, embellecerla, volverla más encantadora, más poética, más romántica, más alegre, más rítmica, más artística y, lo único que hemos hecho con ella es, llenarlo de nuestras basuras mentales y ensuciarla.

Hoy más importante que la ‘vida como tal’ es una creencia, a quien hay que defenderlo sacrificando incluso la propia vida; es más importante que la vida una determinada ideología, a quien hay que servirle y vivir siendo esclavo suyo; es más importante que la vida una institución muerta, unas leyes muertas, unas normas de consuelo y dominio, unas políticas muertas que no son más que formas de ser irreligioso.

En la mentalidad actual hay una profunda reverencia por la muerte, por las tumbas, por lo arqueológico, por la violencia, por lo que viene después de la muerte. Es una mente estúpida que está en contra de la vida, como si la vida sirviera únicamente para renunciarla u ocultarla antes que transparentarla y vivirla; sacrificarla por ideas de ultratumba; negarla por la supervivencia de una iglesia o secta. Esto es sin duda una especie de religiosidad centrado en las tumbas, en la muerte, en la no vida, en la irreligiosidad.

La religión, tal como lo hemos conocido, al menos en Occidente, tiene un enfoque erróneo y sus funcionarios siguen insistiendo en creencias, en ideas, en ideologías y demás cosas absurdas. En realidad todas esas cosas son un insulto a la dimensión religiosa del ser humano. Religión es el arte de vivir, es una escalera para descender a las raíces de la vida, es abrir los ojos a la vida, no es dar la espalda. Religión es un encuentro con la vida. Deberíamos escudriñar profundamente las raíces de la vida, deberíamos saborearla momento a momento, deberíamos vivirla instante a instante, deberíamos tener una reverencia única por ella, ya que es la única manera de amarla, disfrutarla y familiarizarse con ella.

Durante cinco milenios hemos preferido más una idea preconcebida de un Dios que está en contra de la vida y a favor de nuestro esquema mental; hemos preferido imitar a individuos muertos, sobre cuyos cadáveres hemos construido nuestras religiones e iglesias; hemos preferido disfrazar la vida con toda clase de máscaras religiosas y políticas para huir de su desnudez; hemos hecho tantas cosas que ahora ya no somos capaces de ver la verdad de la vida. Estamos totalmente condicionados para imponer constantemente nuestra estructura mental, es decir, nuestro capricho sobre el flujo de la vida. Pero esta intención no es más que una soberana ilusión. ¡Qué poco respetuosos hemos sido con la vida!

La vida es un enorme tesoro oculto. Está burbujeando tesoros. Hace falta explorarla en todas sus dimensiones para encontrar el eterno regocijo, la dicha eterna de existir, y el encanto de estar vivos.

He escuchado esta hermosa historia China. Una mañana, antes de que salga el sol, un pescador fue al río. Cerca de la orilla sintió algo debajo de sus pies, y descubrió que era una pequeña bolsa de piedras. Recogió la bolsa y, echando la red a un lado, se hincó en la orilla del río esperando la salida del sol.

Mientras esperaba la llegada del sol, para iniciar su trabajo diario, perezosamente, cogió una a una las piedritas de la bolsa y comenzó a lanzar al flujo del agua. Las piedritas, una a una, caían ‘Plop’ y desaparecía en el fondo de las aguas. Y el pescador se entretenía con el sonido. Al no tener otra cosa que hacer, siguió lanzando las piedras, una por una...

El sol fue saliendo más y más, hasta llegar al lugar donde estaba el pescador. Ya había lanzado casi todas las piedritas, excepto una. Lo tenía en la mano. Cuando vio, a la luz del día, la última piedrita, se enteró que lo que tenía en su haber ¡era nada menos que una piedra preciosa, un diamante! Pero que, en la oscuridad, había arrojado muchas de ellas. ¡Cuánto había perdido sin darse cuenta! Lleno de remordimientos, se maldijo a sí mismo, sollozó, lloró y casi enloqueció de pesar.
Repito: la vida es un enorme tesoro oculto. Tiene tantas cosas bellas, pero las desperdiciamos, las despilfarramos, las perdemos, y la vida se desvanece. Sin embargo, nunca es tarde para dejar de desperdiciarlo. Aún a la tarde de la vida puedes darte cuenta de que, habiéndote llegado la Luz, tienes una hermosa piedra preciosa entre tus manos. Con ese único tesoro, antes oculto, podrás zambullirte en las aguas de la vida y comenzar a vivirla, gustarla y amarla. ¡Ésta es tu única oportunidad! ¡No la desperdicies! ¡Explórala todos sus rincones! ¡Conózcala en todas sus dimensiones!


Khishka

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