viernes, 26 de septiembre de 2008

JAVIER

(El ‘qué dirán’ te encadena)

Esto ocurrió con el hijo de una gran familia. Él se llamaba Javier; tenía, más o menos, treinta y ocho años; siempre vivió con sus padres; nunca tuvo coraje de hacer su vida aparte y, como era hijo único, los bienes de sus padres tenía que heredarlos él a como de lugar. Este modo de ser y de vivir despertó ciertos reparos en sus primos más jóvenes pues, éstos, a la edad de veintidós y veinticinco años, ya habían contraído esposas y tenían sus propios hijos.

Un día, con ocasión de una fiesta familiar, se reunieron los dos en la casa de Javier donde, éste, se encontraba muy ocupado en los preparativos de la fiesta. En cambio los dos primos se encontraban cuchicheando y contando chistes.

Entre tanto cuchicheo, uno de ellos, dirigiendo la vista a Javier, dijo al otro:

– A que no te animas a preguntarle a Javier la siguiente adivinanza: ¿qué será, una planta que nace, crece, madura y no da fruto?

A lo que el otro, antes que nada, contestó diciendo que –no se animaba–. Justo, en ese momento, entró el primo más extravagante quien se caracterizaba por hablar, como quien dice, ‘sin pelos en la lengua’. Sin duda, éste, fue escogido para hacer la adivinanza a Javier.

Le repitieron la pregunta y, él, dijo:

– La adivinanza está buena… Claro que yo le pregunto ahora mismo. No tengo ningún problema. ¡Observen!

Entonces se acercó disimuladamente a Javier, le saludó y le dijo:

– Oye Javier: hace mucho que quería hacerte la siguiente adivinanza porque creo que tú eres la persona indicada para responder.

El otro pensó y le dijo –adelante con tu pregunta–. Entonces el primo le expuso la adivinanza, diciendo:

– ¿Qué será, una planta que nace, crece, madura y no da fruto?

El otro entendió enseguida el contenido burlesco de la pregunta y le contestó con ira:

– ¡Qué sé yo po…! Su grito fue tan fuerte que retumbó al interior del local. Se dio la vuelta y se fue. Los otros primos, que estaban reunidos allí, irrumpieron en carcajadas que también retumbaron al interior del boliche.

Si quieres vivir libre de ataduras derrumba ese muro del ‘qué dirán’. Tener al frente un ‘qué dirán’ te hace mecánico y, a la larga, te haces robópata. Ese ‘qué dirán’ arrebata tu originalidad y tu naturaleza. Sé tú mismo.

El ‘qué dirán’ es la periferia y el ‘sé tú mismo’ es tu centro. El centro es siempre fresco y joven; la periferia genera sufrimiento, amargura, aburrimiento, malestar, porque nunca terminarás complaciendo a la multitud.

La multitud siempre te trata como si fueras un cadáver: te jala de las orejas, de los ojos, de los cabellos, de los pies, de las manos, de la cabeza; quiere bloquear tu luz y oscurecerte, quiere interferir en tu camino; es una verdadera piedra de tropiezo. No inmoles tu libertad, no la sacrifiques a costa de olvidarte de ti mismo. Enamórate de ti mismo pero perdida y profundamente.

La sociedad en la que vives solo te ofrece dos alternativas: quiere que seas eficaz como una máquina, por un lado y, por otro, quiere que seas ambicioso. Por eso todos los que conforman la sociedad donde vives están al asecho cuando llegas a este mundo. Todos quieren sacar su parte, todos quieren interferir en tu camino, no te dejan tranquilo, no quiere que hagas algo fuera de sus reglas de juego, no quiere que seas rebelde pues, si quieres serlo y valerte por ti mismo, ser original y creativo, a la vuelta de la esquina está la trampa y la espada. Por tanto: estás obligado a someterte a sus intenciones programáticas. Me gustaría que seas rebelde, porque a menos que surjan rebeldes los días de nuestra estadía, en este mundo, están contados.

Khishka
Testigo ambulante

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