martes, 31 de marzo de 2009

EL MONJE

Al interior de un monasterio solía haber un monje cuya adicción era el vino. El vino como toda bebida además de ser encantador era también considerado como la bebida oficial del convento.

El monje casi siempre solía estar entonado a causa del vino; algunas veces, cuando estaba fuera de sus cabales, a menudo acostumbraba cumplir con sus obligaciones formales, entre ellas, rezar el ‘Rosario’.

Un día, sentado a la orilla del pozo del convento, se encontraba rezando y, de pronto, cayó al fondo. Menos mal, en ese momento, el abad estaba cerca haciendo una de sus obligaciones domésticas. De pronto escuchó una especie de ruido no común, como si cayera del carro una bolsa de papa.

Miró para atrás y como había visto que alguien estaba sentado en la orilla del pozo de agua, fue hacia allí y solo pudo escuchar los sollozos del monje al interior del pozo. El abad muy sorprendido por lo que había sucedido, inmediatamente, bajo hasta el fondo mediante la escalera. Hizo todos los esfuerzos para poder salvar la vida de aquel monje. Después de unos buenos momentos logró auxiliar y verificar las partes lastimadas de su cuerpo. Solo tenía un golpe en la cabeza y el talón reventado donde se podía ver con claridad los huesos.

En esos momentos, el monje borracho, recobró un poco de consciencia y vio cómo estaba su talón. Luego, la víctima, viendo la situación de su talón del pie izquierdo, cayó desmayado. Entre tanto el abad, que estaba a su lado, no sabiendo qué hacer, llamó a la ambulancia del pueblo para que el monje sea trasladado inmediatamente a una clínica que estaba en la ciudad más cercana de la aldea. Y así fue.

Una vez internado, inmediatamente, los médicos le anestesiaron, le hicieron dormir, y le costuraron el talón reventado. Cuando despertó del sueño completamente y de la inconsciencia a la consciencia, dijo:

-¿Dónde estoy? ¿Quiénes son ustedes? –Murmuró mirando a los médicos-. Entonces, el médico que se había encargado de él, explicósele algunos detalles de cómo había ido a parar en la clínica.

Él monje dijo:

-Yo no me salvé por ustedes. Que yo me acuerde, la virgencita fue la que me sacó de la fosa con sus propias manos, yo la he sentido, la he tocado, era ella, es lo único que me viene a la memoria. No fue nadie más, era la Virgencita.

Desde ese momento, siempre que la gente solía preguntarle, él les contestaba: ‘fui salvado del pozo por las manos de la Virgencita’.

Si estás dormido, drogado, anestesiado, tu único consuelo será el delirio y, debido a éste (sustentado por tanto ejercicio), puedes atribuir a la Virgencita, a tu Ángel de la Guarda, a Jesusito, a tu Gurú, a tu Pastorcillo, a tu Profeta, o a tu Diosito y demás cositas supersticiosas y olvidarte de ti. Todo ello es posible mientras duermes y el sol no volvió a salir.

Sal de tu ‘cápsula’, de tu ‘caparazón’, deja de ser académico, anónimo, formal, intelectual, metafísico; desempolva tu espejo y comienza a ver por ti mismo la belleza que te ofrece la vida y la existencia. En volver a mirar la vida sin anteojos, que pueden distorsionar, consiste el ‘despertar’ del homo novus. ¡Sacude el polvo de tus ficciones cuál Lázaro que sale de la tumba, envuelto aún en el sudario, ante la llamada del maestro!
Khishka
Testigo ambulante

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