lunes, 31 de mayo de 2010

LA FIESTA DE LOS ANIMALES

(El fenómeno perro)

En cierta ocasión todos los animales tuvieron una gran fiesta en un local de eventos zoológicos. Todos se dieron cita, pero había una condición para entrar y ser partícipe: dejar las colas en el armario de la entrada.

Llegó el león, sacó su cola, y la dejó colgada. Luego vino el gato, quien hizo lo mismo. Después llegó a oveja, el caballo, la ardilla, el ñandú, el asno, el zorrino, el perro, la vaca, etc., etc. En fin todos los animales llegaron a la fiesta y entraron dejando sus colas. El armario se volvió una completa confusión, pues estaba repleta colas. ¡Era un verdadero ‘caos cólico’ (de colas)!

Estando ya dentro, se inauguró el espectáculo y todos los animales disfrutaron, bebieron, se divirtieron al máximo, bailaron, hasta quedar completamente satisfechos y bien borrachos. Y como tenían un horario determinado para clausurar la fiesta, o sea a la madrugada, todos salieron del local y algunos lograron dar con su cola respectiva, otros se olvidaron, algunos se confundieron tal el caso del cerdo… Pero, como es debido, todos se marcharon a sus quehaceres cotidianos.

El perro, también salió entre ellos, pero no pudo encontrar su cola. El alcohol le afectó bastante. De modo que la ‘Gran Fiesta de los Animales’ inauguró todos los problemas para el perro.

Esta bella historia termina diciendo que, desde ese entonces, el perro, sigue buscando su cola hasta nuestros días, tanto en los rincones del armario como en los del resto del mundo. Por eso siempre está olfateando, en realidad termina husmeando todo, se pierde en el acto de husmear y, ese acto, hizo de él el animal que más ha desarrollado su sentido del olfato. Ahora su sutil olfato es su guía.

La pregunta que cierra esta historia es: El perro ¿logrará encontrar su cola?

Sea o no verdad esta historia es muy revelador para nuestra condición humana. En realidad existir en este mundo es festejar, venir a este mundo es pura dicha, llegar a este mundo es pura celebración. No por nada, las parejas que esperan un hijo o hija hacen fiesta, toda la familia se regocija. La condición es siempre la misma para todo ser humano: romper con el cordón umbilical que nos une a la madre. Es como dejar la cola para entrar en la fiesta de la vida. Uno no puede vivir eternamente en un útero, en el paraíso. Si fuera el caso la vida se extinguiría. Tanto la madre como el niño terminarían muriendo. Sucedería quizá como en ciertas especies de arañas dónde los críos terminan comiendo a su propia madre.

Cuando se llega a este mundo, sea cual sea la condición, se llega en un estado salvaje, inocente, virgen, puro. Pero con el tiempo, especialmente, cuando el cerebro (como una máquina apta) llega a su madurez –como dicen los psicólogos, más o menos a los siete años– se comienza a crear la mente y, éste, no es otra cosa sino la acumulación de entes fantásticos, tales como el pensamiento, la imaginación, los sueños, la ilusión, las metas, etc. Todo ese mundo imaginario se crea en base al cerebro. El cerebro es como una fuente donde se almacena la información pero, él, no es malo, porque es una simple máquina; lo malo es la información que se carga en esa máquina. En la base de todos los males está la ‘información acumulada’, ese es el perfecto Virus Troyano. Por tanto el único pecado original es el conocimiento, conocimiento como información acumulada, es decir, esa información es la que corrompe, la que embota el disco duro fisiológico que llamamos: cerebro.

Ahora bien, debido a la ‘información acumulada’ en el cerebro humano hemos contraído un extraño fenómeno y, éste fenómeno, ha creado el virus del sufrimiento, el estrés, la ansiedad de…, la competencia, la obsesión por…, etc. que están consumiendo nuestra condición suprema. Esa ‘información acumulada’ hace de la gente un ‘corre caminos’, uno que ya no sabe qué hacer con su vida; provoca ‘fanatismo’, una mente estúpida recluida a un solo recinto. A todo ese jolgorio obsesivo llamo yo: ‘fenómeno perro’.

Todo el mundo tiene metas, objetivos, ideas, utopías que nadie ha alcanzado, pero todo el mundo persigue y, con miras a estos, la vida pasa desapercibidamente sin ser vivido en absoluto. ¡Te sientes perdido en tu propia casa! Luego viene la preocupación, el estrés, el desaliento, el sufrimiento, la frustración, y demás cosas innecesarias. Te pasas la vida yendo y volviendo de aquí para allá, sin saber a dónde y, cuando caes en la cuenta –si es que ello ocurre–, ya estás viejo y cansado. Luego comienzas a añorar tu pasado en la que pudiste haber vivido, ahora surge la envidia por las generaciones jóvenes; comienzas a proyectar tu futuro, pero ¿quien sabe incluso del momento siguiente? ¡Te sientes atrapado por la muerte si miras al futuro! La muerte no despierta ninguna expectativa, se vuelve una enemiga. Cuando ella viene te pesca en paños menores, y te vas sin haber saboreado todas las bendiciones de la vida y haber explorado todos sus rincones. ¿Qué clase de vida es esa?

Husmeas toda la vida sin descanso alguno, como un perro, frecuentas repetidas veces los mismos rincones de la geografía exterior, vas de un lado a otro, como si estarías buscando tu cola, ya no sabes qué hacer contigo mismo, y el tiempo vuela. Sin embargo una sola cosa es necesaria: explorar tu geografía interior, y lo demás vendrá por añadidura. Eso lo dice Jesús: ‘Buscad primero el Reino de Dios, lo demás se os dará por añadidura’. Pero el Reino de Dios no está en la estructura mental de ninguna sociedad ni cultura, no está en ningún imaginario colectivo, sino en tu casa, en tu esencia, en tu templo interior, allí donde estás Tú, y solo Tú. Por eso el requisito fundamental para descansar, relajarse, festejar, y estar dichoso por existir en este mundo, es entrar y explorar tu geografía interior, conocer tu casa, tu condición divina, tu Divinidad. Para ello no necesitas de nada, ni siquiera de Dios, cuanto de tu Coraje Individual… ¡Deja de ser un ‘corre caminos’ y adéntrate en tu propio ser!


Khishka

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